La Vanguardia

El agosto de la Covid uniformiza los barrios de Barcelona

▪ Las calles y plazas de la ciudad recuerdan a la época preolímpic­a, antes de su despegue turístico

- Óscar Muñoz Barcelona

Gràcia debía volver a ser esta semana una marea humana –para muchos, excesiva– con su popularísi­ma fiesta mayor, la multitudin­aria cita de cada agosto en Barcelona. Las calles engalanada­s, las cenas populares, las orquestas, el jolgorio... Pero no ha podido ser. El maldito virus lo ha impedido. Estos días, la antigua villa es un barrio más en una ciudad que trata de sobreponer­se al azote de la Covid-19, que no cesa. Además, la escasez de turistas –casi ni se les ve ni se les esque pera– ha devuelto a este popular enclave a épocas en las que en su apretado entramado urbano sólo se veían vecinos o como mucho otros barcelones­es. Y probableme­nte más aún en esta ocasión, ya que muchos han visto mermados o truncados sus planes vacacional­es. Aunque sobre esto no hay una única percepción. Hay quien sostiene que la gente ha marchado tanto o más que antaño, aunque sólo sea durante unos días y a destinos cercanos.

Este agosto de la Covid-19 barrios de la capital catalana habitualme­nte muy distintos se asemejan. ¡Y de qué manera! Darse una vuelta por Gràcia se parece a hacerlo, por ejemplo, por Sant Andreu o por Sant Antoni. Muchos reviven los veranos de la Barcelona preolímpic­a en la que los visitantes extranjero­s se considerab­an exóticos en casi toda la ciudad. O la reciente crisis del 2008, que se alargó muchos años y que en sus momentos más duros dejó a no pocas familias sin vacaciones. Este nuevo sobresalto social del 2020 tiene un efecto uniformiza­dor en la vida urbana.

Progrés, primer premio de adornos de la fiesta de Gràcia del año pasado con una aclamada recreación del mundo de Harry Potter, luce unos sencillos banderines que casi nadie ve, porque son pocos los que pasan por allí. “Es una pena, pero no podía ser de otra manera, fuimos de los primeros en decir que no se podía hacer una fiesta mayor, había ser responsabl­es”, explica Dani Vázquez, de la comisión de esta calle. Albert Capel, presidente de la aledaña Fraternita­t de Dalt, también muestra su pesar. “Pero lo vivimos con orgullo –precisa desde un pequeño puesto de venta de camisetas, gorros y otros souvenirs del festejo–, hemos colocado adornos simbólicos que nos ayudan a pasar estos días algo mejor que las semanas y los meses anteriores”.

Los vecinos no echan de menos la multitud que llenaba la vieja villa. “Para nada, eso no –subraya Dani–; lo que duele es no poder celebrar las comidas y cenas vecinales y disfrutar de las actuacione­s en la calle”. Y

GRÀCIA, DESCONOCID­A

“Las aglomeraci­ones eran excesivas, pero esto de ahora tampoco es normal”

VACACIONES EN SANT ANDREU

“Prefiero quedarme en el barrio con menos gente, más tranquilid­ad, me siento más segura”

es que en Gràcia incluso hay menos gente que los días de agosto sin fiesta mayor. Solo las calles principale­s que mantienen comercios abiertos –muchos están cerrados por vacaciones o por traspaso– tienen algo de movimiento, y las plazas, en las que las terrazas propician la relación al aire libre. “Ni tanto ni tan poco –afirma Antònia Caballé, que reside en Martínez de la Rosa–; las aglomeraci­ones eran excesivas, pero esto de ahora tampoco es normal, estoy muy triste”. De todos modos, allá donde hay más ajetreo, tampoco es para tirar cohetes. “Parece que hay miedo a venir, nos esperábamo­s algo más”, agrega María Torres, del bar-heladería Curuba, en la plaza de la Vila de Gràcia.

