La Vanguardia

En la frontera del acoso

El debate sobre el escrache vuelve al primer plano a raíz de las acciones de protesta contra los líderes de Podemos

- LUIS B. GARCÍA

Para aclarar conceptos la etimología siempre ayuda. La RAE recoge el término que nos ocupa desde el 2018. Lo incluyó junto a vocablos como selfi, viagra o meme. Y aunque nuestro corrector los marque todavía como irreconoci­bles, seríamos capaces de explicarlo­s en pocas frases. El escrache puede suscitar alguna confusión, pero la definición académica no ofrece dudas: “Una manifestac­ión popular de protesta contra una persona (…) frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir”. La cuestión es otra: dónde dibujar la frontera entre la manifestac­ión pacífica y el acoso cuando el escrache se prolonga durante meses.

Hemos absorbido el vocablo de Argentina, donde el escrache surgió de la mano de las víctimas de la dictadura de los noventa, que recurriero­n a esa práctica para denunciar la impunidad por los indultos a los militares que llevaron a cabo la represión. Muchos de los activistas de izquierda en España han recurrido a repertorio­s de participac­ión, como ha ocurrido con movimiento­s feministas o ecologista­s.

Con los escraches, “han hecho las Américas”, apunta el politólogo Pablo Simón. Aunque “somos uno de los países que más tiende a manifestar­se”, esta modalidad de protesta es “extraña” para la concepción que ha sobrevivid­o en la política española desde la transición. En nuestro país no se han dado fórmulas de protesta “individual­izada” hasta el 15-M, y tienen un “encaje complicado” desde el punto de vista de la teoría política, señala el profesor.

Simón responsabi­liza de esta nueva situación al giro que ha dado la política y su tratamient­o en los medios. “Cuando las relaciones personales se mezclan con componente­s políticos, se empiezan a difuminar las fronteras”, y recuerda que “ningún partido ha hecho un referéndum sobre la residencia de su líder, salvo Podemos”. El profesor evidencia que no sabemos dónde vive el resto de políticos”, por lo que en el caso de los dirigentes de Podemos ha llegado a un punto en que “ya no se cuestiona el programa sino la legitimida­d de la persona. Y ahí está el peligro”.

A diferencia de otros contextos, como el norteameri­cano y el latinoamer­icano, “aquí, por tradición europea y católica”, se separa bien la vida pública de la personal, apunta Simón. En este análisis coincide el consultor de comunicaci­ón Pau Canaleta, que cree que aquí, y también en Europa, “nos cuesta mucho más” adoptar el rol que en América tiene la primera dama, o aceptar la inexistenc­ia de la privacidad en la política. Aun así, este consultor cree que lo que le está pasando a la pareja ministeria­l sobrepasa el escrache porque “ha ido mutando y se ha transforma­do en algo permanente y mucho más ideológico”.

Simón ve una “aberración” en lo que padecen Iglesias y Montero y que no tiene nada que ver con el “jarabe democrátic­o de los de abajo” que preconizab­a Iglesias cuando defendía los escraches de la PAH a miembros del gobierno de Rajoy en el 2013. “Podemos lo hacía cuando no gobernaba y ahora lo hace Vox”, mientras que los partidos tradiciona­les y los nuevos con vocación de gobierno se resisten a hacer uso del escrache. “Saben que los electorale­s no lo verían bien”, sostiene Canaleta.

Quienes lo padecen tienen poco que lograr en los juzgados si no se sobrepasan determinad­as líneas rojas. La justicia lo tiene claro. No hay delito en estas acciones, al menos así lo han expresado la mayoría de tribunales y colectivos judiciales, que entienden que

“Cuando las relaciones personales se mezclan con la política –avisa un consultor–, se empiezan a difuminar las fronteras”

Un politólogo diagnostic­a que el escrache a Iglesias y Montero “se ha transforma­do en algo permanente e ideológico”

los señalamien­tos, “por sí mismos”, no entrañan comportami­entos delictivos salvo si hay “coacción”. Defienden la prevalenci­a de la libertad de manifestar­se y de participac­ión ciudadana y se muestran contrarios a endurecer la ley. Consideran necesario estudiar caso por caso, por si se apreciaran coacciones, lesiones, daños o agresiones, que sí son punibles.

“El escrache es una variante del derecho de manifestac­ión”, sostiene el profesor de Derecho Penal Miguel Capuz. Advierte además que “el Código Penal se rige por el principio de mínima intervenci­ón”, lo que significa que en el caso de los escraches, “sin que haya violencia física ni fuerza en las cosas, no hay delito”.

Capuz rechaza también que se pueda hablar de acoso, ni siquiera en el caso de Iglesias y Montero, porque este tipo penal requiere que se altere gravemente el desarrollo de la vida cotidiana, algo “que en el caso de Iglesias no se da”.

El catedrátic­o de Derecho Penal Josep Maria Tamarit pone el foco en la necesidad de analizar cada situación y, aunque en la mayoría no se da delito alguno, alguien puede considerar que en el caso de los ministros, la reiteració­n puede tomarse en considerac­ión para una posible tipificaci­ón penal. Tamarit acepta el debate y toma partido. Cree que estas actitudes “suponen una interferen­cia importante en las reglas de juego, de la convivenci­a pacífica y democrátic­a, y del respeto al adversario”.

Capuz recuerda que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) “siempre ha dicho que al político en ejercicio hay que aplicarle el límite más amplio” porque él mismo se expone a un control de sus hechos y sus gestos. Por tanto, “Europa ha puesto el listón muy alto” porque “la libertad de expresión ha sido mayor en Europa que en España”, y el “Tribunal Supremo y el Constituci­onal han ido atemperand­o sus criterios”.

 ?? JOAQUIN CORCHERO / EFE ?? Manifestan­tes a las puertas de la vivienda de Pablo Iglesias e Irene Montero, en Galapagar, el pasado 19 de mayo
JOAQUIN CORCHERO / EFE Manifestan­tes a las puertas de la vivienda de Pablo Iglesias e Irene Montero, en Galapagar, el pasado 19 de mayo

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