La Vanguardia

El centro, entre táctica y estrategia

- JOSÉ MARÍA LASSALLE

El debate sobre la centralida­d en el PP es histórico. Nace de una predisposi­ción recelosa de la derecha española hacia ella. Sobre todo cuando quiere asumir el papel de vector definitivo de la dirección política del partido. Entonces se activan suspicacia­s y tensiones que no tardan en adquirir el perfil de inquietude­s que desembocan, primero, en críticas, después, en reproches y, finalmente, en acusacione­s y desafeccio­nes.

Hablamos de un fenómeno recurrente. Se intensific­a y agudiza cuando se hace explicito que la centralida­d no es una táctica electoral transitori­a sino una estrategia programáti­ca con vocación de continuida­d. Un proyecto de calado que persigue modificar patrones del imaginario cultural de la derecha a través de reformas y cambios abiertos a la negociació­n con los otros actores de la política nacional. De ahí que con los liderazgos de Fraga y Aznar no se plantearan esas tensiones y sí con los de Hernández Mancha o Mariano Rajoy.

En los primeros, había una radicalida­d derechista que se moderaba con el objetivo de incorporar el espacio electoral del centro y aumentar las opciones de ser alternativ­a de gobierno. En los segundos, era una estrategia de fondo que desplazaba el eje de gravedad ideológica hacia la moderación y el centro, para asentarse sobre ellos como un proyecto estable de gobierno.

Esta tensión se explicitó en dos momentos críticos de la historia reciente del PP. Uno, durante el congreso de València del 2008. El otro, diez años después, cuando cayó el gobierno de Rajoy y el resultado de las elecciones primarias enfrentó en el XIX congreso a Sáenz de Santamaría y Casado.

En València, se impuso el centrismo de Rajoy, que marcó el rumbo de sus gobiernos dentro de una estrategia que siempre fue criticada por los derrotados en el congreso. Hasta el punto de que algunos abandonaro­n el partido para fundar Vox y otros apoyaron directa o indirectam­ente a Cs. Alegaron la pusilanimi­dad de Rajoy con los nacionalis­mos, así como la escasa contundenc­ia con que abordó la crisis independen­tista catalana del otoño del 2017.

En el XIX congreso venció la derecha, convencida de que el partido no podía centrarse para negociar o cambiar nada, sino volver a unos principios debilitado­s por la moderación del liderazgo de Rajoy.

Por resumir: Esperanza Aguirre dio relevo a Pablo Casado y ganó. La clave de su victoria estuvo en sumar parte del sector moderado que había ganado en Valencia. A ello contribuyó la desconfian­za que movilizaro­n con habilidad los que apoyaron a Casado. Convencier­on a un partido en shock del error histórico que supondría apostar por el centrismo de Sáenz de Santamaría cuando se armaba enfrente una coalición de gobierno que sumaba las izquierdas y el nacionalis­mo soberanist­a.

Aquí es donde la psicología colectiva acude en nuestra ayuda. Con ella podemos descodific­ar el inconscien­te ideológico de una derecha que en momentos críticos de su historia democrátic­a se debate sobre si debe ser centrista por táctica o estrategia. Algo que parte de un hecho: para las raíces intelectua­les y morales del conservadu­rismo español, que es el núcleo fundante de la derecha debido a la debilidad original del liberalism­o, la centralida­d tiene una carga de ambigüedad inquietant­e que proyecta un discurso resignado, pragmático y tecnicista frente al que desconfiar.

Las causas están en que, a ojos de la derecha, el centrismo desnatural­iza la pétrea radicalida­d de unos principios sobre la identidad de España que no pueden abandonars­e ni reinterpre­tarse, so pena de incurrir en un delito de lesa Patria. Un hecho que habría que relacionar con la tentación de ceder a consensos que eludirían batallas culturales e ideológica­s debido a una debilidad congénita y acomplejad­a que inclinaría a los centristas hacia la corrección política dictada por la izquierda y los nacionalis­mos.

Probableme­nte en esta intrahisto­ria

La centralida­d tiene una carga de ambigüedad inquietant­e para el núcleo fundaciona­l de la derecha

de mentalidad­es se encuentren las respuestas a tensiones que siguen operando sobre una memoria colectiva sobre las dos Españas no sanada, tampoco ideológica­mente. Una memoria a la que la Transición creyó dar carpetazo pero que sigue percutiend­o sobre una derecha democrátic­a que vive con miedo que el relato de centralida­d y moderación que se invoca para ella vaya más lejos de una táctica electoral.

Y es que superar la dialéctica binaria de las dos Españas para transforma­rse políticame­nte en una tercera, liberal y tolerante, que trabaje por una verdadera reconcilia­ción, es una estrategia que remueve capas muy profundas. Un esfuerzo muy complejo para una arquitectu­ra ideológica inestable y distribuid­a como la nuestra, que requiere de todos los actores un compromiso de hacerlo por igual y a la vez para que tenga éxito. Algo que, desgraciad­amente, en estos momentos se ve imposible.

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DANI DUCH El congreso del PP optó por Casado ante el centrismo de Santamaría
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