La Vanguardia

Mal de muchos

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La defensa del PP es sentenciar que en todas

partes hay ladrones y partidos que los amparan

Levantado el secreto de sumario del caso Kitchen, los indicios recogidos por el juez instructor García Castellón son demoledore­s para el Partido Popular y su cúpula dirigente, desde el entonces presidente del partido y del gobierno, Mariano Rajoy, hasta el desprestig­iado exministro del Interior, Fernández Díaz. “Yo ya no soy un personaje público”, ha dicho Rajoy, preguntado sobre si fue el inductor de una operación ilegal de la policía para robar y desactivar la informació­n sobre la financiaci­ón ilegal del PP en manos del tesorero Luis Bárcenas. Es el mismo argumento a la inversa del actual presidente popular, Pablo Casado, cuando recuerda que entonces él era diputado raso. Rajoy y Casado quieren olvidar que dejar una responsabi­lidad no exime de responder por los hechos ocurridos cuando aún la tenías y que aceptarla te obliga a defender o rechazar la herencia pasada.

La defensa política por parte del PP también ha sido recordar que el PSOE ha sido sentenciad­o por la gigantesca corrupción de los ERE de Andalucía, que Convergènc­ia también ha pillado

Glòria Serra por las comisiones del 3% y que incluso Podemos tiene en marcha una investigac­ión sobre sus finanzas. Es decir, esparcir la sospecha o la certeza de corrupción sentencian­do que en todas partes hay ladrones y partidos que los amparan. No así del todo, porque hay casos puntuales y tramas sistémicas, pero la investigac­ión de la Kitchen no se puede comparar a ninguno de estos hechos. Sí en cambio con un caso pasado que el PP no se atreve a citar: los GAL.

Un gobierno que usa policías (la parte más corrupta y amoral de ellos) para acabar con un problema. Entonces era la guerra sucia contra los asesinos de ETA. Asesinar asesinos no es una buena idea: pervierte la esencia de la democracia, corrompe a los cuerpos policiales y los ciudadanos que aceptan este atajo y, como quedó demostrado, es inútil y aún da más razones a los que aseguraban estar librando una guerra con armas en la mano.

El caso Kitchen comparte la gravedad de estos crímenes de Estado con una particular­idad. Los enemigos que combatir ahora no eran asesinos ni delincuent­es. Eran compañeros que podían desvelar las corrupcion­es del partido en el gobierno y oponentes políticos. Porque el independen­tismo y la fallida operación Catalunya también aparecen en este sumario. Convertir a la policía en brazo armado al servicio de tus intereses ya se ha hecho y más efectivame­nte. Solo hay que leer los manuales dejados por Videla, Castro, Gadafi y, naturalmen­te, Franco.

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