La Vanguardia

Aurora se fue con los ángeles

Aurora Mancebo se despidió de sus padres la noche del 27 de febrero del 2004 con una de sus sonrisas. “Vuelvo en un rato. Me voy”. La joven de Tarragona tenía 24 años. Nunca regresó.

- Mayka Navarro Barcelona

Lo único que llevaba encima Aurora la última noche que salió de su casa fue una Biblia que habían regalado a sus padres cuando se casaron y que la joven ocultaba envuelta en un fular. Ni bolso, ni dinero, ni cartera, ni documentac­ión, ni su teléfono móvil. Nada más que esa Biblia. Doce días después de su desaparici­ón un vecino que paseaba con su perro localizó su ropa en el bosque. Había sangre en el cuello y en una manga del abrigo y en los botines. Allí estaba la Biblia.

En esa misma casa en la que la vieron por última vez de una urbanizaci­ón a las afueras de Tarragona con jardín convertido en huerto, los padres de Aurora esperan sin sobresalto­s la próxima diligencia ordenada por el juez que dirige el caso. Tiene que ver con una nueva búsqueda en un pozo que se encuentra bajo unas ruinas en un terreno municipal que hay junto a unas parcelas de la familia del que 17 años después sigue siendo el único sospechoso de la desaparici­ón de la joven. Hace tres años, investigad­ores del grupo de homicidios de la Unidad de Delincuenc­ia Especializ­ada y Violenta (UDEV) central desplazado­s a El Morell ya echaron un vistazo a ese mismo pozo durante la inspección de otros en los que se contó con la ayuda del geofísico Luis Avial y su georradar. Quedaba pendiente ese escondrijo y es ahora cuando el juzgado ha dado el visto bueno para gastar 25.000 euros en apuntalar las ruinas y asegurar la zona para que puedan trabajar con seguridad los investigad­ores.

¿Confían en la nueva búsqueda? “Espero más un milagro. Quizás encuentren a Aurora moviendo unas tierras para construir una casa...” Lo reconoce al teléfono María Dolores Leirós, la madre que en estos 17 años se ha refugiado en su familia, su hijo, sus dos nietos y ha hecho una vida muy recogida sin demasiadas ganas de salir de su casa. José Luis Mancebo ya pintaba y desde que a Aurora no la dejaron volver se dedica en cuerpo y alma al pincel.

Los días pasan, pero no es cierto que el tiempo lo cure todo, sostiene

María Dolores. “Se aprende a vivir con su ausencia, a tirar adelante con el dolor, nada más”.

Los legajos de la investigac­ión con el caso de Aurora Mancebo están en el despacho de uno de los dos grupos de homicidios que la Policía Nacional tiene en el complejo central de Canillas, en Madrid. La investigac­ión de la desaparici­ón empezó de manera chapucera en Tarragona y no fue hasta dos meses después que aterrizaro­n los policías de los servicios centrales que se identificó al sospechoso y se consiguió la declaració­n de un amigo contando que el otro le había confesado que pasó la noche teniendo relaciones sexuales con Aurora en su coche, que esta murió, que se asustó y que se deshizo del cuerpo en unos terrenos de El Morell.

El sospechoso, que sigue 17 años después imputado, firmando periódicam­ente en un juzgado en Baleares, negó siempre cualquier relación con Aurora, incluso dijo que no la conocía y pasó poco más de dos meses en prisión provisiona­l.

Ni siquiera aguantó su coartada. Dijo que aquella noche la pasó entera en casa de sus padres, pero en el sumario aparecen hasta tres llamadas del teléfono fijo del domicilio familiar al móvil que usaba el joven en ese momento.

Aurora, que había logrado salir de un duro bache psicológic­o con ganas renovadas de vivir, había confesado a su psicóloga que su vida había cambiado mucho. Entre los últimos textos que escribió a modo de diario habló de unos “ángeles” que la estaban ayudando. La Policía Nacional inspeccion­ará un nuevo pozo en El Morell bajo unas ruinas que se apuntalará­n por seguridad

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MARC ARIAS
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