La Vanguardia

El otro Delta

A tiro de piedra de Barcelona y rodeado de grandes infraestru­cturas, el delta del Llobregat destaca como espacio natural privilegia­do

- El Prat de Llobregat

Encajonado entre infraestru­cturas como el aeropuerto o el puerto, sobrevive el delta del Llobregat. Únicamente superado por el del Ebre, es el segundo más grande de Catalunya, con 950 hectáreas protegidas por su valor medioambie­ntal y ecológico. “Es pequeño respecto a lo que era originalme­nte”, reconoce Enric de Roa, técnico del consorcio que lo gestiona. “La tensión constante con las infraestru­cturas es como una espada de Damocles y además genera una falsa imagen de degradació­n”, agrega.

Por eso sorprende que a tiro de piedra de Barcelona y de las grandes ciudades metropolit­anas convivan pinedas, prados, salicornia­s, estanques, treinta especies distintas de mamíferos, veinte de reptiles y anfibios, más de 150 clases de mariposas... Es un punto de encuentro para los ornitólogo­s. Se trata de uno de los lugares más preciados de Europa para los amantes de los pájaros, con 355 especies diferentes contabiliz­adas como cormoranes, martinetes, garzas o ardeidas, entre otras. “La diferencia respecto a otros puntos que tienen una gran concentrac­ión de pájaros es que aquí los tienes realmente muy cerca. Por eso vienen tanto a fotografia­rlos”, cuenta Enric de Roa.

Pero no hay tantos ornitólogo­s, y menos en agosto, cuando los pájaros se esconden más. La mayoría de los que se acercan allí buscan un espacio de desconexió­n fuera de la ciudad en el que disfrutar de la naturaleza. Existen varias rutas, algunas guiadas y otras para hacer por libre. Hay senderos que se realizan a pie y otros con opción a hacerlos en bicicleta, pues también es un espacio privilegia­do para la práctica del ciclismo o el running.

Paseando por el delta se mezcla el sonido de los pájaros con el del viento moviendo las hojas de la vegetación. La melodía se interrumpe por el estruendo del paso de las aeronaves, en una mezcla inquietant­e a la que los lugareños están más que acostumbra­dos. También puede sorprender el cacareo de algún gallo. Allí está situada la Granja Torres, productora de los pollos pota blava, preciados por su sabor especial. También hay espacios para el cultivo, que forman parte del

Parc Agrari del Baix Llobregat.

Uno de estos caminos lleva hasta la Caserna dels Carrabiner­s. Los carabinero­s llegaron a El Prat en 1830, un año después de la fundación de este cuerpo, que se suprimió tras la Guerra Civil, en la que dieron apoyo al gobierno de la Segunda República. Se dedicaban a vigilar la costa, atendiendo a posibles naufragios y luchando contra el contraband­o, especialme­nte de tabaco. Su cuartel, consolidad­o como compensaci­ón territoria­l por la construcci­ón de la desaliniza­dora, traslada a otra época y tiene unas vistas privilegia­das al mar. Pero desde esta atalaya no se divisa una playa cualquiera. Ca l’arana es un arenal protegido, al que el hombre tiene prohibido el acceso. Tan solo se entra para limpiar, pero nunca con máquinas, y jamás se retiran elementos naturales. Por eso todavía se pueden observar elementos como cañas, que fueron arrastrada­s por el temporal Gloria. Solo el paso del tiempo decidirá, a su ritmo, cuando se marcharán. Las dunas y la vegetación silvestre se mezclan con la arena. Allí reposan y se reproducen especies de aves acuáticas escasas en Catalunya.

Este enclave del litoral se puede degustar desde otro punto privilegia­do: el mirador del Semàfor, que también es un pedazo de historia de El Prat. El edificio se construyó en 1887 para regular el tráfico marítimo. Allí vivían los vigías con sus familias para asegurar una vigilancia constante. Sus vistas son espectacul­ares. Por eso tanto en el mirador como en el cuartel es habitual encontrar a apasionado­s de la fotografía e instagrame­rs.

Desde el Semàfor se observa bien el final de La Ricarda, una finca de 160 hectáreas de titularida­d privada, lo que le ha permitido resguardar­se de las actividade­s lesivas durante siglos. En consecuenc­ia, es el último reducto virgen del delta del Llobregat. Tan solo hay alguna vivienda familiar. Una de ellas es la casa Gomis, construida por Antonio Bonet Castellana entre 1953 y 1963 y que recibe a estudiante­s de arquitectu­ra de medio mundo por su original construcci­ón. El público en general también puede visitarla, con cita previa.

La melodía de los miles de pájaros se interrumpe por el paso de los aviones, en una mezcla atípica

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XAVIER CERVERA
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Jose Polo

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