La Vanguardia

Paternidad múltiple

- Màrius Serra

La maternidad aparece en muchas de las novelas catalanas recientes más interesant­es. Tiene un papel central en las últimas de Marta Rojals, Eva Baltasar, Marta Orriols, Maria Climent o Anna Punsoda, por ejemplo. La paternidad, en cambio, tiene una presencia más limitada, como si los relatos del conflicto generacion­al hubiesen agotado el tema el siglo pasado. Kafka y Pirsig establecie­ron dos referentes antagónico­s escritos desde la discordia y la concordia. En la discordia destaca la famosa Carta al padre (Brief an den Vater)

de Kafka, de la que Angle acaba de publicar una nueva traducción al catalán de Joan Ferrarons que se añade a la que Ricard Torrents publicó en L’avenç (2009). Para la concordia un buen ejemplo sería Zen y el arte de mantenimie­nto de la motociclet­a

de Robert Pirsig (en traducción de Renato Valenzuela en Sexto Piso), una novela de carretera que suscita unas ganas irrefrenab­les de pensar mientras un padre y un hijo cruzan los Estados Unidos en moto. El conflicto generacion­al que entronizó a la juventud como clase social comportó el inicio de diversas excavacion­es. En una de ellas estamos, ahora, desenterra­ndo los cimientos del patriarcad­o. Por eso resulta muy saludable leer novelas que aborden la paternidad sin complejos.

Las dos primeras de Sergi Pons Codina —Mars del Carib (2014) y Dies de ratafia

(2017), ambas en Edicions de 1984— abordaban

Pons Codina acierta al saltarse todas las primeras veces que lastran tantos relatos iniciático­s de la paternidad

desde un código picaresco la vida de un mequetrefe que peterpanea­ba por el barrio de Sant Andreu. Alrededor del bar Mars del Carib Pons Codina recreaba un microcosmo­s fresco y salvaje de gente pasada de vueltas que quería vivir en la molicie. Este febrero prepandémi­co Pons Codina publicó una tercera novela de su trilogía andreuense: Mal bon pare (Amsterdam). La mejor de las tres. Su protagonis­ta, a quien habíamos dejado falsifican­do reportajes mientras elaboraba ratafía con las nueces de los parques de Sant Andreu, ahora roza la cuarentena y es padre de familia numerosa. Cuando nos reencontra­mos con él tiene tres hijas de entre cinco y diez años y acaba de saber que llegará un cuarto. El que tiene que ser el niño de la familia. Su aproximaci­ón, pues, tiene el acierto de saltarse todas las primeras veces que lastran tantos relatos iniciático­s de la paternidad. Nada le sorprende, ante un cuarto hijo. Con un sentido del humor detonante, cercano a las mejores novelas de Tom Sharpe, Pons Codina nos relata el día a día de la aventura paterna desde la veteranía y sin ornamentos. La presencia de las tres hijas y los cuatro abuelos ensancha el universo tabernario que le conocíamos y transforma el bar Mars del Carib en un mero refugio para aguantar las tormentas. Las escenas satíricas con los suegros dan paso a las irritantes relacione con su padre misógino, racista, homófobo y alcohólico, de quien descubrimo­s episodios lejanos. El alucinado padre múltiple podría escribirle una carta parecida a la de Kafka para que luego alguien recordara a Monterroso cuando decía “en la carta al padre de Kafka, yo estoy con el padre”.

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