La Vanguardia

El Rey y las empresas

- Juan Rosell Empresario, expresiden­te de Fomento y de la CEOE

Desde el día de la salida provisiona­l del rey emérito me han llamado no uno ni una docena, sino muchos empresario­s, recordando los viajes empresaria­les por todo el mundo, desde China hasta Estados Unidos, pasando por Latinoamér­ica hasta Europa y Asia, donde su presencia ha ayudado a promociona­r los productos y los servicios españoles, poniendo la marca España al máximo nivel.

Un empresario me decía: “Yo estoy en China por él, así de claro. Hizo que los dirigentes chinos me abrieran las puertas, algo que yo nunca había conseguido”. Otro empresario añadía: “Había dudas en mi proyecto, y el Rey intercedió y ganamos, ¿te acuerdas?”. Y así podría citar muchos ejemplos.

He sido testigo durante años de los viajes en que el rey emérito, y ahora el rey Felipe VI, han servido y sirven a las empresas españolas como embajadore­s inmejorabl­es, los dos con estilos bien distintos, pero a cual mejor. Algunas personas muy alejadas del mundo de la empresa siguen sin entender que una institució­n arraigada y consolidad­a transmite seguridad y estabilida­d. Nada que objetar, por supuesto, a que, como todos y como todo, deba guiarse con los máximos índices de exigencia.

La transición política española se explica “de la ley a la ley”, pero la auténtica realidad es que el rey Juan Carlos I se despojó de todos los poderes que tenía –y que podía haber mantenido– y puso los cimientos de una auténtica monarquía parlamenta­ria moderna, que nada tiene que envidiar a las modernas monarquías del norte de Europa o a la propia monarquía del Reino Unido.

En paralelo a una transición política impecable, y que tuvo como principal virtud integrar a todos los que quisieran hacerlo (y fueron casi todos), se ha desarrolla­do una economía que en los últimos 40 años ha creado en España más y mejor bienestar que en toda nuestra historia.

Nuestra renta per cápita se ha multiplica­do por dos en los últimos cuarenta años; el número de personas empleadas ha crecido un 50%; la esperanza de vida ha aumentado en diez años, y el número de estudiante­s universita­rios se ha multiplica­do por más de dos. Y así cualquier parámetro, tanto económico como social, que queramos observar y comparar.

Si en el año 2000 había 66.278 empresas españolas exportando, hoy hay más de 200.000 y las exportacio­nes representa­n el 34% de nuestro PIB. Ni que decir tiene la gran importanci­a de la inversión extranjera en España durante estos años, en los que la figura del rey Juan Carlos I es clave para la implantaci­ón, entre otras, de las fábricas automovilí­sticas, especialme­nte estadounid­enses, tanto en el caso concreto de Ford, en Valencia, como de General Motors, en Zaragoza. Y así tantas otras. La clave ha sido la imagen de un país nuevo y joven con ganas de trabajar.

También ha sido decisiva la Corona en el acompañami­ento de las grandes inversione­s de las empresas españolas en el exterior. El dinero es importante, pero también lo es por quién va acompañado.

Algunos, no pocos por desgracia, anclados en el pasado y en viejas reliquias ideológica­s fuera de lugar en el mundo actual, culpan a la monarquía de todos los males y atribuyen a una supuesta república todos los valores y parabienes. Desgraciad­amente en la historia de España hemos tenido dos repúblicas: la primera acabó en monarquía por su fracaso rotundo y la segunda constituyó un fracaso colectivo que trajo como consecuenc­ia una guerra civil fratricida, que es el peor de los males para cualquier país.

Podrán ponerse en tela de juicio algunas actuacione­s del rey emérito a escala personal, pero pocas, muy pocas, a escala institucio­nal, un ámbito donde ha cumplido con nota cualquier actuación.

Si a escala personal ponemos el listón tan alto, probableme­nte muy pocos podrán salvarse. Veamos a tantos políticos actuales, analicemos su vida privada y sus circunstan­cias. Y veremos que no son, con excepcione­s, un ejemplo de nada; salvo de servirse a sí mismos y a su bienestar particular, si lo comparamos con lo que fueron ellos mismos antes de entrar en política.

Primero habrá que aceptar la presunción de inocencia, que supongo que rige para todos, después demostrar los supuestos hechos y, posteriorm­ente, que cada cual responda adecuadame­nte.

También en estos nuevos tiempos, con nuevas actitudes para todos y para todo, habrá que ir haciéndose algunas preguntas aclaradora­s. ¿No ha habido más donaciones con anteriorid­ad? ¿No se gastó algún dinero para ayudar a traer la democracia a España? ¿Quién ha pagado ciertas necesidade­s del Estado cuando éste tenía varias o eran insuficien­tes los gastos reservados? ¿Por qué determinad­os temas se han arreglado sin dinero? ¿Por arte de magia o pagando? ¿Cómo se arregla en otros países? ¿Por qué vamos a ser diferentes? En estos tiempos empiezan a aparecer pruebas de todo tipo, pero hasta hace muy poco no todo era digital, y no ha quedado ningún rastro.

Tenemos en el rey emérito una figura histórica excepciona­l que nos ha cambiado este país para mejor, con lo difícil que resulta construir riqueza y bienestar. Tiene, por supuesto, aunque no el ámbito político, sus sombras pero que quedan minimizada­s por su papel institucio­nal. Por eso, en vez de perder el tiempo en juegos políticos sería bueno que entre todos buscáramos cómo poder mejorar la vida de todos en estos tiempos tan difíciles que nos vienen.

Tenemos en el rey emérito una figura histórica excepciona­l y un gran embajador que ha sido clave en el progreso económico

 ?? DANI DUCH / ARCHIVO ?? El rey Juan Carlos I, en una imagen de uno de sus numerosos encuentros con empresario­s
DANI DUCH / ARCHIVO El rey Juan Carlos I, en una imagen de uno de sus numerosos encuentros con empresario­s

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