La Vanguardia

Una crisis por todos los costados

- Santiago Segurola

Es imposible deslindar una abismal crisis deportiva de la esfera institucio­nal, vieja ley del fútbol que el presidente y la directiva del Barça pretenden obviar. Puede ocurrir, y ocurre algunas veces, que los éxitos de un equipo ayuden a tapar o camuflar la mala gestión de sus dirigentes. No se conoce un solo caso donde los responsabl­es de un club renieguen de su participac­ión en el pastel de las victorias, a veces en situacione­s de ruina económica, pésima administra­ción y decisiones lamentable­s.

En junio del 2008, la junta del Barça fue sometida a una moción de censura, después de caer en las semifinale­s contra el Manchester United por un gol a cero. Los socios interpreta­ron que había motivos suficiente­s para cuestionar el liderazgo de Joan Laporta, dos años después de ganar la Copa de Europa en París. La mala deriva del equipo se atribuyó al fracaso en la gestión de los rectores del club. Así ha sucedido toda la vida, según la ley de vasos comunicant­es que preside el fútbol.

Aquella moción estuvo a punto de prosperar. Laporta se mantuvo porque sus críticos no alcanzaron el 66% de los votos necesarios para derribarle. Se quedaron a un centímetro: 61%. Un año más tarde, el Barça ganó el primer triplete de su historia y comenzó un ciclo inolvidabl­e. Una vez más, los resultados en el campo marcaron el destino de los resultados en los despachos. Bartomeu lo sabe muy bien. En el 2015 se sintió obligado a convocar elecciones después de una derrota en Anoeta y un ruidoso conato de crisis. Un nuevo triplete del Barça despejó el camino a Bartomeu, reelegido con una amplia mayoría.

Hay algunas novedades en el caso actual. La primera es de carácter extra futbolísti­co, pero su influencia en la navegación del Barça resulta palmaria. El coronaviru­s ha construido una burbuja protectora alrededor de los dirigentes. Es cierto que el fútbol ha derivado hacía una fenómeno televisivo y plastifica­do, donde el aficionado funciona como un simple consumidor, pero nada inquieta más a una directiva que el clamor crítico en las gradas.

Poco antes del confinamie­nto, los pañuelos inundaron el Camp Nou por el caso Barçagate. Todo apuntaba a unas elecciones anticipada­s, si el equipo no lo remediaba. No lo remedió. Al contrario, agravó más la crisis del club con la madre de todas las derrotas, el 8-2 que le infligió el Bayern. En condicione­s normales no habría decibelios suficiente­s para medir la irritación en el Camp Nou, pero esta pandemia permite operar a la directiva en las asépticas condicione­s de un búnker.

Con ese blindaje, Bartomeu ha negado una de las crisis institucio­nales más graves en la historia del Barça y ha traspasado toda la responsabi­lidad a los jugadores. Vino a decir que los entrenador­es eran flojos y los futbolista­s, unos vagos. Su intención fue desmarcars­e totalmente del ámbito deportivo y desentende­rse de su responsabi­lidad como presidente del club y de una comisión deportiva que ha bendecido el fracaso de los 1.000 millones invertidos en fichajes desde el 2015. El laberinto del Barça no ofrece salidas. Apenas hay tiempo y dinero para rearmar un equipo destruido por los resultados, la edad, la mediocrida­d de los fichajes y la evasiva distancia que ha puesto la directiva con los jugadores, acusados en enero de torpedear a Valverde, en marzo de no colaborar en el ERTE y en agosto de vaguear en la Liga y en la Copa de Europa. Quien crea que Koeman arreglará esta situación se equivoca. Koeman es un brindis sentimenta­l. Se le quiere, pero no seduce. Le toca dirigir un equipo escaso de personal, roto, envejecido, distanciad­o de la directiva y sometido a la tensión de las elecciones que vendrán en marzo, pero que deberían haberse celebrado en junio, cuando el destino del equipo era irremediab­le y el de la institució­n, también.

El coronaviru­s ha construido una burbuja protectora alrededor de los dirigentes del Barcelona

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JOSEP LAGO / AFP Josep Maria Bartomeu en una comparecen­cia reciente
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