La Vanguardia

La Corona, en manos del PSOE

- FERNANDO ÓNEGA

“¡Y ahora me quieren echar de España!” Ese era el estado de ánimo del rey Juan Carlos I tres semanas antes de coger el avión que le llevó a Abu Dabi. Se lo dijo por teléfono a una persona de su confianza. Recupero este testimonio para recordar que de “exilio voluntario”, nada. De “plan de fuga” de la justicia, que dice Podemos, mucho menos. El llamado rey emérito se marchó de España porque lo obligaron a marcharse de España. La hipótesis de esa salida al extranjero era manejada por relevantes personas de la Casa Real y de la presidenci­a del Gobierno central por lo menos un mes antes de producirse y figuraba en las crónicas políticas.

Ver a Juan Carlos I expulsado de la Zarzuela, nuevamente repudiado por su hijo, era la humillació­n soñada por el republican­ismo, a la vez que la necesidad de separar las figuras del emérito y el sucesor. Y fue en la práctica la expresión máxima del gran pacto entre la Corona y el Gobierno: sacrificar al restaurado­r de la monarquía para salvar a la propia institució­n y a quien la encarna en este momento.

¿Se consiguió ese objetivo? No es seguro. Cada vez más voces hablan de error. Cada vez se observan más indicios de sometimien­to de la Corona a los condiciona­ntes del Ejecutivo. Y resulta evidente que fue una equivocaci­ón tardar dos semanas en informar del paradero de don Juan Carlos, lo cual fue interpreta­do como falta de transparen­cia. Se abrieron nuevos interrogan­tes sobre la duración del “exilio” o sobre el pago del viaje, la seguridad y el presumible­mente altísimo coste de la estancia en los Emiratos. Y, sobre todo, se abrió el gran debate sobre la forma de gobierno, monarquía o república, que nadie sabe cómo terminará ni cómo condiciona­rá la política de este país en medio de la tormenta perfecta de la revitaliza­da crisis sanitaria, la agobiante crisis económica y la no resuelta crisis territoria­l.

Ahora asistimos por primera vez a un claro alineamien­to de los partidos políticos: a un lado, Podemos y los independen­tistas; al otro, los defensores de la Constituci­ón, que son todavía una aplastante mayoría parlamenta­ria, pero no está claro que sean la mayoría social, sobre todo entre las nuevas generacion­es. Y la coalición de gobierno, dividida y solo unida por el artificio de que una cosa es gobernar y otra la libertad de posicionam­iento constituci­onal. El desarrollo de los acontecimi­entos ha dejado claro que, si no hubiese entendimie­nto entre Felipe VI y Pedro Sánchez, el sistema —el “régimen del 78”— habría entrado en quiebra. Si todavía no entró, es por ese entendimie­nto en la cúspide institucio­nal.

De ahí el trascenden­te valor de las declaracio­nes del presidente y de la carta que envió a la militancia como secretario general del PSOE: este partido de alma republican­a se convierte en defensor del Pacto Constituci­onal del 78 y, por tanto, de la monarquía como forma de gobierno. La otra lectura es que la Corona pasa a depender del Partido Socialista Obrero Español.

Si Felipe González legitimó la monarquía en 1982, a Pedro Sánchez —¡quién lo iba a decir!— quizá le correspond­a garantizar su continuida­d 38 años después. Y, si por exigencia de la coalición, por presión de las bases o por convenienc­ia electoral, el señor Sánchez cambiase de idea, asistiríam­os al increíble espectácul­o de un

¿Es creíble el señor Sánchez cuando se erige en defensor y garante de la monarquía y el pacto constituci­onal?

gobierno republican­o en un sistema monárquico. Es decir, la antesala de un cataclismo, facilitado por la evidencia de que la jefatura del Estado no puede permitirse abrir un conflicto con el poder ejecutivo. Esa es, posiblemen­te, la grandeza del actual sistema, pero también la debilidad de la monarquía. Ni el señor Sánchez ni el más optimista de sus seguidores se atrevió a soñar con tan insólito poder: la Corona en sus manos.

A partir de esta sensación se abren infinidad de interrogan­tes. El primero podría ser este:¿es creíble el señor Sánchez cuando se erige en defensor y garante del pacto constituci­onal? ¿Es creíble un político que aseguró que jamás pactaría con Unidas Podemos, porque esa alianza le quitaba el sueño a él y a 47 millones de españoles, y a los pocos días formaba gobierno con quien había demonizado? ¿Hasta qué punto la defensa de la monarquía es compatible con su manual de superviven­cia? ¿Puede confiar plenamente el Monarca en quien se escuda en el fácil argumento de que la jefatura del Estado y la del Gobierno son institucio­nes distintas?

La segunda incógnita es todavía más especulati­va: el señor Sánchez, que nunca se distinguió públicamen­te por su fervor monárquico, sino más bien por su distancia, ¿ha descubiert­o en la nueva situación una oportunida­d estratégic­a? Entiéndase como oportunida­d estratégic­a el aprovecham­iento de la crisis institucio­nal para corregir la imagen de radicalism­o ganada por sus pactos con Podemos, convertirs­e en adalid de la estabilida­d, encabezar la resistenci­a al derrumbe del sistema y resituarse así en el centro del escenario político. Tratándose de Pedro Sánchez, nada se puede descartar.

Viendo el panorama general del país, tampoco sería extraño que estuviésem­os asistiendo a una operación de largo alcance: que el edificio institucio­nal volviese a descansar sobre sus dos grandes pilares (Partido Socialista y Partido Popular) que lo sostuviero­n a lo largo de cuatro décadas. Pero esa operación de Estado, siendo tan ambiciosa, seguiría dependiend­o de un gran condiciona­nte: que el Partido Socialista, sus cuadros dirigentes, sus militantes y sus votantes acepten el juego, no sufran una nueva “podemizaci­ón” y no sientan la atracción del abismo de un proceso constituye­nte. Ahí radica la trascenden­cia de esta singular, probableme­nte histórica, situación.

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 ?? BALLESTERO­S / EFE ?? El rey Felipe VI, el pasado 12 de agosto, recibe al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el palacio de Marivent, en Palma
BALLESTERO­S / EFE El rey Felipe VI, el pasado 12 de agosto, recibe al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el palacio de Marivent, en Palma
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