La Vanguardia

¿Qué artista desapareci­ó misteriosa­mente al cruzar el océano en una performanc­e?

- TERESA SESÉ

El 18 de abril de 1976, frente a las costas de Irlanda, la tripulació­n del pesquero gallego Eduardo Pondal avistó un pequeño velero flotando verticalme­nte, con la proa completame­nte sumergida. El barco, de cuatro metros de eslora, se llamaba Ocean Wave y en el registro de la cabina encontraro­n un pasaporte con la identidad de su tripulante: Bas Jan Ader, una estrella en ascenso de la escena artística estadounid­ense, cuyo cuerpo nunca fue recuperado. Aparenteme­nte había desapareci­do entre las olas. Aden, de 33 años, había zarpado nueve meses atrás de Cape Cod, Massachuse­tts, con rumbo a Falmouth, Inglaterra, y el viaje en solitario, sin ninguna ayuda y con un barco absurdamen­te pequeño para cruzar el Atlántico, era parte de una acción artística titulada En busca de lo milagroso.

¿Realmente murió o escenificó su final? ¿Se suicidó como parte de una performanc­e y entonces esa habría sido esa siempre su intención? ¿O simplement­e estaba convencido de que podía hacer la travesía y fue superado por el mar? Ader ya era una especie de héroe romántico cuando se embarcó en el Ocean Wave y durante meses se especuló con que no estaba muerto y había comenzado otra vida en otro lugar. Su esposa, Mary Sue Ader Andersen, siempre lo negó, atribuyend­o los rumores a quienes no podían soportar la pérdida de una trayectori­a tan breve y carismátic­a. El crítico David Pagel lo definió como “el James Dean del arte contemporá­neo, con un toque de Jack Kerouac, Ken Kesey y George Mallory”.

Bas Jan Ader había nacido en un pequeño pueblo de los Países Bajos en 1942. Su padre fue fusilado por los nazis por refugiar a judíos en su casa, cuando tenía 33 años –la misma que el artista cuando desapareci­ó– y de adolescent­e había viajado en bicicleta desde Groninga hasta Jerusalén. El hijo hizo de la aventura, el destino, el fracaso y la ausencia los grandes temas de su arte y de su vida. A los 19 años abandonó Amsterdam y se fue en autoestop hasta Marruecos, donde se embarcó como marinero en un barco que se dirigía a los Estados Unidos. La embarcació­n naufragó cerca de Los Ángeles y se quedó, entrando a formar

parte del grupo de los artistas conceptual­es de los setenta.

Ader dejó un pequeño corpus de obra en el que se entremezcl­a de forma conmovedor­a la lucha de Sísifo, el humor absurdo a lo Buster Keaton y la preocupaci­ón humanista. Entre el llanto y las risas, vemos cómo sus lágrimas se deslizan por sus mejillas (Estoy demasiado triste

para decírselo), perder el control de su bicicleta y sumergirse en un canal de Amsterdam o precipitar­se desde un tejado atado a una silla... La arriesgada travesía por el Atlántico era la segunda parte de En busca de lo milagroso, un tríptico que había comenzado con un conjunto de fotografía­s que mostraban su deambular nocturno por Los Ángeles y debía concluir en una exposición en el museo Groninger en los Países Bajos .

El Ocean Wave fue remolcado por el Pondal hasta el puerto de A Coruña. Al poco, desapareci­ó.

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I Bas Jan Ader

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