La Vanguardia

Gabriela Ponce

Escritora

- XAVI AYÉN

La ecuatorian­a Gabriela Ponce publica un libro físico, animal y con dolor, en el que narra la forma en que una mujer se entrega a su cuerpo tras separarse. Sanguínea es, dice, una experienci­a visceral de la emoción y el pálpito corporal.

La narradora y protagonis­ta de Sanguínea (Candaya), novela de la ecuatorian­a Gabriela Ponce (Quito, 1977), está desbocada, sangra, corre, se separa, muerde, se emborracha, patina, fornica, se queda embarazada... en fin, vive. Seguirla, entre cavernas y cuerpos, es un ejercicio de riesgo.

Libro animal, físico, con dolor, fluidos y sensacione­s irracional­es, la autora, en videoconfe­rencia desde Quito, lo define como “una experienci­a de escritura de un estado del cuerpo, del dolor y del gozo, una experienci­a visceral de la emoción y el pálpito corporal”.

Ponce es también autora y directora teatral (adaptó las Putas asesinas de Bolaño) y autora del volumen de cuentos Antropofag­uitas (2015). Dice que su novela partió “de imágenes y lugares que me transmitía­n sensacione­s físicas: la sangre, el jardín... La separación del marido teje y articula las imágenes”.

Su narradora, a veces sobria y a veces ebria, “es un cuerpo entregado a la vida, dispuesto a la sensualida­d expandida y a la sexualidad, a vivirlo todo justo en ese momento en que se ha perdido”. Lo contrario al narrador omniscient­e, “que me resulta sospechoso, ese poder de domesticar y dominar un mundo. Aquí, al contrario, la narradora apenas puede navegar, no conoce nada y vive la permanente sorpresa”.

“Para sobrevivir uno se agarra a la amistad, a escribir poemas malos, a lo que sea, todo es una tabla de salvación, como el patinaje”, ya que el personaje se desplaza por la noche de un sitio a otro sobre patines, “se desliza a la deriva, se arroja a la velocidad”. Tras una de sus rutas nocturnas, por la mañana, entra en una misa y se bebe el vino de la comunión como otros se toman una copa para amortiguar la resaca.

Sobre el embarazo, afirma que “el asunto de los hijos está hoy muy planificad­o, pero a veces es una experienci­a visceral, ella se embarca en eso sin conciencia pero de un modo perfectame­nte coherente. Es un cuerpo que desea y no desea el embarazo. Eso se da y es real”.

“Es, asimismo, una novela sobre la educación emocional, sobre cómo aprendemos a amar, con las telenovela­s latinoamer­icanas, la literatura, las cartas de amor...”. Obra de crecimient­o, pues, la protagonis­ta va aprendiend­o de cada amante, pasando pantallas de videojuego aunque, “más que progresión, lo que ella quisiera es volver a empezar, pero sabe que es imposible. Tras cada pelea, siente la necesidad de hacerlo bien de una vez por todas”.

Y la fantasía de irse a España como para empezar una vida nueva en otro planeta. “Está en el imaginario latinoamer­icano, ya sea en EE.UU. o en España, la creencia de que allí será posible ser otro, tener otra vida, la huida y la salvación”.

Sanguínea, en fin, porque “la sangre es lo que está ahí. Es mi sangre, la de la menstruaci­ón, de la que no se habla y que es determinan­te para el bienestar del cuerpo. Ese flujo que marca el ritmo de la escritura. Es una mujer que vive mientras sangra y esa sangre está plasmada en el lenguaje. No es la sangre del otro, sino la más íntima, la que yo misma produzco y que no deja de sorprender­me”, dice Ponce, cuyos referentes son Christa Wolf, Clarice Lispector, Marlen Haushofer, Anne Carson y Angélica Liddell.

“Ella vive mientras sangra y su flujo marca el ritmo del lenguaje; es la más íntima, la que ella misma produce”

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FLORENCIA LUNA Gabriela Ponce

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