Muy parecido al de Gràcia es el ambiente en Sant Andreu de Palomar, la parte más antigua del antaño municipio, que mantiene aires de pueblo. No era antes de la crisis sanitaria muy frecuentad­o por los turistas. Que ahora tampoco lleguen no cambia nada. La coqueta plaza del Comerç es el refugio de algunas personas mayores, que quedan en los bancos a la sombra de los árboles día sí, día también. Joaquim Martí es uno de ellos. “No se puede estar en casa, hace mucho calor, aquí es otra cosa, se soporta mejor”, comenta. Enfrente, la heladería Brina trata de hacer su agosto. Pero le cuesta. “Tenemos menos de la mitad de clientes que hace un año, quizás la gente no se detiene tanto, sigue habiendo miedo al contagio”, apunta Sergio Galdeano, responsabl­e del establecim­iento. La percepción negativa es bastante general entre los comerciant­es. La comparte Susana Domínguez, del quiosco de esa misma plaza. “Hemos notado algo más de movimiento esta semana –precisa–, pero no vamos bien”. En la misma línea, Toni Pizcueta, de la churrería Sant Andreu, asegura que “aunque haya gente por la calle tenemos menos clientela de la que preveíamos, estamos muy por debajo del 2019”.

No es extraño que en agosto los comercios hagan vacaciones. Pero este año muchos mantienen la persiana subida para tratar de compensar, al menos parcialmen­te, los pésimos meses anteriores, muy castigados por la pandemia. En Sant Andreu parecía que la recuperaci­ón iba viento en popa. Pero en una primera valoración las ventas quedan este mes por debajo de lo esperado, avanza Pròsper Puig, presidente del eje comercial del barrio. Ajena a las cuentas de los tenderos, Anna Sabaté pasea por el Carrer Gran, bolsa de la compra en mano. “Pues yo no me he ido –comenta al ser preguntada por sus vacaciones-.¿para qué, para estar en tensión? Pues prefiero quedarme y disfrutar del barrio con menos gente y más tranquilid­ad, aquí me siento más segura”. Otros paseantes comparten su opinión.

SIN DESCANSO EN SANT ANTONI

“Llevo ocho años sin cerrar en verano tras muchos de obras; este tampoco podré”

Más de lo mismo en Sant Antoni, otro barrio popular, en este caso muy céntrico y últimament­e de moda a raíz de la remodelaci­ón del mercado y de la peatonaliz­ación de su entorno. La gran diferencia de este agosto es –y aquí sí se nota– que no hay turistas. Los bancos también se llenan de personas mayores que buscan la sombra. La gente pasea, las terrazas se llenan por las tardes cuando el calor afloja un poco... “Todo está tranquilo, es un agosto distinto”, comenta Maitihin Díez, vecina de la calle Floridabla­nca, que también ha decidido no irse de vacaciones. “Tenía que viajar en avión y me dio miedo”, apunta. El comercio aquí también trata de recuperars­e. Es el caso de la libreríapa­pelería Torradas, de la calle Manso. “Llevo ocho años sin cerrar en verano –lamenta su propietari­o, Ricard Torradas–; no podíamos hacerlo primero por las largas obras del mercado y después por las de las calles, que nos castigaron mucho, y este año, que la situación pintaba mejor, tampoco podré por el virus”. Aunque un respiro siempre viene bien. Que se lo digan a Maria Rosa Pericas, de 89 años, que vive encima de este establecim­iento. “He pasado cinco días en Montserrat con una amiga de 93 años”, explica con visible satisfacci­ón. “Y lo hemos pasado muy bien –asegura–. ¡Ningún problema, total confianza!”.

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ANA JIMÉNEZ Sin fiesta en Gràcia. Vecinos en una desértica calle Progrés, ganadora el primer premio de decorados el año pasado. Este 2020 luce unos sencillos banderines
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ANA JIMÉNEZ A la fresca. Los vecinos se refugian del calor en este agosto tan extraño. En la imagen superior, en la plaza de la Vila de Gràcia; a la izquierda, en las nuevas zonas peatonales de Sant Antoni, y, arriba, en la plaza del Comerç, en Sant Andreu
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ANA JIMÉNEZ

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