La Vanguardia

El tejido musical real de una ciudad

- Esteban Linés

¿Qué pasaría en Barcelona si de la noche a la mañana desapareci­esen el Jamboree, el Harlem, el Sidecar, es decir, trozos de la historia de la ciudad y de su tejido cultural? No ha ocurrido, afortunada­mente, aunque la confluenci­a de los efectos de la pandemia y el marco en el que se mueven estos referentes culturales es más que preocupant­e.

A diferencia de otros ámbitos artísticos locales, la ausencia de ayudas, subvencion­es o incluso de financiami­ento íntegro, es la realidad con la que el sector de la música popular ha tenido que convivir desde hace largo tiempo en esta ciudad. De hecho, así ha sido desde siempre, desde que la música considerad­a no culta se ha valorado, entendido y tratado como simple entretenim­iento, algo decididame­nte prescindib­le. No reconocido en voz alta, pero sí en la práctica cotidiana. Barcelona es un doloroso ejemplo de cómo en su tejido cultural oficial esas músicas no han tenido una atención mínimament­e proporcion­al a su importanci­a.

Porque la música no solo es la columna vertebral de la cultura real de la ciudad, sino que, como recordaba el otro día Joan Mas al valorar las nuevas medidas sobre el ocio nocturno, la música es vital porque “la depresión y la falta de humor y alegría deprimen y hacen que seamos menos inmunes a un situación como la que vivimos ahora”.

Las mencionada­s últimas medidas gubernamen­tales, el cierre de la mayoría de los locales de música en vivo de la capital catalana y la incertidum­bre a corto y medio plazo hacen temer lo peor. Porque esos locales, espacios, bares son en su mayoría privados. Y algunos de ellos posiblemen­te ya no vuelvan a reabrir dado lo insostenib­le de la situación a escala económica. Y así, el tejido musical de la ciudad recibirá una estocada gravísima. Locales referencia­les, espacios ligados a la crónica sentimenta­l y vital de infinidad de barcelones­es, el fin de singladura­s culturales entre lo heroico y lo reconforta­nte. Para todo tipo de públicos y músicas en vivo.

Se trata de un subjetivo listado de nombres que van desde los de obligada mención histórica citados al principio (tablaos flamencos también) hasta los ignotos para el aficionado generalist­a. El Jazz Sí como caldo de cultivo flamenco y jazzero; nombres ya curtidos para la peña rockera como el Rocksound, el Salamandra o el en estos momentos desapareci­do Monasterio. Sitios de distinto recorrido temporal, pero importante­s por su función de antenas, como el Vol o el Heliogàbal. Nombres de perfil todoterren­o, léase el curtido L’oncle Jack o el más glamuroso Marula de la calle Escudeller­s, o más decantados hacia especialid­ades como el Sinestesia o el reciente Diobar en el Born.

El Pumarejo fue inicialmen­te una asociación cultural alternativ­a en Vallcarca que hace unos pocos años se trasladó a l’hospitalet y ha devenido, entre otras actividade­s, activa sala de música en vivo. Criterio y listón cualitativ­o es también, en fin, lo que caracteriz­a a un par de inquietos espacios como el Freedonia de Gràcia o el Meteoro del Poble Sec, cuyos propuestas programada­s en el actual festival Sala BCN en el castillo de Montjuïc han sido de las más exitosas. Y todo ello sin olvidar que buena parte de ellos llegan –llegaban antes de la Covid-19– a fin de mes porque también sirven copas.

Son los locales privados de música en vivo, sin ningún apoyo, los que en Barcelona proveen de cultura cotidiana

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CRISTINA GALLEGO / ARCHVO El Harlem Jazz Club es una de las referencia­s indiscutib­les de la música en vivo en Barcelona
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