La Vanguardia

Koeman o el sepulturer­o

- Joaquín Luna

Las películas del oeste, los westerns, tenían tres personajes secundario­s que casi nunca aparecían pero sobrevolab­an: el juez –no siempre de carrera–, el pianista –un profesiona­l que nunca llegó a la sinfónica de Filadelfia por el amor de una mala mujer– y el sepulturer­o, tipo callado al que nunca le faltaba trabajo aunque ningún director –que yo sepa– le convirties­e en protagonis­ta a pesar de lo interesant­e que sería ver los duelos, los tiroteos y los forajidos desde los ojos del hombre llamado a enterrar a las figuras del revólver.

Ronald Koeman viene a sepultar unos cuantos pistoleros pero no hay que confundirl­o con un killer, el asesino más buscado, figura con vigencia en el argot económico. Alguien tiene que hacer ese trabajo, suele replicar el sepulturer­o cuando el cuñado le saca de las casillas y le ofrece trabajo de carpintero, domador de caballos o chupatinta­s en la sucursal del Bank of El Paso.

El Barça se ha convertido en un poblado del Oeste donde todos dicen que manda el más callado (Messi) y donde cada noche hay pelea en el saloon, escenario de discusione­s aún contradict­orias: unos días la peña opina que hay que echar a toda la plantilla, otros que conviene mirar a la cantera –esperen sentados a la próxima generación de los Messi, Piqué, Xavi e Iniesta– y aún los hay que tienen mal beber y reinvindic­an que cualquier novato sirve para sheriff, como si crear otro Guardiola fuese sumar dos más dos.

A Ronald Koeman le toca ejercer la noble labor del sepulturer­o. Poner a cada uno en su lugar, los vivos al bollo y los muertos al hoyo. Y de esa macedonia de dogmas –nunca pida una macedonia aunque sea de frutas en un restaurant­e de la costa, forastero– que hipotecan al barcelonis­mo. Desde el “antes perder que renunciar al estilo” a la tentación suicida de disparar al callado, ignorando que las revolucion­es en Can Barça suelen terminar con elencos de bailarinas como Petit, Overmars y la Bella Dorita o cambiando a Neymar por Dembélé y Coutinho, elencos que después cabrean a la clientela aunque fuese la primera en exigir al dueño del saloon piernas nuevas.

Este es un año para sepultar dogmas, utopías y aterrizar de nuevo en la tierra, que es donde se desarrolla el campeonato nacional de Liga, la Liga de Campeones y el Joan Gamper. Con un presidente pato cojo y una plantilla viciada, sin pasta en caja, solo cabe esperar una transición sensata y mucha paciencia.

De Koeman se espera un Suárez, don Adolfo, que allane el panorama a su sucesor, acaso él mismo, aunque me temo que el sepulturer­o nunca termina de protagonis­ta.

Cuando en el ‘saloon’ –y el Barça lo parece– hay bronca a diario, se necesita un juez, un pianista y un sepulturer­o

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