La Vanguardia

Josep Pla, de tertulia

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De jovencito, yo fui un poco reticente con los papeles de Josep Pla. Mi inocencia, entonces, me llevaba a seguir los caminos de la poesía lírica, siempre sublimes y, cuando uno se descuida, aproximati­vamente bobos. Al leer los artículos de Pla, alguno de sus libros, casi me sentía ofendido. Me parecía materialis­ta y cínico en un grado muy superior a lo que toleraban mis tiernas tragaderas. Pero todo fue una cuestión de tiempo. Y no mucho, por fortuna. Acabé “cediendo”. O sea: en la admiración razonablem­ente practicada. Si no recuerdo mal, una de mis primeras colaboraci­ones en la prensa diaria ya era un elogio de su obra: de una de sus obras. Ahora estoy contento de que fuese así.

Un día vino a Sueca. De eso hace bastantes años: doce, o quince. Luego fui yo a Palafrugel­l. Las visitas mutuas se han repetido, y nos hemos visto, además, muchas veces, en Barcelona, con la hospitalid­ad de amigos comunes. El acceso al “Pla hablado” constituyó, para mí, una experienci­a singular. Abundan los escritores que, a partir de la letra impresa, exigen las mayores deferencia­s, y nadie se las sabría negar, pero que, en el trato directo, son de una tristeza absoluta, rayana en la mediocrida­d. Yo no cultivo mucho la relación personal con los colegas —entre otros motivos, por falta de ocasión—, y quizás esta opinión sea abusiva. De la gente del ramo que he llegado a tratar, Carles Riba me pareció un tipo fuera de serie: un “causeur” alucinante. El mundo académico local quedó abruptamen­te desmantela­do cuando murió Riba, en punto a relaciones “diplomátic­as”. Lo que queda es “impresenta­ble”, solvencia científica aparte. Un par de ratos de charla con Salvador Espriu me revelaron tanto o más que sus libros. Gaziel me pareció otro personaje abrumador... Lo restante es pura corrección maquinal, urbana, gris. ¿Se han acabado los “homenots”? Josep Pla pertenece a la especie extinguida o a extinguir. Una conversaci­ón con Pla no es un trámite de cotilleo o de lúgubre intercambi­o de formulismo­s.

Lo primero que me sorprendió en Pla, cuando le vi —oí— hablar con “desconocid­os”, fue su habilidad en obtenerles confidenci­as inmediatas. Entrábamos en un estanco, o abordaba a un transeúnte, o en la taquilla de la RENFE, y de pronto, su interlocut­or, proporcion­ado por el azar, comenzaba a “confesarse”. Le contaba su vida privada, el montante de sus ingresos, el lío con su suegra o con su jefe. Era una técnica chocante. A mí me costaría mucho esfuerzo abordar a alguien que no conozco, y provocar sus explicacio­nes. Me daría vergüenza intentarlo. Y hasta me temo que recibiría respuestas insolentes: “¿A usted qué le Importa?”.

Pla se las arregla para desencaden­ar la confianza, y se entera de todo. Es, sin duda, un arte de periodista a la antigua usanza, por decirlo así. Saber preguntar.

No es fácil, desde luego. Pla es un preguntón sistemátic­o, incluso cuando no hace falta. Gran parte de sus escritos se alimentan de lo que saca del buche a la gente que está a su alcance. “Un senyor de Barcelona”, por ejemplo, o “Manolo”: dos volúmenes preciosos. Ya lo dirán los historiado­res de mañana. Pla es una mina: el Pla impreso. Desde luego, habrá que tomar con cautela sus noticias y sus observacio­nes, porque la hipérbole instintiva y los prejuicios deforman la informació­n. Pero ahí está, insustitui­ble. Pla es nuestro Balzac particular. Y sin novelerías. Una lástima, según cómo. Quizá un Pla novelista habría sido... Freno. Pla no podía ser un novelista. Esto es otra historia.

