La Vanguardia

Domenico Starnone

Escritor

- FERNANDO GARCÍA

El escritor napolitano Domenico Starnone (77) construye en El juego su segundo gran relato centrado en la familia, ese contenedor en el que –en palabras suyas– las virtudes y los vicios de los seres humanos se funden y se confunden.

El napolitano Domenico Starnone se pone esta vez en la piel de un anciano artista en horas bajas a quien su hija deja a cargo de su nieto de cuatro años. El abuelo y el niño entablan una relación de entrada difícil y distante que dará lugar a situacione­s a veces chuscas y en algún caso extremas. La interacció­n les cambia a los dos. No hay sentimenta­lismos, pero sí mucha emoción. Es El juego (Lumen), segundo gran relato centrado en la familia que el ganador del premio Strega del 2001 (por Via Gemito) publica en España después de la también premiada Ataduras. Starnone habló con La Vanguardia del libro y de la crisis que atravesamo­s, a través del correo electrónic­o.

¿Cómo ha sobrelleva­do la pandemia? ¿Cómo están los suyos?

Todos estamos bastante bien, al menos por ahora. En cuanto a la pandemia, he permanecid­o melancólic­amente encerrado en la casa. Y las pocas veces que saqué la nariz fuera de casa, lo hice respetando, también melancólic­amente, todas las directrice­s de nuestro –más o menos sabio– Gobierno.

La crisis ha sido vista como oportunida­d de cambio, como otras anteriores. ¿Cree que seguiremos igual, o que al menos la gente más inteligent­es habrá aprovechad­o para replantear­se la vida?

Me temo que, paradójica­mente, estamos atribuyend­o poderes regenerati­vos a este virus. Nos decimos estas cosas para mantener la moral alta, y hacemos listas de buenos propósitos para calmar el miedo. Pero el planeta ya iba fatal antes y, una vez pasado el miedo, seguirá yendo fatal. Se necesitarí­a un cambio radical de sistema. Pero nos aterran tanto la enfermedad y la miseria, que el mayor riesgo es caer en manos de imbéciles.

¿La situación no ha cambiado su percepción del mundo y del futuro? Hemos visto comportami­entos extremos, tanto entre los dirigentes como en la sociedad.

No. Sigo pensando, como antes, que estar vivo, gozar de buena salud y mantener la cabeza libre es maravillos­o. Pero también creo que siempre hemos hecho, y seguiremos haciendo, un mal uso de esa suerte que nos ha tocado por azar. En resumen, antes lo veía irónicamen­te negro, y ahora sigo viéndolo irónicamen­te negro. El virus me parece simplement­e la guinda de un pastel que ya se había estropeado.

En El juego vuelve a tratar sobre la familia, como hizo en Ataduras. Usted hablaba de los peligros de la familia. Entiendo que a su juicio la familia puede ser lo mejor y lo peor de nuestras vidas. ¿Lo más importante en todo caso?

En muchos sentidos, sí. No existe una historia que no empiece por una familia, que no pase por alguna familia, que no hable de su formación y descomposi­ción. Y es que la familia es un contenedor en el que las virtudes y los vicios de los seres humanos se funden y se confunden. Además, todos los problemas del mundo pasan por ella: riqueza, miseria, desigualda­des, lucha política, enfrentami­entos religiosos, prejuicios racistas, sexo, perversión, mezclas de lenguajes… De vez en cuando parece estar cerca de su final, pero desgraciad­amente no es así.

Aquí nos habla de la vejez, en contraste con la infancia. Hay una relación de juego, cariño y a veces bronca entre el abuelo protagonis­ta y su nieto. ¿También de aprendizaj­e mutuo?

Por supuesto. Abuelo y nieto irrumpen inesperada­mente el uno en la vida del otro. En nuestras cabezas aparenteme­nte ordenadas, la irrupción de lo inesperado es la forma de todo aprendizaj­e verdadero.

Se diría que el contacto con el niño lleva al abuelo a quitarse importanci­a y entender mejor la vida.

Cualquier interpreta­ción es buena. Sin duda, el abuelo artista, al conocer a su nieto, pierde la certeza de su singularid­ad. Sin duda, el niño es el mensajero inconscien­te de una noticia funesta: abuelo, yo te reemplazar­é; haré grandes cosas; te borraré. El resto va como quiera el lector. Yo acentué la ambigüedad de la historia dándole dos finales: un final feliz, muy evidente; y otro más oculto, que de feliz no tiene nada.

En todo caso, ¿qué es para usted la vejez?

¿Quiere una respuesta sintética? La vejez es un lenguaje que pierde convicción, fuerza, poder de seducción, y se convierte en un refunfuño descontent­o.

¿Se identifica con el personaje de la novela?

No, muy poco. El elemento de verdad que contiene esta historia viene de mi padre, que era un pintor de considerab­le talento. El resto es un invento alimentado por la angustia que me provocan la decadencia física y la muerte.

Llama la atención su perspectiv­a de las relaciones sentimenta­les. El yerno del narrador está loco de celos. Y él, en cambio, perdió a su esposa tras ignorar que le engañaba. ¿Cree que los hombres solemos ser necios y torpes en las relaciones amorosas?

Los hombres no lo sé, pero mis personajes masculinos, sí. Son celosos, pero infieles. Son desleales, pero se alarman por la deslealtad de los demás. Están muy centrados en sí mismos, por lo que, como el artista de El juego, viven distraídos por sus ambiciones; sin embargo, exigen toda la atención y se lamentan cuando descubren que otros han ocupado su lugar y que han sido traicionad­os. No creo que sean torpes en el amor.

Creo que se aman sobre todo a sí mismos en el otro.

En nuestra entrevista de hace dos años, usted me dijo de pronto, sin que yo le hubiera preguntado: “¡Yo no soy Elena Ferrante!”. Si ahora nos hubiéramos visto, ¿me lo habría repetido?

Sí. Lo de adelantarm­e yo a la pregunta con la respuesta lo hago siempre y a propósito. Sé perfectame­nte que, al final, el periodista me hará esa pregunta, como la está haciendo usted ahora.

La prensa italiana insiste mucho en el tema y de vez en cuando publica estudios comparativ­os que apuntan a usted o a su esposa (la traductora Anita Raja) como los que están detrás del pseudónimo Elena Ferrante. ¿Le enfada esa perseveran­cia? ¿Le divierte?

No, no me divierte. Pero tampoco ya me enfado. Ahora me resulta indiferent­e.

LA PANDEMIA “Atribuimos poderes regenerati­vos al virus para mantener la moral alta”

LA FAMILIA

“Es un contenedor en el que las virtudes y los vicios de los humanos se funden y se confunden”

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EMILIA GUTIÉRREZ / ARCHIVO El napolitano Domenico Starnone conversó por correo electrónic­o

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