La Vanguardia

Un editor en el ruedo

MANUEL ARROYO-STEPHENS (1945-2020) Editor y escritor

- PACO MARCH

Nació en Bilbao, de madre irlandesa, y ha muerto, víctima de un cáncer, en su casa de El Escorial, donde preparaba un último libro y en la compañía de sus dos hijas Trilce (título del inmenso poemario de César Vallejo) y Alicia.

Manuel Arroyo-stephens estudió derecho y económicas y fue librero antes que editor, después escritor. También apoderado del torero Rafael de Paula y descubrido­r para España de la cantante mexicana Chavela Vargas. Y productor cinematogr­áfico de Canciones para después de una guerra (Basilio Martín Patino. 1976).

En 1971, Arroyo-stephens abrió en Madrid la librería Turner, todo un referente de la época, por donde se colaban libros prohibidos por la dictadura, y más tarde Turner English Bokkshop, con la que vendía libros en inglés.

En 1973 fundó la Editorial Turner, que mantuvo desde la absoluta independen­cia y en la que su gusto por lo exquisito se manifestab­a tanto en el catálogo de autores como en el diseño editorial. A él se debe, entre otras muchas joyas, la primera edición española de la monumental obra de Arturo Barea La forja de un rebelde. También, Los toros, acontecimi­ento nacional, un ensayo del profesor Tierno Galván (1988) que deja retratados a los nuevos inquisidor­es neo progres.

Su primera obra publicada fue un libelo provocador desde el título Contra los franceses (1980), que primero apareció sin firma y del que, años más tarde dijo: “¿No podría leerse ese libelo que me ha hecho pasar tantas vergüenzas como un sarcasmo sobre el complejo de los españoles?”.

En el 2015, ya apartado de todo (él, tan viajero, que vivió en EE.UU., Berlín y México) pero siempre curioso y lector impenitent­e, Arroyo-stephens publicó en Turner Pisando cenizas, libro de relatos autobiográ­ficos en uno de los cuales reproduce una conversaci­ón con el torero Antonio Ordóñez sobre lo efímero del toreo “se hace en el instante y en el instante se muere” . Y en el 2019 la que es su última obra, La Muerte del espontáneo (Ed. Antonio Machado), seis relatos cortos escritos en varios años y la mitad de ellos publicados ya en México, en los que, salvo en uno, el mundo taurino hila el relato.

No por casualidad. Su amistad, no exenta de admiración, con José Bergamín, al que editó gran parte de su obra, con La música callada del toreo (1981) como gran referente, le llevó –atravesand­o de punta a punta la geografía taurina española, acompañado en muchos ocasiones por el poeta– a ser gran seguidor y luego apoderado de Rafael de Paula, el genial torero jerezano al que Bergamín dedicó ese libro, en cuyas primeras líneas se lee: “El arte mágico y prodigioso de torear tiene también su música (por dentro y por fuera) y es lo mejor que tiene. Música para los ojos del alma y para el oído del corazón”.

Y la música le debe el redescubri­miento de Chavela Vargas, casi proscrita y olvidada en su México y a la que se trajo a España a inicios de los noventa, para que grabara un disco, la prohijara Almodóvar y la cantara Sabina: “Las amarguras no son amargas/cuando las canta Chavela Vargas”.

Si la heterodoxi­a es ir en contra de las normas establecid­as, Manuel Arroyo-stephens lo fue a su manera. Como Bergamín, un español a contracorr­iente.

Lo explicaba así después de escribir Contra los franceses: “Soy, como español, un acomplejad­o con causa”.

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TURNER

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