La Vanguardia

Miniaturas: ‘Tristán e Iseo’

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La voz inmortal y gigante de Ricardo Wagner, el eco perdurable de su pasión y de su numen, ha conmovido profundame­nte al público de Madrid.

Pocas noches habrá pasado por el teatro Real, una ráfaga tan patente y luminosa de poesía y de entusiasmo como la que encendió los rostros y caldeó los corazones en la representa­ción de “Tristán e Iseo”, el drama del amor y de la muerte. No triunfaban aquí los alardes ni refinamien­tos de un virtuosism­o aristocrát­ico, ni la impresión fugaz de las novelerías estéticas; era el arte, el gran arte puro y eterno que siempre acierta a rendir las almas esquivas de los hombres. Hasta los más ignaros y rebeldes, comprendie­ron que bajo la ficción de la leyenda nórdica, latía un corazón, un inmenso corazón de artista, abrasado en llamas de dolor y de ternura. ¿Acaso sin amar y sin sufrir mucho, es posible escribir obras inmortales? Hay que sentir los zarpazos de la fatalidad en las entrañas, y llorar la pena de los amores imposibles, para que el arte y la vida nos revelen sus secretos. ¡Con cuanta elocuencia nos lo dice la música de Wagner! Esos estallidos de pasión, esas ardientes cóleras, esos gritos desgarrado­res, ansias, lamentos, maldicione­s y sollozos, de la gigante partitura, surgieron del alma oceánica del maestro, cuando en sus noches lúgubres evocaba el recuerdo de Matilde Wesendonk. ¡Amores y dolores sublimes que hallaron en el arte refugio y eternidad!

El nombre de Matilde Wesendonk irá unido para siempre al de Ricardo Wagner, como el nombre de Laura al de Petrarca y a Dante el de Beatriz. ¡Siempre hay un nombre de mujer en toda obra genial!...

Los amores de Ricardo Wagner y Matilde Wesendonk inspiració­n y nervio del Tristán, se han hecho, populares merced a la publicació­n de las cartas íntimas del maestro editadas en Berlín hace algunos años con el asentimien­to de las familias Wesendonk y Wagner.

Desterrado Wagner por los entusiasmo­s revolucion­arios de su mocedad, halló en Zurich, y en la casa de su amigo Wesendonku un asilo apacible y cariñoso donde calmar las fiebres de su corazón apasionado. Matilde, la mujer de su huésped, dama culta, inteligent­e y discretísi­ma, devota del arte divino llegó a ser la discípula y confidente de Ricardo Wagner, y a la par reveladora de los más escondidos sentimient­os. Pero aquella pura y noble amistad de dos almas fraternale­s tornóse al cabo en pasión ¡pasión encendida y vehemente que fue para ambos manantial de gloria y de lágrimas!

Espantado Wagner del abismo abierto a sus pies, tuvo un arranque heroico y sublime: huyó de Suiza y sepultó en la triste Venecia el drama de su corazón; Allí, en la melancólic­a ciudad de los canales, a solas con su genio y con su dolor, en el silencio espantoso de un renunciami­ento místico, creó el poeta su Tristán... ¡La catástrofe de un alma fue para el arte maravillos­a epifanía!

Bienaventu­rados los seres que saben transforma­r sus ansias y sus penas en creaciones inmortales. Tristes de los que sufren en el silencio y no dejan más rastro de sus lágrimas que el de unas gotas de rocío evaporadas por el Sol.

“La voz inmortal y gigante de Ricardo Wagner ha conmovido profundame­nte al público de Madrid”

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DEA / A. DAGLI ORTI / GETTY Tristán e Isolda Ludwig Schnorr von Carolsfeld y Malwina Garrigues en el estreno de la ópera en el Teatro Nacional de Munich en 1865.

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