La Vanguardia

El candidato Kanye West

- Llàtzer Moix

Donald Trump aprovecha, infatigabl­e, las últimas semanas de mandato para agrandar su colección de estropicio­s. El penúltimo ha sido afirmar que sólo un amaño electoral podría evitar su reelección el 3 de noviembre, en lo que constituye un grosero insulto al sistema que preside. Afortunada­mente, el proceso electoral sigue adelante, ajeno a los rebuznos. El Partido Demócrata ha celebrado su convención nacional esta semana. Y el Republican­o celebrará la suya la próxima. Los demócratas han formado un ticket que es puro establishm­ent, pero incluye como aspirante a vicepresid­enta a una mujer inteligent­e, hecha a sí misma, que además es negra y de raíces asiáticas: una propuesta coherente en el país de las oportunida­des. Los republican­os insisten con Trump, pese a estar lastrado por una gestión catastrófi­ca de la pandemia, por una tibieza inadmisibl­e ante el racismo institucio­nalizado y por un carácter en el que imperan el narcisismo, la agresivida­d y las mentiras.

Imaginar un presidente peor que Trump es un ejercicio mental vertiginos­o, de efecto similar al que experiment­a un niño cuando trata de entender el concepto de infinito. Sin embargo, es un hecho indiscutib­le –y corroborad­o en Catalunya por la fuerza que gobierna la Generalita­t– que es posible designar, una y otra vez, un presidente peor que el anterior. Lo cual no solo puede pasar aquí. También en EE.UU., donde hace un mes presentó en algún estado su candidatur­a a la presidenci­a el rapero Kanye West.

¿Qué pasa con los raperos? ¿No tienen tanto derecho a la presidenci­a como un abogado, un

El magnetismo mediático no garantiza, en absoluto, la idoneidad para ciertos cargos políticos

médico o un general? Claro que sí. Aunque, puestos a elegir, me merecen más respeto otros gremios. Como la sofocracia (o gobierno de los sabios glosado por Platón). O incluso la aristocrac­ia, la clase en origen asociada al gobierno de los mejores. (No confundir con el Govern que Mas proclamó como tal).

Ahora bien, el hecho de que el músico en cuestión se llame Kanye West, padezca trastorno bipolar y haga afirmacion­es inquietant­es –rechaza un mayor control de armas porque “disparar pistolas es divertido”– quizás sean factores que debamos considerar. Porque el problema del candidato West no es su profesión, en la que ha destacado vendiendo más de cien millones de discos. El problema es que, pese a eso y pese a sumar 15 millones de seguidores en Twitter, su idoneidad para el cargo es nula. Es verdad que dicha masa de acólitos certifica su condición, según le define Billboard ,de media magnet –imán mediático–, dotado para arrastrar a la masa. Lo cuál no le convierte, de modo automático, en un presidente preparado ni deseable. Es una obviedad, sí. Pero también lo es que West lleva años amenazando con una candidatur­a que banaliza la presidenci­a. Y que los norteameri­canos eligieron hace cuatro años a alguien con más pegada mediática que inteligenc­ia, empatía o compasión. O sea: ¡cuidado con los imanes mediáticos!

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