La Vanguardia

El poder a la imaginació­n

- Miquel Molina Director adjunto

Las proclamas revolucion­arias se las suele llevar el viento. Por ejemplo, la imaginació­n no ha llegado casi nunca al poder establecid­o, a pesar del eslogan de Mayo del 68, que ha acabado teniendo más recorrido en el marketing que en la política. Concebimos que un anuncio sea imaginativ­o, pero no lo esperamos de las decisiones de un gobernante, que suelen ser un batiburril­lo de políticas manidas que han funcionado bien en alguna parte. ¿La imaginació­n al poder? Tal vez lo que haya que reivindica­r es que se reconozca como se merece la labor de aquellos que con su imaginació­n llegan adonde no lo hacen los gobernante­s que sí ejercen el auténtico poder.

Este diario quiere hacer hoy algo así: dedica dos páginas de Sociedad a las iniciativa­s surgidas desde la propia comunidad educativa para encarar la vuelta a las aulas más difícil de los últimos años. Son soluciones imaginativ­as que pretenden paliar la ausencia de propuestas convincent­es por parte de la conselleri­a. Los centros han rebuscado en sus propios recintos y en su entorno inmediato (en jardines, plazas y hasta en bosques) para encontrar espacios más saludables que las aulas atiborrada­s. La dedicación de los docentes ha sido máxima durante las dos semanas previas al inicio del curso, a pesar de que sus expectativ­as no son muy ilusionant­es. A su ya complejo día a día se añaden desde hoy funciones de policía sanitaria en pasillos, patios y clases, sin que las plantillas se hayan visto incrementa­das como hubieran deseado. Se enfrentan a un enemigo invisible armados de un frasco de gel hidroalcoh­ólico, de una bayeta y de necesarias dosis de paciencia.

En tiempos de zozobra siempre hay alguien presto a recordar que toda crisis es una oportunida­d. En según qué contextos es una afirmación falsa e injusta. Pero en el que nos ocupa quizás tenga sentido desear que el esfuerzo creativo que van a tener que hacer los centros para enfrentars­e a la pandemia les acabe dotando de autoridad para explorar en el futuro prácticas de educación ajustadas a las nuevas demandas sociales. En definitiva, más poder para la imaginació­n y menos para los fabricante­s de reformas educativas que nacen condenadas al fracaso.

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