Hasan Diab
Primer ministro de Líbano
Hasan Diab (61) presentó ayer la dimisión con todo el Gobierno de Líbano, al hacerse insoportable la presión popular tras la explosión en el puerto de Beirut, que ha sido la demostración última de su incapacidad.
Cuando está a punto de cumplirse una semana de la apocalíptica explosión del puerto de Beirut, más devastadora que muchos años de la guerra civil de tres lustros, el primer ministro, Hasan Diab, no ha tenido más remedio que presentar su dimisión y la de su Gobierno, de su efímero Gobierno.
No han sido las manifestaciones populares en el centro histórico de la ciudad sino aquella explosión la que ha forzado su renuncia. La fuerza de la corrupción es mayor que la del Estado. La élite que ha dominando durante décadas está en todas partes, y su olor se esparce por doquier. En su anuncio de dimisión, declaró que temía otros escándalos catastróficos producto de la corrupción omnipresente y acusó a la élite de utilizar “todas sus armas contra nosotros”. En principio su Gobierno debía incluir no solo a políticos sino a técnicos, según las aspiraciones de los manifestantes.
Cuando se formó, muy trabajosamente, este Gobierno, en el que Hizbulah ejerce su influencia, la población no se sintió aliviada, y los manifestantes de la revolución de octubre del año pasado no demostraron ninguna satisfacción. Ellos pedían el fin del régimen, de la corrupción tan arraigada, la eliminación de la élite en el poder.
Este Gobierno, en el que había algunos miembros que no procedían de las fuerzas habituales en el poder, no pudo resolver ninguno de los problemas que se han acumulando estos meses en Líbano, como la depreciación de su moneda nacional, la crisis bancaria, el hundimiento de su economía, a los que siguió la peste coronavírica. La devastación de los barrios cristianos limítrofes del puerto, ante la que se puso más en evidencia todavía su incompetencia, ha arrastrado al Gobierno al fracaso más completo. La cólera de los beirutíes después de los estragos de la explosión desbordó su capacidad.
El Estado libanés no es el Titanic, pero, como me decía un editorialista local, Isa Gorayeb, “aunque el sistema esté podrido, goza de una capacidad de resistencia increíble y de una fuerza de inercia a prueba de bomba”. Como en un barco a la deriva, varios de sus ministros, entre ellos el de Exteriores, que dimitió sólo unas horas antes de la apocalíptica explosión, ya habían renunciado a sus carteras, además de varios diputados del Parlamento, entre ellos Maruan Hamade, político e intelectual, mano derecha del señor de los drusos y jefe del partido socialista, Ualid Yumblat.
A medida que este destartalado barco se iba hundiendo, el Gobierno desangelado de Hasan Diab, exprofesor de la Universidad Americana de Beirut, ya había propuesto avanzar la fecha de las elecciones generales después conseguir el respaldo de la Asamblea Nacional, uno de los objetivos estos días de los manifestantes en el centro de la capital. Su anuncio llegó tarde, según las desorganizadas fuerzas de la oposición. Este Gobierno fue resultado de las manifestaciones iniciales de octubre del año pasado. Lamentablemente, recuerdo entonces que cuando pronunciaron por la radio los nombres de los nuevos ministros –tantos maronitas, tantos suníes, chiíes, tantos drusos, armenios, siriacos...– me percaté de la gran dificultad de cambiar este régimen, anclado en la población desde el tiempo de los otomanos y que se prolongó durante el mandato francés y sigue vigente, contra viento y marea, y es el fundamento de este Estado confesional.
La revolución, si llegase a brotar, debe emprender sus batallas en cada comunidad confesional. No será fácil desembarazarse de las élites arraigadas en cada una de sus 18 comunidades confesionales que acaparan el poder. Va a ser muy laborioso formar un nuevo gobierno en Beirut, y sobre todo elegir un nuevo jefe de gobierno. Uno de sus más destacado candidatos es Saad Hariri, al que se oponen muchos grupos políticos poderosos.
Saad Hariri es candidato a formar un nuevo ejecutivo, pero se le oponen grupos poderosos