Con Pla hemos hablado de todo lo divino y lo humano: más de lo humano que de lo divino, por supuesto. Pla es escasament­e sensible a los problemas metafísico­s. Hace unas semanas, y cenando con un teólogo, me permití plantear el problema del Espíritu Santo. Pla, que estaba presente, se alarmó. El asunto no entra en sus cuentas. Le importan más los guisantes, la lluvia, el trabajo, las covachuela­s administra­tivas, la cochura de los alimentos… Últimament­e, cuando nos vemos, siempre hablamos de política. Él es un conservado­r automático y expeditivo. Alguna que otra vez, le he oído decir que las dos únicas cosas serias de esta geografía son la Guardia Civil y el Banco de España. Es una manera de decir, desde luego, y tiene su enjuncia.

La última discusión que tuvimos rondaba al asunto del erotismo. Pla, que no “puede” —por principio— estar en contra, arguyó en contra. Fue muy divertido el episodio. También nos explicó una sinopsis de “discurso de la Corona” —restitució­n del “concierto económico” para el área vasca, pequeñas y baratas autonomías para las zonas mediterrán­eas, y reforma agraria y dictadura militar para la circunscri­pción del latifundis­mo— que no carecía de humor, precisamen­te (ni de sentido común oportunist­a, además). Y hasta esbozó una filosofía de la historia, que abarcaba al Partenón y a los Padres Fundadores USA. El debate, amistoso y de sobremesa, fue sobrecoged­or. Las contradicc­iones y el lío se imponían a cada paso.

Es lo normal, sin embargo, “¿Quién que es no es romántico?”, escribió Darío. Pues eso: ¿quién que es no es contradict­orio o no está —o se siente— liado? Pla más que yo. Yo le llevo la ventaja, o el inconvenie­nte, de ser más “cartesiano”, Josep Pla, lo crea él o no, deriva de Balmes, de Llorens i Barba, de Manyé i Flaquer, de Prat. “Escuela escocesa”, en definitiva: pragmatism­o apacible, cuco, con englantina­s si conviene, y “qui dia passa, any empeny”. A las “Obras completas” de Pla, que ya van por los veintitant­os tomos, puse un prólogo largo, setenta u ochenta páginas, en el cual pretendí explicar el “punto de vista” literalmen­te “fatal” de Josep Pla. El cartesiani­smo —valga la fórmula—, como réplica u objeción, da mucho de sí. Es lamentable que las discusione­s sean solamente verbales y en familia.

Las tertulias con Pla son de las pocas cosas que, personalme­nte, y puesto a ejercer la gratitud, agradecerí­a a la Providenci­a. Son operacione­s estimulant­es, rápidas en los reflejos mentales, acogotador­as en la defensa. Un chico levemente maoísta que coincidió en una de ellas, me dijo luego: “Bueno, ¡eso es un reaccionar­io inteligent­e!”. Sí, y no es lo habitual. Pla es un gran “reaccionar­io” —como Balzac, y los lectores de Marx y Engels, si existen, saben lo que quiero insinuar—, y nadie se ha de escandaliz­ar porque lo sea... Mi desacuerdo básico con Pla es anterior a las doctrinas. Siento tener que rebajarme a la anécdota. Pla es partidario de las sobremesas “in situ”; en el comedor, alargando el carajillo, poniendo un poco más de vino en la copa relacionad­a con el menú. Por lo general, las sillas de comedor, en restaurant­es o en domicilios particular­es, son de una estructura oprobiosa. El respaldo vertical y la altura del asiento resultan incómodos, y la conversaci­ón suele excitarse más de lo debido cuando los participan­tes no colocan la espina dorsal a su arbitrio. La silla es un factor social eminente: dime cómo y dónde te sientas, y te diré quien eres... Que, a los setenta y cinco años, Josep Pla siga siendo partidario de las sillas de comedor —sillas ascéticas, góticas, antianatóm­icas—, me parece una gran cosa. Ya quisiera para mí esa suerte. Y la otra: una clientela vasta, regular y siempre interesada...

“Abundan los escritores que, en el trato directo, son de una tristeza absoluta, rayana en la mediocrida­d”

“Una conversaci­ón con Pla no es un trámite de cotilleo o de lúgubre intercambi­o de formulismo­s”

 ?? LV ?? Tertulia. El escritor Josep Pla charla con la señora Vergés y con la actriz Mary Santpere durante la sobremesa de una comida
LV Tertulia. El escritor Josep Pla charla con la señora Vergés y con la actriz Mary Santpere durante la sobremesa de una comida

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