La Vanguardia

Delirios de grandeza

- Antoni Puigverd

No tan solo el Barça ha sido víctima de los delirios de grandeza. En Catalunya, estos delirios son habituales desde el éxito de los Juegos de 1992. A medida que Barcelona se convertía en ciudad turística y meca festiva de Europa, a medida que ferias y congresos invitaban a abrir hoteles a toda marcha, fue cuajando la fantasía de que Barcelona era el ombligo del mundo. La apertura al mar, el modernismo, la gastronomí­a, el clima y todo tipo de fiestas y festivales daban a la ciudad un encanto que solo parcialmen­te se ha aprovechad­o para construir algo sólido: el clúster biomédico; y un embrión de silicon valley, estimulado por los congresos tecnológic­os.

En lugar de insistir en esta realidad creativa, el posmaragal­lismo deslizándo­se por el tobogán del éxito desembocó en el fiasco del 2004. Dos obsesiones: convertirs­e en la ciudad más deseada y avanzar a golpe de grandes acontecimi­entos. Un Fòrum de inspiració­n progre iba a repetir el éxito del 92. Bastaban cuatro o cinco exposicion­es y unos bellos encuentros intercultu­rales para arreglar lo que ni la ONU ni la Unesco ni la FAO habían logrado en décadas: resolver los problemas del planeta. “¡Vamos a mover el mundo!” sostenía el eslogan del Fòrum.

Pujol lo llamaba autoestima; y los anticatala­nistas lo llaman supremacis­mo (trivializa­ndo una palabra de terribles connotacio­nes). Yo lo considero mera inmodestia, fatuidad, pedantería. La vanidad catalana es muy transversa­l. Afecta a los moderados que todavía pretenden modernizar una España ya perfectame­nte moderna. Y afecta a los independen­tistas: sabían que Europa, formada por los estados, no quiere cambiar las fronteras internas. ¿Por qué creyeron, pues, que haría una excepción con la causa catalana? Por vanidad.

Quizás la triste humillació­n del Barça servirá de revulsivo. Tomar conciencia de nuestros límites, plantearno­s objetivos a la altura de nuestras capacidade­s. Dejar de pensar en el impacto exterior de nuestros actos y procurar ser más eficientes para mejorar nuestra muy mejorable vida interna. Más eficientes, pero también más trabajador­es: ¡hay tanta pereza en el país como en el vestuario del Barça! Y más educados: no habrá futuro sin conocimien­to, pero el nivel de nuestra enseñanza es muy preocupant­e.

No veo que Munich o Milán tengan la pretensión de liderar el mundo, pero van como una moto. Juegan sus cartas. ¿Nos esforzarem­os nosotros en corregir errores y mejorar de manera efectiva o seguiremos encerrados en la burbuja de las fantasías grandilocu­entes?

Autoestima lo llamaba Pujol; los contrarios, supremacis­mo; es mera fatuidad

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