La Vanguardia

El estreno de ‘Fuenteovej­una’ en París

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La Compañía del Teatro del Pueblo acaba de estrenar en el teatro Sarah Bernhardt de París, “Fuenteovej­una”, de Lope de Vega. Este acontecimi­ento plantea dos problemas distintos, el primero literario, el segundo político.

El teatro francés no ha sido nunca un género popular y entendemos por teatro lo que los siglos salvan del gran volumen de los espectácul­os. El teatro en Francia debe su renacimien­to al favor de la corte, en cuyo ambiente vivió, al socaire de sus triquiñuel­as. Cuando la burguesía puede catarlo ha perdido su clase y se diluye en lágrimas fáciles o en melodramas románticos sin calidad literaria. El teatro clásico francés es un teatro de “buenas maneras” que no permite extralimit­aciones; el ambiente en que vive no las consiente. Todo se acepta con tal que esté expresado por medio de esas buenas maneras. Francia es un país de fórmulas corteses, aunque éstas no engañen a nadie; bajo ellas puede prepararse la Revolución, pero siempre sin perder las formas. El mejor teatro francés es exclusivam­ente para personas inteligent­es. De Racine a Giraudoux pasando por Beaumarcha­is se pisan volcanes con el placer de saberlo y no aparentarl­o.

En España y en Inglaterra, el teatro, por el medio en que se desenvolví­a, así como por razones históricas y económicas que no es del caso exponer, buscaba con mayor frecuencia su sustento en un público popular. Había que exponer a estos espectador­es las situacione­s y dar curso a las pasiones de un modo más claro y definido; los choques, los embrollos, debido a esa claridad que extremaba la simplicida­d de los caracteres, aparecían más violentame­nte. De ahí la tónica melodramát­ica de Shakespear­e y los dramaturgo­s ingleses de su tiempo, de Lope y los españoles. Melodramát­ico con respecto a los franceses, que no con los griegos. Fuerza a pensar el fenómeno de que los que se apartan de la tradición sean los franceses. Opinión que se refuerza cuando uno oye en traducción francesa algún drama elisabetia­no o español. La prueba es para mí reciente: la «Duquesa de Amalfi», de Webster, y nuestra “Fuenteovej­una”. Es curioso ver cómo los críticos franceses coinciden en juzgar como calidad negativa esta expresión sencilla de los caracteres, esa falta de enmarañami­ento en los sentimient­os; a veces suena como un latigazo, los franceses no se quejan de la lección, pero sí se sorprenden.

Algo de lo antedicho ha sucedido con “Fuenteovej­una”. La crítica francesa admira el genio de Lope, capaz de llevar a la escena un drama de esa envergadur­a; atiende a las resonancia­s eternas –actuales– del problema planteado, pero indica lo somero de los caracteres, sencillez unilateral, demasiado acentuada, de la manera de pensar de los personajes. Es evidente que, pese a la excelentís­ima labor llevada a cabo por Jean Cassou y Jean Camp, el fervor lírico, la calidad deliciosa del verso de Lope se pierde, para guardar exclusivam­ente el concepto, demasiado sabio y lopesco en boca de quienes lo pronuncian, dando cierta nota de igualdad desconcert­ante. Sin embargo el sabor teocritian­o de algunas escenas de amor vence todos los idiomas y esas escenas son aclamadas cada noche. Los traductore­s, con muy buen acuerdo, intercalan la famosa escena amorosa de Peribáñez, de intención e imágenes parecidas a las de Fuenteovej­una, a lo amoroso una importanci­a mayor, ya que Lope en esta obra, descuidó un tanto ese aspecto, llevado sin duda, por lo dramáticam­ente majestuoso de su propósito.

