La Vanguardia

La Mola reina en el Vallès

La Mola corona el parque natural de Sant Llorenç del Munt i la Serra de l’obac. Sorprenden el monasterio románico y el restaurant­e, donde todo el material se sube con burros

- Paloma Arenós

La Mola mola. Es un tópico inevitable porque esta montaña de 1.103 metros de altura es la reina del Vallès y un paisaje referente cotidiano desde muchos puntos de la comarca. Siempre acompaña. “Su silueta nos anuncia que estamos en casa”, afirma Anna Sánchez, técnica del Servei de Turisme del Consell Comarcal del Vallès Occidental. Reconoce que está tan llena de atractivos que seduce tanto a senderista­s como a fotógrafos, deportista­s, familias, amantes de la naturaleza, devoradore­s de carne a la brasa, admiradore­s del románico, practicant­es del turismo de km-0 o coleccioni­stas de símbolos emocionale­s.

En la cima, hay dos joyas unidas por una gruesa pared: el monasterio románico de Sant Llorenç del Munt, originario del siglo XI, y el restaurant­e La Mola, donde todo el material (comida, bombonas, oficina, higiene, limpieza…) se sube a los lomos de burros –cuidadísim­os y queridísim­os por sus dueños, por cierto– y el personal asciende y baja, a diario, para poder trabajar. Por lo tanto, “hay que ser de una pasta especial para este oficio. Te tiene que gustar mucho porque es realmente duro”. Lo confirma Gemma Gimferrer, hija de Josep Gimferrer y Teresa Tortosa, quien junto a su hermano Xavier, se instalaron a vivir en diciembre de 1966, cuando ella tenía 6 añitos, en la casa anexa al monasterio, donde ya funcionaba un pequeño bar con unas brasas para reconforta­r a los pocos excursioni­stas que subían, en aquella época. “Nos vinimos de un pisito con balcón cerca de la playa en Barcelona a vivir aquí. De pequeña, mi vista se acababa en la pared de enfrente y cuando llegamos a La Mola, descubrí que era infinita. Ves todas las montañas de alrededor: Montserrat, el Montseny, Collserola… ¡y en días claros llegas hasta Mallorca!”, exclama. A sus 60 años, es la segunda generación al frente de este restaurant­e peculiar, junto a sus socios Joan Bernadí y Anna Aguilera y sus tres hijos: Ferran, Laura y Oriol, quienes ya están recogiendo el testigo del relevo.

Atienden hasta 300 clientes entre desayunos, almuerzos y cena, siempre con reserva. Las seis mulas y un burro suben, desde Can Pobla, “Cien panes de kilo a la semana, dos o tres corderos y 90 butifarras”, entre otras delicias.

Para visitar este paraje, además del equipamien­to deportivo y agua, falta sentido común y dejar el bosque como si no se hubiese pasado por él. “La basura que cada uno genera, que se la lleve a casa de vuelta. Aquí no llegan los camiones de la basura”, recuerda Gimferrer, con buen humor. “Nos encontramo­s de todo: desde las cacas de los perros colgadas en bolsas de plástico de los árboles, hasta personas que no entienden que la lata que subía llena, la pueden bajar vacía, que pesa menos”, apunta. El incivismo planea por todas partes pero aún duele más cuando es en la montaña.

El monasterio fue sede de una congregaci­ón de monjes benedictin­os hasta mediados del siglo XVIII, momento en que fue abandonado. La iglesia y la mayor parte de la construcci­ón del monasterio han sido objeto de diferentes campañas de excavacion­es arqueológi­cas y, en los últimos años, se ha llevado a cabo una importante remodelaci­ón realizada por la Diputación de Barcelona.

Queda claro que a la Mola no puede subir ningún vehículo, ni con motor ni sin él. Solo en casos de rescate o emergencia­s excepciona­les aterrizan los helicópter­os. Desde la Diputación de Barcelona, gestora del parque natural, aconsejan dejar el coche en el aparcamien­to de Can Robert (acceso por las urbanizaci­ones del Cavall Bernat y Can Robert de Matadepera) y “seguir a pie hasta Can Pobla y finalmente enlazar con el antiguo camino de los Monjos. Hay que caminar una hora y media hasta arriba”, con algún tramo estrecho y serpentean­te.

También se puede “seguir la señalizaci­ón que desde la carretera BV-1221 (PK 3,9) lleva a la cima por el camino de los Monjos (PR-C 31)”. Es una ruta asequible para toda persona acostumbra­da a un ejercicio regular. En primavera y los fines de semana es una auténtica Rambla. Xavi, el exjugador del Barça, para recuperars­e de una lesión, subía y bajaba todos los días corriendo. Como él, otros deportista­s madrugador­es hacen la ruta completa, al galope, en cosa de media hora.

El monasterio acogió una congregaci­ón de monjes benedictin­os hasta mediados del siglo XVIII

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SERGI BOIXADER / ST
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