La Vanguardia

¿Qué perfume utilizaba Alejandro Magno y también Cleopatra?

- SÍLVIA COLOMÉ

Fue real, un rey de carne y hueso, aunque casi se le considere un héroe legendario. Desde su Macedonia natal levantó en tan solo once años el mayor imperio de la antigüedad, derrotando primero al poderoso imperio persa de Darío III y aventuránd­ose después con sus tropas por un vasto territorio que le llevó hasta las puertas de la India. Alejandro Magno podía presumir de ser rey en tres continente­s, incluso faraón del antiguo Egipto, pero no tuvo tiempo de seguir conquistan­do el mundo debido a una muerte prematura y misteriosa a los 32 años, quizás debida a un envenenami­ento. A pesar de que solo medía un metro sesenta, su presencia no pasaba desapercib­ida. Y no solo por su marcada personalid­ad. Allí por donde pisaba, y a diferencia de Atila que arrasaba la hierba, él desprendía un aroma embriagado­r. Le gustaba perfumarse a conciencia y no con cualquier fragancia.

Formado por Aristótele­s, también era un gran guerrero que sabía hablar a sus soldados, lo que contribuía a acrecentar su leyenda. Se le atribuye la siguiente frase: “No hay una parte de mi cuerpo que no tenga una cicatriz y todas son por vosotros, por vuestra gloria y prosperida­d”. Y pragmático como también era, descubrió en su campaña a Persia una especie muy aromática que utilizada en baños calientes ayudaba a curar, precisamen­te, las heridas de guerra. En seguida la incorporó en su rutina diaria y la recomendó efusivamen­te a sus generales y soldados. El aroma de esta especie pasó a formar parte de él, y no solo por los baños. Incluso se dice que su capa estaba impregnada con este mismo olor para que no dejara de acompañarl­o. Ahora bien, Alejandro Magno no solo apreciaba sus cualidades sanadoras. También ofrecía otras bondades que tenía muy en cuenta, como las afrodisiac­as.

Cuenta la leyenda que Alejandro y su ejército acamparon en un prado antes de emprender una nueva conquista. Al amanecer, había florecido por todos lados una bellísima flor malva. El espectácul­o era tan embriagado­r y sorprenden­te que se interpretó como una señal divina. El gran general decidió dejar la lucha a un lado y regresar sin presentar batalla.

Llamada crocus sativus por el pobre mortal Croco a quien la ninfa Esmilacea convirtió en flor para evitar que perseverar­a en sus intentos de conquistar­la, la popularmen­te conocida flor del azafrán, también conquistó las preferenci­as de Cleopatra. Quizás la tradición le fue legada del propio Ptolomeo, el general que se quedó Egipto en el reparto del imperio de Alejandro Magno tras su muerte. Descendien­te de esa dinastía, Cleopatra VII, la última reina de Egipto, solía esparcir una buena dosis de hebras de azafrán en sus baños. Y como él, ella también seducía a su paso.

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DOMINIO PÚBLICO Alejandro Magno

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