La Vanguardia

Nuestras costumbres nos están matando

- Carme Balañá Coordinado­ra de Investigac­ió d’oncologia Mèdica del Institut Català d’oncologia Badalona

Nos preguntamo­s por qué en España no se controla bien la epidemia, al contrario de otros países con clima y costumbres similares. Se buscan culpables. Pero al pasearse por cualquier pueblo o ciudad del país, una mirada técnica descubre lo evidente. Lo que ha caracteriz­ado el país como señal orgullosam­ente identitari­a nos pasa ahora factura: las tapas, compartir platos y los horarios ilimitados en el ocio nocturno.

¿Quién no ha compartido una tapa o unos entrantes, que cada comensal se sirve con su tenedor desde el mismo plato que los demás? ¿Es consciente la población de que en estos platos compartido­s participan los dedos y las secrecione­s salivares y que, además, esas manos y esos dedos tocan la mascarilla con frecuencia para ajustarla? Es muy simple ver que aquí tenemos un problema que hay que atajarlo con urgencia con la formación adecuada.

En algunos bares o discotecas y en fiestas mayores los horarios pueden alargarse hasta altas horas de la madrugada. ¿Me puede decir alguien si a esas altas horas uno se acuerda de mantener las distancias, de la mascarilla y de ponerse solución alcohólica antes de las risueñas despedidas?

Imagínense un Covid asintomáti­co participan­do en cualquiera de estas situacione­s y podrán predecir lo que les puede pasar a sus acompañant­es al cabo de unos días.

Hay ahora, además, la costumbre de no poner manteles en las mesas. Si observan, verán un camarero con un trapo (impregnado, esperemos, con lejía o desinfecta­nte) que lo va pasando de una mesa a otra antes de que se siente el siguiente comensal. ¿Se imaginan el virus transitand­o de mesa en mesa y del tenedor a la boca del comensal? No es complicado. Si se conocen las vías de transmisió­n del virus, es realmente espeluznan­te. Lo mejor es quedarse en casa. Pero seamos realistas: ¿se ha formado a los pequeños establecim­ientos sobre estos detalles?

Pongámonos las pilas, pues estas pequeñas costumbres, de las que estamos tan orgullosos y que compartimo­s en todo el territorio, nos están básicament­e matando.

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