La vuelta al cole es la prioridad
Además de consecuencias sanitarias y económicas, la crisis de la Covid-19 las tiene también educativas. Ya se vio al final del anterior curso, cuyo último trimestre tuvo que ser suspendido en marzo. Y se va a ver quizás con mayor crudeza en el inicio del curso 2020-2021. De hecho, se está viendo ya. En menos de cuatro semanas se abrirá en Catalunya dicho curso, y el panorama es bastante desconcertante. Hay discrepancias entre los departamentos de Educació y Salut, porque este desaprueba los protocolos para el regreso al cole elaborados por aquel, al considerarlos laxos. Hay protestas de profesores y padres, que opinan que no se dan las condiciones de seguridad necesarias para un regreso a las aulas sin riesgo para los alumnos. Hay serias dudas sobre la posibilidad de que el curso, si finalmente arranca como se espera, pueda desarrollarse sin interrupciones. Y hay también la sensación de que las autoridades no han obrado con la diligencia necesaria para evitar que todo esto sucediera.
La de la Covid-19 es una crisis de efectos desestabilizadores y gestión muy difícil, dada su imprevisible evolución. Vaya esto por delante. Batallamos contra un virus sin precedentes en los últimos decenios, que ha trastocado las rutinas sociales. Lo constatamos en abril, cuando saturó las unidades de cuidados intensivos, las puso al borde del colapso y de paso impuso un oneroso frenazo a la actividad económica. Se dijo entonces –y era en cierta medida cierto– que la pandemia nos había pillado de improviso; que al igual que en Italia, y a diferencia de lo sucedido en países como Alemania, nos había sorprendido por completo. Pero, pasados seis meses desde la primera expansión del virus, ni la excusa de la sorpresa es ya pertinente, ni la improvisación o la demora son ya de recibo.
En primavera se temía ya que en otoño llegara una segunda oleada de la enfermedad. Por desgracia, no hubo que esperar tanto. Tras superar su pico y una posterior fase de declive, repuntó al llegar el verano. Es verdad que con otro formato, con rebrotes localizados que obligaron a confinamientos selectivos. Pero también es verdad que se produjeron en una cantidad y con una frecuencia suficientes para alertarnos de que habría que convivir con la enfermedad por un tiempo que, ahora, sólo podemos seguir calificando de indefinido.
Con esta certeza sobre la mesa, sorprende el poco consenso que hay, en el seno de un mismo Gobierno, sobre cómo afrontar el nuevo curso. También la parsimonia con que se trata de corregir ese déficit. Educació y Salut acaban de establecer una nueva pauta de reuniones para coordinar protocolos. ¿No podrían haberlo hecho antes?
La evolución de la pandemia aconseja afrontar el curso con menos alumnos por clase. Educació había dicho entre 25 y 30. Salut invita a reducir estas cifras al mínimo. Eso, o hallar locales mayores, o doblar turnos, lo cual obligaría a aumentar el número de profesores. Hay partidas extras para eso y se ha dispuesto la contratación, en Catalunya, de unas 8.000 personas más, la mitad docentes. Aun así, no parece que el horizonte se haya despejado. Ni que la educación telemática sea una alternativa satisfactoria a la presencial. Ni que, si las clases se suspenden, muchos padres puedan conciliar sus deberes familiares y laborales sin descuidar estos y perjudicar la estabilización económica. Así las cosas, en Madrid los sindicatos anuncian huelgas porque creen que las condiciones del regreso no son aceptables.
Quizás esto último no mejore la situación. Una vez extremadas las precauciones sanitarias, hay que asegurar el derecho a la educación. No puede dejarse sin clase a los jóvenes. La coyuntura es compleja y pide imaginación. Y, sobre todo, exige la prioritaria atención de unas autoridades que, ante el inicio de curso, tienen la oportunidad de reivindicarse gestionando con éxito este grave asunto. No hay otro más urgente.
La sorpresa que alegaron algunas autoridades hace medio año, cuando llegó el virus, ya no es de recibo