El mejor piropo
Un día dijo doña Concepción Arenal: “Cuando se sabe lo que pasa en las prisiones, en los hospitales, en los manicomios, en los hospicios, en las inclusas; cuando se ven miles de niños preparándose al vicio y al crimen en la mendicidad, y cruelmente maltratados si no llevan el mínimo de limosna que sus verdugos les exigen; cuando se compara el precio de las habitaciones y de los comestibles con el de los jornales, que tantas veces faltan; cuando se considera el cúmulo abrumador de dolores que no se consuelan, de males a los que no se busca remedio, ocurre preguntar: ¿dónde están las mujeres?”
¡Dónde están las mujeres! En el correr de los años, una aquí, otra allá, una ahora, otra luego, no han faltado claras voces femeninas que, de modo aislado, hayan respondido valientemente al valeroso grito –casi un reto– de angustia y de reproche. Antes y después de doña Concepción Arenal, Florencia Nightingale, Herriette Beecher Stone, Josefina Butler, Francisca Bonnemaison de Verdaguer, nuestras anónimas enfermeras de África y aun –¿por qué no?– la mismísima mistress Pankhurst, clamaron con sus obras: “¡La mujer está aquí!” . Y siempre la resonancia de este grito –la tarea, la obra femenina– fue fecunda, aun dentro de su forzosa limitación. Esto, sin excluir siquiera la de la mártir del ridículo, la de la un día tan traída y llevada mistress Pankhurst.
Ahora, recientemente, en el año 1926, un grupo de mujeres de buena voluntad, de criterio amplio y conciencia sana, madres y esposas en su mayoría, entusiastas del bien, pero no desconocedoras del mal, se reunió aquí, en nuestra tierra, sin estridencias de mal gusto ni alharacas vanidosas, para responder colectivamente y con la mayor eficacia posible al grito –desgarrador todavía, resonante aún– de doña Concepción Arenal. Sin afán alguno de lucimiento personal, este grupo de mujeres, de señoras, se llamó “Comité Femenino de Mejoras Sociales”. Sin local donde reunirse tan siquiera y sin dar la más mínima importancia a estas cosas externas –el “aparato escénico” a que tan aficionadas somos las mujeres– el “Comité” se lanzó a actuar indistintamente en la calle, en la cátedra, en el periódico, donde quiera que le era dado hacer el bien. Para empezar publicó, a modo de programa, un pequeño manifiesto: “He aquí a las mujeres –entendí yo que entre líneas decía aquel brevísimo texto, tan conciso como justo y sensato–. No nos importan los honores políticos ni vamos a entretenernos en romper cristales y cuadros de museo en demanda del vote for women, como la desdichada mistress Pankhurst y sus secuaces. Pero queremos que la influencia –directa o indirecta, es igual– de nuestra buena voluntad pese en cierto modo sobre el complicado engranaje social; queremos aliviar siquiera en un granito de arena la montaña de pesadumbre que tantos inocentes, que tantos indefensos llevan a cuestas; queremos vigilar, asegurarnos, comprobar con nuestros ojos, con nuestros sentidos, con nuestra inteligencia, cómo los gélidos Hospicios se transforman en Casas Maternales –y esto no de nombre sólo, sino de espíritu antes–; cómo en las prisiones sopla más viento de regeneración que de venganza; cómo en los hospitales se da medicina eficaz al enfermo, caldo substancioso al convaleciente y amor y paciencia a todos; cómo se retribuye debidamente el trabajo de la mujer y se respeta su pureza y se protege su maternidad; cómo se aparta al niño del vicio y de la ignorancia y se le lleva por los senderos de la religión y de la cultura; cómo en las escuelas se glorifica antes la paz que la guerra; cómo, en fin... Mas, para encaminarnos hacia todo esto, nos es preciso revestirnos de la máxima dignidad. Para lo cual es indispensable llenar ciertas lagunas, verdaderamente infamantes para nosotras, que todavía quedan en nuestro Código civil.
Los artículos del Código civil cuya urgente reforma pedía en su breve manifiesto del año 1926 el
“Comité Femenino de Mejoras Sociales”, son los mismos que el 22 de mayo pasado combatió con enorme acierto la señorita Carmen Cuesta en su interpelación de la Asamblea. Gesto airoso y valiente; bello gesto, este de la señorita Cuesta, en tal momento portavoz inigualable de los anhelos del “Comité Femenino de Mejoras Sociales” y de los de todas las mujeres españolas conscientes.
Defender la propia dignidad contra un espíritu y una letra que –literalmente, virtualmente– equipara nuestra condición femenina a la de “los penados por delitos de robo, hurto, estafa, falsedad, corrupción de menores o escándalo público; a la de los condenados a pena corporal; a las personas de mala conducta o que no tuvieran manera de vivir conocida; a los quebrados y concursos no rehabilitados, etcétera”...; protestar de la crueldad que nos arranca la tutoría de criaturas a las que como propias amamos, a las que educamos y ¡Dios sabe a costa de cuáles esfuerzos!; tal vez mantenemos, para ponerla en manos de cualquier indiferente sin otro título para ello que el de ser varón; sonreír irónicamente ante el absurdo que supone no creer en nuestra fe de testigos, sino ¡en tiempo de epidemia!; luchar por la conservación de los plenos derechos maternos, aun cuando la ley del amor –o acaso el mismo afecto maternal– haya hecho aceptar a la mujer viuda para sus hijos un segundo padre; combatir la imprevisión que, económicamente, deja a la mujer indefensa, atada de pies y manos, a merced sólo de las supuestas caballerosidad, buena fe y excelente administración de un compañero a quien acaso no adorna ninguna de tales cualidades..., cosas son éstas que por voz de la señorita Cuesta se han dicho por primera vez ante quienes pueden remediarlas. Y se han dicho dulce, suave, cristianamente; no con el tono roto y agrio del rencor y la ira, sino con el acento claro y sereno del amor y de la justicia. Y ello es lo que, precisamente, más valor les presta.
¿Tendrá el gesto valiente y noble de la señorita Cuesta la eficacia deseada? En la Asamblea, durante la referida interpelación, pudo la oradora escuchar entusiastas aplausos... y ver algunas incomprensivas sonrisas. No importa. No hay camino que, más o menos largo, más o menos penoso, deje de llevar a un fin, si se emprende con paso firme y seguro. Por de pronto, yo creo que todas las mujeres de España –como ya ha hecho el referido Comité– debieran mostrar a la señorita Cuesta su gratitud, darle ánimo y ayuda en la dura tarea... Porque...
He aquí que en estos días en que tanto se debate la cuestión –¡trascendentalísima!– de si “el piropo, sí” o “el piropo, no”, resulta más que nunca, oportuno recordar la garbosa frase de Ossorío y Gallardo, quien dice que a los piropeadores que tienden, galantes, la capa a nuestros pies femeninos, debemos contestar: “Donde, pone usted la capa...; ponga usted el Código.”
“Este grupo de mujeres, de señoras, se llamó ‘Comité Femenino de Mejoras Sociales’”
“Que la influencia de nuestra buena voluntad pese en cierto modo sobre el complicado engranaje social”