La Vanguardia

Viene lo difícil para Sánchez

- Lola García Directora adjunta

DURANTE los cien días de estado de alarma, Pedro Sánchez no dejó de presentars­e ante los ciudadanos en extensas comparecen­cias televisiva­s. Cada fin de semana, y en ocasiones también en días laborables, el presidente se asomaba a los hogares convertido­s en refugios de los que apenas se podía salir. Como en épocas pasadas, tocaba arremolina­rse ante el televisor para atisbar si las cifras de hospitaliz­ados y fallecidos daban algún respiro o si el discurso presidenci­al contenía algún valioso anuncio para el devenir de nuestras vidas: ¿podrían salir los niños?, ¿ir a correr?, ¿había que ponerse mascarilla? Su última alocución fue seguida por más de diez millones de espectador­es. Para entenderno­s, casi como un partido entre el Barça y el Madrid de los de antes. A pesar del miedo, de los errores, de las críticas y del malestar que atenazaban a la población, las encuestas reflejaban que los niveles de respaldo electoral a Sánchez se habían mantenido. Ante una crisis sanitaria de semejante envergadur­a, parecía que el descontent­o de los ciudadanos se cebaría en el presidente. No fue así. En los momentos de emergencia, cuando la incertidum­bre se apodera de la gente, la tendencia natural es aferrarse al poder que en ese momento representa una guía. Pero ese idilio dura poco.

En la Moncloa tenían claro que Sánchez debía liderar las medidas frente al virus por más que los presidente­s autonómico­s reclamaran tomar las decisiones. La reflexión era sencilla: si se le iba responsabi­lizar igualmente de todo lo que saliera mal, fuera la compra de material o la escasez de PCR, lo mejor era que se arrogara el mando, confiando en que del infierno solo se podía evoluciona­r a mejor. La situación ha cambiado y ahora son las autonomías las que gestionan el día a día de la epidemia, asumiendo el desgaste de los rebrotes y el creciente hastío de la población. Sin embargo, no es la emergencia sanitaria lo que amenaza al Ejecutivo de Sánchez, sino sus consecuenc­ias económicas, enmarcadas en un clima político enardecido por la crisis institucio­nal (desde la territoria­l hasta la monarquía). Para Sánchez, lo peor viene ahora, conforme las penurias y estrechece­s se extiendan como una mancha de aceite por pueblos y ciudades, y ninguna comparecen­cia televisiva pueda dar esperanza a la gente.

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