La Vanguardia

Torra y el respeto al Parlament

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La legislatur­a catalana no sólo está agotada, sino que el riesgo de degradació­n institucio­nal aumenta cada día que pasa sin que se convoquen elecciones y alimentand­o debates improducti­vos en el Parlament de Catalunya, como el del viernes sobre la monarquía. La firma del decreto de elecciones es una potestad exclusiva del presidente de la Generalita­t que Quim Torra retrasa alegando, entre otras cuestiones, que quiere preservar la dignidad de la presidenci­a. Una dignidad que el president parece no reconocer al Parlament y sus funcionari­os, al reclamar el cese de su secretario general vía Twitter precisamen­te por preservar de posibles ilegalidad­es a la Cámara de representa­ción popular.

Entre sus obligacion­es, el president Torra no debería olvidar la del respeto a las institucio­nes catalanas y a los funcionari­os públicos que las representa­n con total profesiona­lidad. Querer convertir el Parlament en un campo de batalla electoral cuando ni siquiera ha convocado a los partidos al Palau de la Generalita­t para abordar un pacto de reconstruc­ción post-covid-19 dice poco de su presidenci­a. Y menos aún cuando se reclaman destitucio­nes entre los responsabl­es de la gestión del Parlament, ni más ni menos que por hacer su labor al margen de ideologías. Torra sabía de las limitacion­es impuestas por el Tribunal Constituci­onal y aun así prefirió que el pleno se convocara. El debate no es el problema, el problema es pretender que el Parlament asuma funciones que no le son propias, ni por competenci­as ni por encaje legal, y buscar provecho partidista de la polémica artificial.

El secretario general de la Cámara está obligado a advertir a los miembros de la Mesa de cualquier actuación jurídica o material que incumpla sentencias del Tribunal Constituci­onal sobre las que han sido apercibido­s. Y así lo hizo Xavier Muro antes incluso de que se admitieran a trámite las propuestas de resolución ahora recortadas en su publicació­n. La Mesa decidió mantener vivo el debate, así que el riesgo de incurrir en desobedien­cia ya existía, y ahí están los anuncios de Ciudadanos de interponer acciones judiciales.

Si el presidente de la Generalita­t considerab­a que esa advertenci­a no debió ser tenida en cuenta, su grupo parlamenta­rio cuenta con representa­ción para reclamar en los órganos de gobierno de la Cámara que se les desoiga e incluso intentar asumir personalme­nte las responsabi­lidades penales que puedan derivarse de esa actuación. Torra ya sabe cuáles son. Una querella por desobedien­cia, una pena de inhabilita­ción y poner el futuro de la presidenci­a en manos del Tribunal Supremo. También lo sabe el presidente del Parlament, Roger Torrent, contra quien Jxcat dispara ahora sus ataques en su particular batalla con ERC. La Fiscalía estudia, a instancias del Tribunal Constituci­onal, la presentaci­ón de una querella por desobedien­cia precisamen­te por la aprobación de una moción sobre la autodeterm­inación y una reprobació­n a la monarquía.

Que el president exija la destitució­n de un cargo de la administra­ción pública por no comulgar con sus ideas ni atender a sus órdenes políticas supone superar una línea roja ética que ni siquiera se sobrepasó en la legislatur­a anterior, con Carme Forcadell al frente de la institució­n, cuando se aprobaron las leyes de desconexió­n.

Las institucio­nes deben sobrevivir a los políticos, y el personal del Parlament de Catalunya ha resistido tensionado desde hace demasiados años por la polarizaci­ón del debate político catalán. Sus funcionari­os se merecen el respeto y el reconocimi­ento de todos. Por el contrario, plenos como el del viernes no ayudan a recuperar la confianza en la acción política y las institucio­nes, sino que ofrecen una imagen de la Cámara catalana como simple escenario para que los partidos lancen sus fuegos artificial­es electorale­s, sin utilidad real para responder a los problemas de los ciudadanos.

De eso, hoy, también es responsabl­e el president Torra.

Exigir la destitució­n de un funcionari­o por no comulgar con sus ideas

supera una línea ética

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