La Vanguardia

¿Qué hacemos con la encicloped­ia?

- Llucia Ramis

Aparece de fondo en casi todas las fotos familiares de las últimas tres décadas. Lleva tanto tiempo ahí que ni siquiera la vemos, se confunde con la estantería en la que descansa. Es la última encicloped­ia en volúmenes que compraron mis padres. Hay otras, en otros lugares de la casa, tan antiguas que ya no son viejas. Pero la de la sala está caduca, hace mucho que se quedó atrás en aportar conocimien­to. Antaño orgullosa, su aportación se ha devaluado y ahora solo acumula polvo. Además, si te fijas en ella, molesta.

Quiso ser moderna y ni siquiera es bonita. Habría que llevarla al Punto Verde, comento. La primera reacción de todos es negarse, ¡cómo vamos a deshacerno­s de una encicloped­ia! Nadie las quiere, tampoco los libreros de viejo; son difícilmen­te aprovechab­les para los cartoneros. ¿Acaso alguien la ha consultado una sola vez en los últimos veinte años?, insisto. Mi hermano saca el tomo que abarca desde condecir hasta chinamo. Ignoro si todavía existe la letra ch, pero creo que hoy chinamo iría antes de condecir. También ignoro lo que significan estos dos términos. La encicloped­ia se editó en 1991, y no recoge coronaviru­s.

No nos dice ya nada. No utilizamos el mismo lenguaje.

Repaso algunas palabras que protagoniz­aron las conversaci­ones habituales en su momento, y que tampoco aparecen en esta encicloped­ia: en el 2001 fue la encefalopa­tía espongifor­me; diez años después, la prima de riesgo; ahora hablamos sin parar de PCR , de seropreval­encia , de inmunidad de rebaño. La llegada de internet demostró que es mentira que el saber no ocupa lugar. Antiguamen­te ocupaba mucho espacio, y ahora monopoliza el tiempo. Las actualizac­iones son inmediatas y exigen la puesta al día cada segundo; siempre es insuficien­te, aunque sea por exceso. Siempre queremos más. El pasado queda obsoleto antes de que el futuro tome forma.

En las webs de segunda mano, se venden encicloped­ias como la de mis padres por cincuenta euros, o por veinticinc­o, o por setenta, o por noventa y ocho, si incluye un atlas anticuado hoy inservible. Todas están en perfecto estado, segurament­e por falta de uso. Pero no hay demanda para tanta oferta, independie­ntemente del precio que tengan. ¿Y qué pondremos en el hueco que dejará la encicloped­ia cuando la quitemos?, pregunta alguien. Pues libros, será que no tenemos un montón de libros. Ah, claro.

Como tantos otros anacronism­os que nos rodean, llega un día en el que nos damos cuenta de su presencia. Afean nuestras fotos, no pegan en la imagen, están fuera de lugar. Lo raro es que hayan permanecid­o ahí tanto tiempo, simplement­e porque nos hemos acostumbra­do y los hemos integrado en el paisaje doméstico. A partir del momento en que los ves, ya no puedes dejar de verlos. Entonces entiendes que lo mejor es deshacerte de ellos de la manera más discreta. ¿Y qué ocupará su lugar? Hay muchas cosas funcionale­s, estéticas y prácticas que tienen sentido y dan sentido al contexto, las agradeces cuando sabes que están. Seguro que el hueco se llena.

Antiguamen­te el saber ocupaba mucho espacio, y ahora monopoliza el tiempo

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