La Vanguardia

La llave, sangre y unas pisadas

Cada año antes de Navidad, el marido de Francina Castelltor­t telefonea a su interlocut­or en los Mossos para preguntar si han encontrado algo nuevo del caso

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Nunca se encontrará a otro sospechoso sobre el que recaigan los indicios que en su día llevaron hasta un tribunal a Ivan Mantas por el crimen de la que fuera concejal de Igualada, Francina Castelltor­t. La Audiencia de Barcelona lo declaró no culpable, el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya lo absolvió después de un recurso de la familia de la víctima y el Tribunal Supremo ya no admitió a trámite ningún recurso más. El caso no ha prescrito y sigue abierto en el despacho del grupo de homicidios de la región policial central de los Mossos d’esquadra.

La víctima tenía 55 años y era madre de tres hijos. Activista política y cultural, había seguido los pasos de su padre participan­do activament­e en la vida social de Igualada, participan­do en la creación de la sección de Convergènc­ia i Unió de la capital de La Anoia. Llegó a ser concejal de Cultura. Desde hacía un tiempo rehabilita­ba una vieja casa familiar de tres plantas, Can Truco, que iban a reconverti­r en apartament­os de alquiler. Ella se encargaba de las obras.

El 31 de octubre del 2006 después de que el marido Sebastián se despertara de la siesta, Francina salió a hacer un par de recados, una compra en el Naturhouse y recoger unas gafas de la óptica que estrenaría al día siguiente, jornada electoral en Catalunya y en la que participab­a como apoderada de su partido. Nunca más la vio.

Aquella noche Sebastián se acostó pensando que su mujer se habría entretenid­o como tantas otras veces con los del partido, y fue al despertar que al no verla cuando denunció su desaparici­ón.

Camino de la comisaría el marido pasó junto a Can Truco y ya vio que la puerta principal de la casa en obras estaba medio abierta. Echó un vistazo rápido y sin perder tiempo llegó a los Mossos. Con una pareja de policías de investigac­ión regresaron al edificio en obras y entraron. La casa era tan antigua que conservaba unas enormes puertas de madera con unas cerraduras que solo se abrían con unas pesadas llaves de hierro forjado de doce centímetro­s. Solo había una llave para acceder a cada planta. Justo la tarde anterior, cuando Francina ya había salido de su casa, el jefe de la empresa de rehabilita­ción devolvió la llave del primer piso al marido.

Acompañado de los mossos, el marido abrió el acceso al primer piso. Estaba cerrada con tres vueltas. Recorriero­n las estancias y en una de las habitacion­es encontraro­n el cuerpo sin vida de la política. Le habían destrozado la cara a golpes. De su bolso que estaba en otra estancia faltaban unas tarjetas.

El escenario ofreció pistas a los investigad­ores. El polvo de las obras dejó marcadas unas pisadas en el suelo. Los mossos no tardaron en confeccion­ar un listado con las personas que habían tenido esa llave ese día y que pudieron coincidir con Francina en una casa a la que la mujer no tenía previsto ir aquella tarde. Pero entró porque de camino a la óptica coincidió con un amigo y siguió charlando con él, cambiando su trayectori­a inicial. Pasó frente a su casa y al ver la puerta entre abierta, entró a mirar.

Descartado el marido y el dueño y el hermano de la empresa responsabl­e de la rehabilita­ción, la investigac­ión se centró en el paleta Ivan Mantas que trabajaba en la casa. Eran suyas las pisadas que aparecían junto a las de Francina avanzando hasta una de las terrazas en las que precisamen­te el paleta había hecho un tejadillo para proteger el aparato del aire acondicion­ado de la lluvia. También se encontró una mancha de sangre de la víctima en el respaldo del asiento del conductor de la furgoneta de la empresa. Un vehículo que Ivan Matas también condujo aquel día.

El hombre siempre negó las acusacione­s y aseguró que salió de aquella casa sin coincidir con la víctima, y que entregó la llave a su jefe antes del crimen. Durante el juicio, su abogado Jordi Claret sembró unas dudas que el jurado hizo suyas. La más importante fue cuestionar la imposibili­dad de hacer duplicados de la llave que abría esa cerradura. El tribunal no tuvo en cuenta que ni siquiera la familia había podido tener copias. Y cuidaban esas llaves como un tesoro porque si se perdían habrían tenido que cambiar unas puertas de varios siglos de vida.

El caso se planteó ante el tribunal como un asesinato cuando nunca se pudo armar un móvil del crimen. No lo había. Si aquella tarde la mujer no hubiera variado su ruta hasta la óptica, no habría pasado por delante de la vieja casa y nunca habría coincidido con su asesino.

Quien mató a Francina ni siquiera sabía que ella iría a la casa esa tarde, fue un encuentro casual y un crimen sin móvil

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Los tribunales ya absolviero­n al único sospechoso de la muerte
El crimen de la exregidora de Cultura de Igualada Los tribunales ya absolviero­n al único sospechoso de la muerte
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Barcelona Mayka Navarro

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