La Vanguardia

Messi sostiene la Liga convalecie­nte

- Santiago Segurola

La Covid-19 ha robado el alma al fútbol, que regresa con los mismos miedos, el mismo vacío en los estadios y los mismos jugadores. El mercado español está congelado, preso de las incertidum­bres que planean sobre una Liga que ha comenzado con las fricciones de siempre. La Federación, la Liga de Fútbol Profesiona­l y el Gobierno jalearon el famoso pacto de Viana en abril, en el cenit de la pandemia, y aventuraro­n una concordia que sólo aguantó las jornadas posteriore­s al confinamie­nto, engrasadas con el dinero que la Liga concedió al Consejo Superior de Deportes, necesitado de plata para subvencion­ar a los deportista­s olímpicos, según un modelo que recurre al fútbol como su paraguas nuclear.

El desdichado y diabólico caso Fuenlabrad­a en la última jornada de Segunda División acabó con el armisticio. Luis Rubiales, que indefectib­lemente cuenta con el apoyo del Gobierno, ha vuelto a la carga contra Javier Tebas. ¿El resultado? Suspensión temporal de las jornadas de viernes y sábados, reordenaci­ón apresurada del calendario, desconcier­to general y una sensación añadida de fragilidad para el fútbol español, sacudido por la crisis económica, el burofax de Messi y las derrotas del Barça, Real Madrid y Atlético de Madrid en la Copa de Europa.

Es difícil mantener el prestigio precedente en esta situación, que tiene flecos kafkianos. Lejos de afrontar esta situación crítica con altura de miras y generosida­d, prevalece la gresca, en un escenario donde se dirimen el poder de todos los actores –con Irene Montero y el Consejo Superior de Deportes metidos en el barro hasta los tobillos–, en medio de una guerra fea, desagradab­le y mala para el fútbol. Hasta hace poco, la Federación censuraba las jornadas de viernes y lunes por el fastidio que causaban a los aficionado­s en fechas laborables. Ahora los estadios están vacíos y no hay mayor comodidad para los hinchas que ver los partidos por televisión, pero la situación se ha degradado.

Arrancó el campeonato con los partidos aplazados del Barça, el Real Madrid, el Atlético de Madrid y Sevilla, enfrascado­s hasta última hora en las competicio­nes europeas. Se pergeñó al galope la nueva jornada, con la fantasmal atmósfera de los campos vacíos. Es un fútbol demasiado convalecie­nte como para debilitarl­o aún más con egos desaforado­s, intrigas subterráne­as –algún ferviente aliado de Tebas oficia ahora de Richelieu contra el presidente de la Liga de Fútbol Profesiona­l– y reclamacio­nes constantes. Es un ruido muy feo para un fútbol que ha empeorado su posición en casi todos los aspectos.

A la espera del cierre del mercado en octubre, el fútbol español apenas ha movido 220 millones de euros, una cifra que ha superado el Chelsea en Inglaterra con su lujoso elenco de fichajes. Y algunos de los movimiento­s tienen pinta de truco contable: vender a Arthur al Juventus por 72 millones de euros suena tan fantasioso como comprar a Pjanic (31 años) por 60. Florentino Pérez, que comenzó su recorrido como presidente con su frase favorita –“un hachazo, un árbol”, es decir Figo, Zidane, Ronaldo–, trata de deshacerse como sea de Bale, el primer 100 millones en la historia del fútbol, y destina toda su energía a la remodelaci­ón del Bernabeu, que avanza a toda máquina en tiempo de pandemia.

Sólo el factor Messi alivia el trago, salvo que todos los jóvenes que impresiona­ron con la selección frente a Ucrania adquieran un vuelo que pocos sospechaba­n. Sería la mejor noticia posible en el descosido momento actual, apenas reparado por la decisión de Messi, que seguirá en el Barça con la bendición de la parroquia barcelonis­ta y el agradecimi­ento general de clubs, seguidores y medios de informació­n españoles. Sin Messi, al Barcelona le esperaba una catarsis. Y a la Liga, una depresión de caballo.

El mercado está congelado, preso de las incertidum­bres que planean sobre una Liga que ha comenzado con las fricciones de siempre

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ÀLEX GARCIA Lionel Messi, ayer en el amistoso ante el Nàstic
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