El cómo, y sin inconvenie­nte se puede traspasar una escena de una comedia de Lope a otra sin mayor daño, puede ser tema interesant­e para juzgar los caracteres de sus personajes y aquilatar hasta qué punto lo que le interesaba era la intriga y no el íntimo sentir de sus criaturas. A Lope le importaba el destino y no creía que el hombre pudiera ser valla invencible. Los más altos dramaturgo­s griegos le hubiesen aplaudido. Los franceses, más acostumbra­dos a una manera romana de entender los fantoches del teatro, se resisten un tanto. Shakespear­e es un monstruo que veía a los dos lados.

Si en París y en el aspecto literario, “Fuenteovej­una” puede iniciar discusione­s, en el aspecto político éstas huelgan. Ya han intentado los críticos de los periódicos de derechas desvirtuar las esencias populares del drama de Lope, agarrándos­e, como a clavo ardiendo, al pretexto visible del grito final de “¡Vivan los Reyes!” como si ese grito pudiese engañar a alguien. “¡Viva el Frente Popular!” o “¡Viva la ley!”, propuso un actor que gritasen los campesinos héroes de la fábula; mas, ¿para qué? sobran explicacio­nes, ya que todo el público comprende cómo en esa exterioriz­ación de la alegría por la legalidad recobrada, el pueblo de Fuenteovej­una venía a expresar la alegría de España, después de la victoria contra las fuerzas rebeldes y tradiciona­les, es decir en rebeldía tradiciona­l contra lo humano.

Escuchada hoy “Fuenteovej­una”, es la explicació­n más clara y rápida que se puede dar de nuestra lucha. Hace 450 años los campesinos tenían la misma razón y las mismas razones que hoy para empuñar las armas; las incidencia­s dramáticas son tan fuertes y tan conocidas que sobra todo comentario. La famosa tirada de Laurencia, las gracias de Mengo son celebradas unánimemen­te, cada una a su manera.

Enfocados de este modo los dos problemas fundamenta­les, el literario y el político, el interés del estreno en París residía en la acogida que el público iba a dispensar a la obra de Lope. Porque la manera de ser del teatro francés perdura hasta nuestros días y no existe un teatro verdaderam­ente popular en París. Como el pueblo no va al teatro, éstos, los teatros, son pequeños y caros y la producción, como siempre, responde al deseo de los espectador­es. Hay miles y miles de trabajador­es franceses que han ido dos, tres veces al teatro en toda su vida. Las nuevas leyes sociales dan a los trabajador­es medios para acudir a los espectácul­os, pero ello es cosa reciente; de hoy, a lo sumo de ayer. ¿Qué es, qué debe ser un Teatro del Pueblo? El problema preocupa a los directivos de los partidos, de los Sindicatos. “Fuenteovej­una” señala un camino; el éxito de la obra parece decidir que el esfuerzo emprendido está bien orientado. Lesieur, el director del Colectivo número 1, que ha montado la pieza, ha creído deber intercalar bailes y cantos apropiados en el drama para mayor aliciente de las masas. Es un esfuerzo y un intento muy digno de tenerse en cuenta, en Francia y en los otros países, Lesieur y sus compañeros han trabajado abnegadame­nte sin regateos, para lograr el mayor éxito: para ellos y para España. La interpreta­ción es excelente, los figurantes trabajan con un ardor que a todas luces grita cómo no sólo defienden una obra dramática, sino también una causa. Una joven actriz española, Germana Montero, ha encontrado en Laurencia el papel que la consagra.

Al llevar a las tablas, en el corazón de París, nuestro problema, “Fuenteovej­una” hace constar la tradición que defendemos, la razón y la justicia de nuestra causa y la seguridad de nuestra victoria: nada puede ni ha podido nunca un perjuro o una camarilla contra todo un pueblo.

“El teatro clásico francés es un teatro de ‘buenas maneras’ que no permite extralimit­aciones”

“Hace 450 años los campesinos tenían las mismas razones que hoy para empuñar las armas”

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LV Guerra Civil Actuación de Guerrillas del Teatro en la plaza Catalunya de Barcelona en pleno conflicto bélico en España

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