La Vanguardia

El tirón electoral y lo que viene luego

- Llàtzer Moix

Un candidato con tirón electoral tiene, a priori, más posibilida­des de victoria que uno sin. Pero a la hora de elegir un candidato no es prudente fijarse solo en su presunto tirón electoral y olvidarse, por ejemplo, de su perfil ideológico, de su fiabilidad ética, de su trayectori­a o de su previa obra de gobierno (si la hubo). No es prudente y, además, es arriesgado. Porque el tirón electoral de un candidato puede ser decisivo para encumbrarl­e y entregarle el poder, pero los intereses de la ciudadanía solo se satisfacen con una posterior buena labor de gobierno. Y eso, cuando el candidato alcanza su objetivo, está aún por hacer.

Salvo excepcione­s –por ejemplo, la del pasivo Rajoy–, todos los candidatos tratan de cultivar el tirón electoral con su apariencia y con sus mensajes. Pedro Sánchez tiene buena planta y se presenta como un político solidario, empático y didáctico, lo cual está bien, y mejor estaría si a veces no pareciera todo fruto de un diseño estratégic­o. Pablo Casado trata de rejuvenece­r un partido con muchas rémoras del pasado, apoyándose en su rostro de yerno ideal, su inagotable entrega, su ubicuidad y una ideología tirando a líquida, con la que querría pescar, a días alternos, en los caladeros de extrema derecha y en los centristas. Y Pablo Iglesias recurre ahora al moño y al pendiente, complement­os que quizás su parroquia aprecie y asocie a la muy cacareada ruptura con el régimen del 78, que considera funesto, pese a haber propiciado los mejores decenios de la historia del país.

Pero el que probableme­nte deposita más esperanzas en su tirón electoral es Carles Puigdemont, secundado por sus correligio­narios, que no se cansan de repetir el mantra de que nadie es capaz de cosechar tantos votos para el independen­tismo, como si eso fuera un valor absoluto y cualquier otra considerac­ión sobre su idoneidad ya les pareciera baladí. Al objeto de alimentar la teoría de que es un imán de votos, el de Waterloo cultiva el perfil de irreductib­le, tipo Astérix, convencido de atraer así al sector más emocional, impaciente e impulsivo del independen­tismo. Y lo hace sin preocupars­e por los costes que eso comporte.

Si cree convenient­e proclamar que la democracia española es bananera, lo proclama, una y mil veces (pasando por alto que en Catalunya se designan los presidente­s de la Generalita­t a dedo y el actual titular del cargo propone dejarlo vacante cuando le inhabilite­n). Si quiere proceder al desguace de la fuerza nacionalis­ta antaño hegemónica en el país, procede hasta reducirla a un movimiento a su medida, con ecos caudillist­as. Si antes cree oportuno desnatural­izar la base electoral de la antigua Convergènc­ia, empujándol­a desde la moderación hacia la llamada cupvergènc­ia, la desnatural­iza y la empuja. Si estima pertinente expulsar a los miembros del Govern que no le bailan el agua, los expulsa, aunque se distingan por su solvencia –más que por su fidelidad inquebrant­able– y estén desarrolla­ndo una buena labor. Si cree adecuado abusar de la Generalita­t, primando su uso partidista sobre la excelencia en la gestión del país, abusa. Para Puigdemont, convencido de que la rigurosa respuesta del Estado le da carta blanca, los daños colaterale­s de su huida hacia adelante no importan. Aunque afecten a la convivenci­a, al sistema democrátic­o o a su propia fuerza política (como quizás podamos comprobar en las elecciones que algún día se convocarán).

El tirón electoral puede tener un rédito inmediato (o no), pero no garantiza la aptitud del candidato ni el progreso del país. Por tanto, dista de ser un argumento definitivo para justificar el apoyo a tal candidato. Angela Merkel lleva quince años en la cancillerí­a alemana y es de suponer que tiene o ha tenido buen tirón electoral, alimentado por su compromiso europeísta, su protección de los intereses nacionales, su política migratoria o su lucha contra el virus. Es decir, su tirón se basa en una gestión que ha beneficiad­o a sus compatriot­as.

Donald Trump también tiene o tuvo tirón electoral. Pero apuesta por el egoísmo y la confrontac­ión. Así se ha comprobado en su política exterior, mediante la que ha dinamitado o minado tratados, alianzas y organismos. Y también en su política interior, como se ha visto, otra vez, con su gestión de la crisis racial: ya hay milicias armadas blancas y milicias armadas negras en las protestas contra el racismo policial, y acaso se líen a tiros más pronto que tarde.

Quiero decir con todo ello que algunos tienen tirón electoral y nos alegramos de que lo tengan, porque tras vencer suelen hacer una buena labor de gobierno. Y que otros lo tienen también y no nos alegramos, porque ni su ética ni su trayectori­a ni su obra de gobierno conocidas inducen a imaginar que su hipotética victoria nos reportaría un futuro colectivo mejor.

Importan más la ética, la trayectori­a y la obra de gobierno de un candidato

que su tirón electoral

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NATÀLIA SEGURA / ACN
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