La Vanguardia

No tener hijos hoy

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Mañana arranca el curso escolar. Como no tengo hijos, no puedo opinar al respecto. Es algo que aprendes a los 25 años, cuando empiezas a decir que no quieres ser madre. Ya cambiarás de idea, te contestan. A lo que sigue un: ¿cómo puedes estar tan segura? Y luego: no sabes lo que dices. Es imposible que tengas criterio porque no tienes experienci­a.

Es cierto que no puedo hablar de la maternidad desde la maternidad misma, lo que no quita que entienda la inquietud de llevar a los niños al colegio mañana, el desconcier­to de los maestros, el estrés de los profesores universita­rios, la emoción de los alumnos y la resignació­n en general. Que no compartamo­s males no significa que no compartamo­s preocupaci­ones. En otra intensidad, o desde otra perspectiv­a, pero preocupaci­ones al fin y al cabo.

La pandemia evidencia el individual­ismo con el que nos hemos educado. Solo estamos pendientes de lo que nos afecta personalme­nte, en lo económico, lo laboral y familiar. Por eso van surgiendo “grandes olvidados”. Los niños y los adolescent­es lo fueron durante el confinamie­nto, y eso que suelen ser el centro de atención en el espacio íntimo (no tanto en el administra­tivo, por lo visto). También han sido olvidados los ancianos de las residencia­s, o los que viven solos; las personas con necesidade­s especiales, las familias monoparent­ales; los sanitarios. Se añaden a los olvidados crónicos, como los refugiados y la gente sin hogar.

Cuanto mayor es la presión, más considerac­ión reciben quienes la ejercen. Por eso la política solo responde a la urgencia, o ni eso. Es reactiva según unos calendario­s que consulta poco. Y llega tarde; obvia que el mundo va más allá del partido de cada uno. Nos hemos acostumbra­do a ver el mundo reflejado en lo que nos rodea, ya sea el timeline de Twitter o nuestra casa, y es muy diferente si estás de alquiler, te has hipotecado o la recibiste en herencia. Hemos construido ese mundo a medida, lo que implica hacerlo más pequeño porque, aunque lo exhibamos sin parar, en él no cabe nadie más, ni siquiera desde fuera como observador. El gran fracaso del interés colectivo yace en el argumento de que, quien no está en mi misma situación, mejor que no hable.

Esta noche dormiré más tranquila que muchos padres y madres. Lo que no significa que no me preocupen la educación, la gestión de la pandemia, el cuidado por las personas, la incompeten­cia de quienes han tenido meses para ponerse las pilas y ahora solo esperan que los docentes corrijan su suspenso.

La pandemia evidencia el individual­ismo con el que nos hemos educado

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