Don Quijote, en la cola para las pruebas PCR
Malestar entre vecinos de l’hospitalet porque el cribado en busca de casos asintomáticos se hace solo a personas de entre 18 y 40 años
Hay lectores voraces y apasionados del siglo de oro que parecían predestinados desde el bautismo. Es el caso de Tirso.
Tirso González, de 43 años, erudito cervantista y agente cívico, es uno de los muchos personajes interesantes del centro municipal Torre Barrina, en el parque de la Marquesa, de l’hospitalet de Llobregat, donde ayer comenzaron los cribados para detectar casos asintomáticos de Covid-19.
Los destinatarios de las pruebas PCR son de Collblanc y la Torrassa, de entre 18 y 40 años. Tirso y sus compañeras tuvieron trabajo extra para disuadir a quienes no se hallaban en esa franja. El cronista da fe de que se aceptaron casos por debajo y por arriba de esas edades. ¿Dónde acababa la manga ancha? Nadie lo sabía. Maribel Sánchez, de 47 años, se indignó porque la rechazaron, aunque a las 13.30 horas, cuando acudió, no había casi nadie.
“El lunes –explicaba– me reincorporo a mi trabajo. Somos 50 compañeros... ¿Y si los contagio? No me aceptan por criterios epidemiológicos. Me recuerdan medidas de seguridad que me sé de memoria. ¡Trabajo en un laboratorio farmacéutico! Y me dicen que no me preocupe, que esto es por prevención, pero los baremos deberían ser más generales, y las personas activas y en edad laboral tendríamos que estar incluidas. Porque si caemos, cae todo”.
No fue la única disconforme, ni mucho menos. El problema es que al principio se dijo que los análisis se harían a asintomáticos, preferentemente de entre 18 y 40 años. En caso de tos, fiebre o dificultades respiratorias se ha de llamar al ambulatorio para “las pruebas oportunas”. Pero ¿y la inmensa mayoría de personas que, como Maribel, no tienen síntomas y quieren salir de dudas?
Por la mañana hubo momentos en que las colas duraron más de dos horas. La temperatura era de 30 grados, con una humedad relativa del 80%. El sol era inmisericorde; las sombras, muy buscadas; y los toldos, solo tres. Antes de las 14 horas se colocaron dos más, que poco cobijo dieron por las distancias de seguridad. Una vez en el interior de Torre Barrina, una masía de 1867, lavado de manos y toma de temperatura. “En dos minutos te lo hacen todo. No duele. Lo que sí duele es enfermar. El lunes sabré el resultado”, dice el uruguayo Edgar, que dejó su bici atada a una farola.
El parque de la Marquesa, donde todo pasa, es como Villanueva del Arzobispo, en Jaén, que ni es villa ni nueva y tampoco tiene arzobispo. Estos jardines se crearon en 1978 en unos terrenos de las hermanas Farnés, muy ricas, pero no marquesas. Los cribados seguirán del lunes al jueves. Los barrios y municipios catalanes que han precedido a Collblanc y la Torrassa realizaron 21.216 análisis y detectaron 513 positivos asintomáticos (el 2,4 del total).
El calor, la espera y el malestar de los rechazados fueron capeados con profesionalidad por los agentes cívicos. “Som una gran ciutat”, se lee en su polo. Tirso González es uno de ellos. Luce un tatuaje en la pantorrilla con don Quijote, Sancho y un molino. Eso, y un libro con un lema. Ojalá esa frase suya resuma nuestra relación con la pandemia: “Sufriremos, pero aprenderemos”.
Licenciado en Humanidades y con un máster, fue alumno de sabios como el profesor Domingo Ródenas o el catedrático José María Micó, cuya traducción de la Comedia de Dante para Acantilado pone por las nubes. Cuando alguien saca a relucir a Cervantes, un embalse de conocimientos se desborda en Tirso, que apabulla a su contertulio con su humildad y su torrente de conocimientos. Su trabajo final de grado, Autorretrato sin pincel, máscaras cervantinas, destila su pasión por la literatura y su erudición sobre el autor de El Quijote.
Agente cívico es un trabajo más que digno. Dignísimo. En un país normal, sin embargo, personas así tendrían que estar dando clases. Pero esa es otra pandemia.
“No me hacen el test porque tengo 47 años, pero el lunes vuelvo al trabajo y no sé si soy positiva”, dice Maribel