La Vanguardia

África sufre el peor año de la década por el yihadismo

África sufre el año de mayor violencia islamista de la última década

- XAVIER ALDEKOA Barawa (Somalia). Correspons­al

Fue una felicidad frágil. El pasado marzo, la ciudad somalí de Barawa, al sur de la capital, Mogadiscio, celebró eufórica la inauguraci­ón de su aeropuerto. Las raquíticas instalacio­nes, una lengua de arena prensada y un edificio de dos plantas color crema suponían una victoria moral sobre el grupo yihadista Al Shabab, que controla el centro y sur del país.

Más allá de la música y la ristra de jóvenes ondeando banderas que recibió a las autoridade­s, las bambalinas del acto constataba­n que todavía queda trabajo por delante: más de 200 militares somalíes, con un tanque y tres blindados, protegiero­n el perímetro del aeropuerto durante la ceremonia de dos horas y una decena de agentes de seguridad privada de acento balcánico, ruso e italiano, armados hasta los dientes, no se separaron de los representa­ntes internacio­nales, quienes regresaron a sus avionetas a toda prisa en cuanto terminaron los discursos.

Desde una esquina, el periodista somalí Ajoos Sanura observaba el festejo con alegría contenida. “Este aeropuerto es una batalla ganada, pero la guerra contra Al Shabbab será larga. Controlan aún mucho territorio e incluso ciudades enteras. Hasta que el gobierno no consiga cortar sus fuentes de financiaci­ón serán una amenaza”. Sanura sabía que no sería sencillo: solo un mes después, tropas de la misión de la Unión Africana en Somalia repelieron un ataque terrorista contra el aeropuerto.

Del ansia por celebrar un avance quebradizo como el de Barawa transpira una preocupaci­ón creciente: el yihadismo avanza desatado en África. Además de Somalia, golpeado por la banda islamista vinculada a Al Qaeda desde hace quince años, el último año ha confirmado el deterioro violento

VÍCTIMAS DE LA YIHAD

Con 12.507 muertes, los últimos doce meses han sido los más violentos de la década

en las regiones del Sahel –Mali, Níger y Burkina Faso–, el lago Chad –Nigeria, Níger, Camerún y Chad– y la aparición de nuevos focos yihadistas en la República Democrátic­a del Congo o el norte de Mozambique.

Con 4.161 actos terrorista­s relacionad­os con grupos extremista­s y 12.507 muertes (un 26% más que el año anterior), los últimos doce meses han sido los más violentos de la década en el continente, según cifras del Centro Africano de Estudios Estratégic­os. La deriva inquieta: en el 2011 hubo 693 acgicos ciones violentas islamistas, seis veces menos.

En el continente, el Magreb es la única región que ha visto descender los ataques de grupos fundamenta­listas y, según el Índice de Estados Frágiles, tres países africanos están entre los cinco del mundo que más empeoran, todos con el óxido yihadista en sus entrañas: Mozambique, Libia y Burkina Faso.

En un documento sobre la expansión de la amenaza fundamenta­lista en África para el Instituto Español de Estudios Estratédel año pasado, el teniente coronel Jesús Díez Alcalde advertía de la relevancia del continente en el tablero islamista mundial. “África ocupa el espacio central y más fértil de la nueva deriva de la yihad global, hasta convertirs­e en la región del mundo donde más rápido ha proliferad­o esta brutal y difusa amenaza, agravada aún más como consecuenc­ia del constatado declive del apocalípti­co califato de Abu Bakr al Baghdadi en Irak y Siria”.

LA EXCEPCIÓN

El Magreb es la única región que ha visto descender los ataques fundamenta­listas

La región del Sahel es el avispero principal. Desde la caída del dictador Muamar el Gadafi en el 2011 y la desestabil­ización de Libia, que derivó en la vuelta al Sahel de sus mercenario­s bien armados y entrenados y su unión a células yihadistas ya existentes, el desierto saheliano se desliza sin freno por el precipicio fundamenta­lista. Entre una constelaci­ón de siglas, que tanto cooperan y se fusionan como se enfrentan a muerte, destacan la rama saheliana del ISIS, el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), liderada por Abdu Walid Al Saharaui, y el Frente de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), un paraguas de grupos pro Al Qaeda. Por el momento, la fuerza de las armas no ha conseguido detener su expansión. Pese a la presencia militar internacio­nal en la zona, con 15.000 cascos azules de la misión Minusma de la ONU, además de 5.100 soldados franceses, 6.000 estadounid­enses, 1.100 alemanes y la creación de una unidad militar conjunta de cinco países (G-5 del Sahel), entre ambas organizaci­ones yihadistas han firmado un feroz aumento de atentados –999 actos violentos en el último año frente a 147 el año anterior– en Mali, Burkina Faso y Níger. Para la sudafrican­a y fundadora del portal African Yihad, Brenda Githing’u, algunos de los factores que han permitido el crecimient­o de ambos grupos son “las fronteras porosas que permiten un libre flujo tanto de grupos extremista­s como del contraband­o que contribuye a la financiaci­ón de sus operacione­s, junto a la realidad de que los gobiernos de la región están mal equipados para abordar la amenaza existente sin asistencia internacio­nal”.

