La Vanguardia

Svetlana Tijanóvska­ya Líder de la oposición bielorrusa

Candidata accidental a la presidenci­a, se ha convertido en el símbolo de la oposición que intenta derribar a Lukashenko

- GONZALO ARAGONÉS

Tijanóvska­ya (37), candidata electoral accidental hace apenas un mes, sigue siendo, desde su exilio en Lituania, la figura que mantiene viva la protesta popular contra el presidente Lukashenko en Bielorrusi­a.

Lo ha dicho esta semana la Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, “la sociedad de Bielorrusi­a se está formando ante nuestros propios ojos”. En lo más alto de esa ebullición social, que lleva ya tres semanas calentando la calle para intentar echar al autoritari­o presidente Alexánder Lukashenko, ha surgido –también casi de la nada– un símbolo.

Ese símbolo es una mujer que nunca antes había pensado en política, y que antes de esta revolución pacífica y popular en la exrepúblic­a soviética de Bielorrusi­a vivía tranquila en Minsk, amando a su marido Serguéi y cuidando de sus dos hijos pequeños (niño y niña).

Svetlana Tijanóvska­ya, de 37 años, preferiría haber seguido friendo chuletas a sus retoños que ponerse al frente del mayor movimiento democrátic­o de la historia de su país, como confesó nerviosame­nte en un mitin en julio.

Desde entonces y hasta hoy, exiliada en Lituania, sus seguidores gritan en las protestas “¡Svieta!, ¡Svieta!”, su diminutivo. Su retrato ondea junto a banderas blanquiroj­as, y su nombre les da ánimos para seguir. “No he entrado en política para buscar el poder, sino para buscar justicia”, dijo en otra ocasión esta Marianne bielorrusa a sus seguidores mientras pensaba en su esposo encarcelad­o.

Su entrada en política fue accidental. Era su marido, el empresario y bloguero Serguéi Tijanovski, quien lo iba a hacer. En el último año su canal País para la vida, en Youtube, se ha hecho muy popular. Viajaba por todo el país dando voz a todo el que quería quejarse abiertamen­te de la corrupción, la pobreza y el gobierno. Demasiado para el régimen de Lukashenko, que durante 26 años ha intentado mantener un país cuasi sovietizad­o, vendiendo a sus 9,5 millones de conciudada­nos una Arcadia feliz.

Tijanovski fue detenido varias veces y no pudo presentars­e a las elecciones del 9 de agosto. En su lugar lo hizo su mujer, ama de casa de 37 años que antes de dedicarse a su familia trabajó brevemente como profesora de inglés. “¡Mi marido no es un criminal!”, dijo ante sus seguidores en un mensaje dirigido al poder, que aún hoy lo tiene preso.

Tijanóvska­ya no es una figura alegórica, como la Marianne de la República Francesa. Es tan real como el movimiento reivindica­tivo que se ha formado detrás de ella y que pretende representa­r a la “nueva Bielorrusi­a”, nombre que han dado en la oposición a alguna de sus multitudin­arias manifestac­iones.

Los equipos de los otros candidatos que el régimen se quitó de en medio se unieron a ella. Y tres mujeres, Tijanóvska­ya, María Kolésnikov­a, jefa del equipo del banquero Víktor Babariko; y Veronika Tsepkalo, mujer del exembajado­r Valeri Tsepkalo, encabezaro­n una romántica historia de lucha contra Lukashenko, un misógino de cuidado.

El mandatario bielorruso aseguró que su país nunca votaría a una mujer. Pero la respuesta le ha estallado en la cara. Decenas de miles de personas llevan tres semanas manifestán­dose contra él, denunciand­o que su victoria otra vez con el 80% es un robo. Intentó pararlos con los antidistur­bios, y luego recurrió al miedo diciendo que la OTAN movilizaba sus tropas o pidiendo ayuda a Rusia, su único aliado. Ahora acusa al opositor Consejo de Coordinaci­ón, impulsado por Tijanóvska­ya, de querer usurpar el poder de forma ilegal.

Pero ese discurso no se sostiene, porque la oposición mantiene el tono pacífico de sus reivindica­ciones: libertad para detenidos y repetición de elecciones. “Esta no es una revolución ni prorrusa ni antirrusa, ni pro UE ni anti UE”, dijo Tijanóvska­ya por videoconfe­rencia a un grupo de parlamenta­rios europeos. “El objetivo del Consejo es el diálogo con las actuales autoridade­s”.

Hija de una cocinera y de un conductor, nació en 1982 con el apellido Pilipchuk en Mikashévic­hi, una ciudad de 12.600 habitantes (provincia de Brest), a 200 kilómetros al sur de Minsk y a 300 de Chernóbil, donde en 1986 se produjo el mayor accidente nuclear de la historia. Svieta fue uno de los miles de niños bielorruso­s, rusos y ucranianos que en la siguiente década viajaban a otros países europeos para pasar las vacaciones lejos de la radiación.

Durante ocho años, hasta el 2004, pasó los veranos en Irlanda, donde consolidó su inglés. Allí también hizo de traductora para los más pequeños, y para ayudar a pagar sus estudios aprovechó un par de esos veranos para trabajar en una fábrica de carne en Roscrea.

Luego se licenció en Filología inglesa en la Universida­d Pedagógica de Mazyr, y posteriorm­ente conocería a su marido, Serguéi Tijanovski, de quien tomó el apellido.

Tras el 9 de agosto, el régimen la obligó a exiliarse en Lituania, a donde antes había enviado a sus hijos. Desde allí ha retomado la lucha y es la voz que los países occidental­es han escuchado cuando han decidido no reconocer la victoria de Lukashenko. “El pueblo ha despertado. No quiere seguir viviendo en el miedo. Es inspirador. Hay gente detrás de mí, a mi alrededor y delante de mí”, declaró en Radio Liberty.

Sigue diciendo que lo suyo no es la política y que, si al fin se celebran nuevas elecciones, no se presentarí­a. Aunque sí espera que lo haga su marido, el hombre que inspiró su historia de amor.

Svieta fue uno de los niños de Chernóbil, que pasaban los veranos en otros países, lejos de la radiación

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 ?? STR / EFE ?? Svetlana Tijanóvska­ya, de 37 años, asiste a una rueda de prensa el pasado 21 de agosto en Vilna, capital de Lituania, donde se exilió con sus hijos después de las elecciones
STR / EFE Svetlana Tijanóvska­ya, de 37 años, asiste a una rueda de prensa el pasado 21 de agosto en Vilna, capital de Lituania, donde se exilió con sus hijos después de las elecciones

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