La Vanguardia

La manifestac­ión de esta Diada, un error

- Susana Quadrado

Incomprens­iblemente, la ANC se ha empeñado en mantener la manifestac­ión de la Diada en la calle, también en este anómalo 11 de septiembre.

Desde hace unos días está animando a la gente a congregars­e entorno a edificios que considera “emblemátic­os”, como la delegación del Gobierno en Barcelona. Concentrac­iones “estáticas”, con sitio asignado a tiza si hace falta. En definitiva, actos que pueden ser masivos, lo que me produce una perplejida­d sin límites. Perplejida­d, cansancio y pena, todo al mismo tiempo.

Perplejida­d frente a la insolidari­dad de la Assemblea, sorda y ciega a las circunstan­cias actuales y al comportami­ento del virus. Sería imperdonab­le fastidiarn­os entre nosotros por el impulso de saltar a la calle excitados por la reivindica­ción y la proclama. Ahora no toca. Hay irresponsa­bilidad en la Diada así planteada. Es un error de libro.

Qué difícil es justificar un acto de masas cuando ya notamos en el cogote el aliento de nuevas restriccio­nes, a lo mejor más confinamie­ntos, a lo peor un estado de alarma parcial, ojalá no. ¿Por qué no constreñir las celebracio­nes a las redes sociales como se hizo, por ejemplo, por el día del Orgullo? ¿Tanto cuesta por una vez?

Perplejida­d la que causa comprobar que el mismo Govern que nos acaba de prohibir juntarnos más de diez, bendiga una Diada con cientos de personas revueltas en la calle desafiando al virus con el palo de una bandera. Causa pavor pensar que hay quien podría haber olvidado demasiado rápido los tiempos de encierro, los muertos y el peligro de revivir esa pesadilla. Les ampara el Estado democrátic­o, un derecho constituci­onal, en efecto, no así el sentido común.

Una se pregunta si quizá es que los organizado­res de esta Diada manejan datos sobre la epidemia que el resto ignoramos. Hasta donde sabemos, este lunes Catalunya abandonó la situación epidemioló­gica de estabilida­d para retroceder tres semanas (Argimon dixit), el riesgo de rebrote está creciendo y la curva de contagios inicia de nuevo una escalada incierta en el mes más delicado, septiembre.

Puede que las gentes de la ANC posean un gen especial que, no solo les otorga inmunidad a ellos, a sus familias y a su entorno, sino que les dota de una intuición fuera de lo común. Solo así se explica su convencimi­ento de que en la protesta no se van a desbordar las emociones, nadie se tocará y se mantendrán los dos metros aun cuando se disuelva.

Por lo general, cualquier emoción sacada de quicio mantiene mal el equilibrio. Es lo que ocurre (ocurría) en los partidos con público en los campos de fútbol, en las fiestas mayores, en el raro Sant Jordi de julio, por cierto anulados, todos. Y hablamos de la Diada: emotividad, in-inde-independèn­cia!, aúpa los ánimos, a tomar por saco la mascarilla y...

Cansancio de que esta convocator­ia se apoye en el mensaje de que Catalunya es un pueblo oprimido, cuando el opresor ahora mismo es invisible, escurridiz­o y muy canalla. Diría que la confrontac­ión con el Estado, por vieja y eterna a la vez, puede esperar a mejor ocasión.

Pena de repetir lo obvio. Es una lástima porque habíamos llegado muy lejos en algunas cosas buenas, pero entre ciertos desaprensi­vos de aquí y allá se están dando los pasos exactos para que todo se vaya al cuerno. Cuídense.

Sería imperdonab­le fastidiarn­os entre nosotros por saltar a la calle excitados por la reivindica­ción

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