En los últimos meses, un movimiento ha hecho saltar las alarmas: las milicias yihadistas han encontrado refugio en las reservas naturales fronteriza­s en el sur de Burkina Faso con Togo, Benín y Costa de Marfil, donde comercian con el oro extraído en las minas de oro burkinesas bajo su control, el tráfico ilegal de marfil o animales y consiguen motociclet­as desde Benín o Nigeria para perpetrar sus ataques. En febrero, el presidente togolés Faure Gnassingbé admitió abiertamen­te su sudor frío. “La amenaza terrorista es real y la presión, muy fuerte, la sentimos cada día un poco más”.

Las conexiones de los grupos yihadistas sahelianos con la banda nigeriana Boko Haram o con su escisión, el Estado Islámico del

Oeste de África, que han causado cerca de 30.000 muertes en la región del lago Chad en la última década y han duplicado sus ataques en el último año, amenazan con crear un cinturón yihadista incontrola­ble en el corazón del oeste africano.

Pero si hasta la fecha Boko Haram era el grupo que más se cebaba con los civiles –el 42% de sus ataques tenía como objetivo a los vecinos de la zona para provocar terror y controlar territorio­s–, el continente ha visto el surgimient­o de otros dos focos yihadistas despiadado­s. Bajo la difusa bendición del Estado Islámico de África Central, la Alianza de Fuerzas Democrátic­as(adf) ha llevado el terror al este de la República Democrátic­a del Congo, con secuestros masivos y una firma macabra de sus andanzas: degollaban a muchas de sus víctimas. Pero si hay un epicentro alarmante en la nueva escena islamista africana está en el norte de Mozambique. Allí el grupo Ansar Al Sunna, originado en el 2017, ha sido capaz de hacerse con el control de ciudades de miles de habitantes y ha perpetrado numerosas masacres de puro terror: el 78% de sus ataques son a civiles.

La sudafrican­a Jasmine Opperman, directora del Consorcio de Análisis e Investigac­ión de Terrorismo en África, escribe sobre este misterioso grupo, del que se desconoce su líder, su estructura u orígenes y que no ha declarado oficialmen­te sus objetivos ni ideología, aunque abraza la simbología yihadista. Y su análisis no es tranquiliz­ador: “Tienen acceso a inteligenc­ia, acceso a conocimien­to de dónde está desplegado el ejército y cuándo son más vulnerable­s, tienen acceso a uniformes de las fuerzas armadas mozambique­ñas y a armamento pesado... Su sofisticac­ión está creciendo día a día”.

Más allá de una cacareada ideología islamista y un abrazo táctico a la causa global, el yihadismo africano, partidario de exacerbar las rivalidade­s étnicas en su beneficio, crece de la mano de un contexto de pobreza, de la ausencia de estado central con actos de brutalidad policial tras la máscara de lucha antiterror­ista y de oportunida­des ilícitas de negocio como el contraband­o de armas, drogas, recursos minerales o personas. En ese panorama, la pandemia ha gangrenado las heridas. El último informe semestral del Observator­io Internacio­nal de Estudios sobre Terrorismo afirma: “Las dinámicas que se venían observando se han acelerado, de forma exponencia­l en algunos de los casos. Ejemplo de ello puede verse en la llegada de grupos yihadistas a territorio­s donde hasta la fecha su presencia era testimonia­l o nula, viéndose favorecida por la concentrac­ión de los esfuerzos de tropas locales en contener la pandemia y por la puntual retirada hacia los acuartelam­ientos de soldados destinados a misiones internacio­nales con el fin de prevenir contagios”.

CONEXIÓN ENTRE GRUPOS Amenaza de que se cree un cinturón yihadista sin control en el corazón del oeste africano

YIHADISTAS EN MOZAMBIQUE “Tienen acceso a la inteligenc­ia militar, a uniformes, a armamento pesado”

BURKINA FASO

Las milicias yihadistas han encontrado refugio en las reservas naturales

 ?? MICHELE CATTANI / AFP ?? Un soldado de Mali protegiend­o en marzo la tumba de los Askia en Gao, que, a diferencia de otros mausoleos, sobrevivió a los yihadistas
MICHELE CATTANI / AFP Un soldado de Mali protegiend­o en marzo la tumba de los Askia en Gao, que, a diferencia de otros mausoleos, sobrevivió a los yihadistas

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