Entre el cielo y la tierra
Schubertíada de Vilabertran
Intérpretes: Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades, Helena Poggio). Erika Weiss, cello
Lugar y fecha: Canónica de Santa Maria de Vilabertran (19/VIII/20)
JORGE DE PERSIA
Comenzó la Schubertiada en Vilabertran con una sensación de espacio cortesano, en el que cabían las reverencias como saludo, como si estuviésemos sustituyendo las mascarillas por pelucones, en un ambiente subrayado por la música de Luigi Boccherini, ese gran contemporáneo de Haydn, aunque vecino nuestro, en una casa real que valoraba la música, hoy reducida a conservar muy bien el cuarteto de Stradivarius… en vitrinas. Hace años insisto en hacer una buena historia de la vida musical y la máxima institución del Estado; tenemos un patrimonio único. Boccherini, cellista, componía para sus pares en la corte, cuando el cuarteto era más bien una conversación social llena de guiños que los Quiroga reflejaron con calidad, en este Cuarteto en Re bemol mayor op 24/3 que abrió el programa, en un espacio que irradiaba transparencia, coincidente con la versión del Andante, con la iluminación tenue (¡al fin! ¿Por qué no con velas para realzar la calidez?). El comienzo pide en consonancia menor volumen de sonido y más matices que subrayen ese mensaje simbólico de gestos, aunque la interpretación fue de muy buen nivel, con eficacia en el reparto de papeles.
Pero la verdadera inauguración en términos musicales y en simbología fue en el Quinteto para cuerdas en Do mayor D956 de Schubert, con la adición de la excelente cellista Erica Wise (habría que tenerla más en cuenta en nuestras programaciones), que sumó su sensibilidad y buena técnica al cuarteto compartiendo delicados diálogos con el primer violín, ambos en sonoridades ajustadas, medido vibrato y expresión amplia. Y aquí ya pasamos de la reverencia del salón de corte al gran abrazo del salón burgués, la expresión íntima y personal romántica, la elaboración prodigiosa en la polifonía, la gesticulación simbólica que da juego a contrastes dramáticos, quizá un diálogo en esta obra de final de una vida joven, entre la posible trascendencia y la dura realidad, aquí pintada con gloriosa armonía; la alternancia de los pizzicatos alcanza al final unidad… La tensión inicial y a la vez la musicalidad bien conseguida y consecuente nos dejó al inicio del Andante uno de los momentos sublimes del concierto. Un trabajo rítmico subrayó algunas de esas contradicciones vitales, con vehemencia vienesa y a la vez el sustento de los bajos. Un concierto que supo reflejar la vida frente a la incertidumbre de lo irrevocable.