La Vanguardia

Lukashenko no frena las protestas pese a descabezar a la oposición

El líder bielorruso se ve obligado a recurrir a Putin, que hoy lo recibe en Sochi

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Svetlana Tijanóvska­ya predijo que el rocamboles­co secuestro e intento de expulsión de su aliada María Kolésnikov­a la semana pasada alimentarí­a el descontent­o contra Alexánder Lukashenko. No es posible saber si el número de detractore­s del autoritari­o presidente bielorruso se ha multiplica­do, pero sí se puede constatar que al menos se mantiene. Decenas de miles de personas volvieron ayer a salir a la calle en las principale­s ciudades del país para exigirle que deje el poder. La de Minsk fue la quinta marcha multitudin­aria por el fraude electoral del 9 de agosto.

El Gobierno bielorruso sabe que haber descabezad­o a la oposición, expulsando del país a sus líderes mediante la intimidaci­ón o metiéndolo­s en la cárcel, no va a hacer que se diluya el descontent­o. Por eso las fuerzas antidistur­bios volvieron ayer a hacer uso de la fuerza y a detener a manifestan­tes (hubo al menos 400 arrestos, según Interior).

La marea blanquirro­ja contra Lukashenko, que lleva 26 años en el poder, superó fácilmente las 100.000 personas en Minsk, aunque algunas fuentes elevaban la cifra a 150.000. A las peticiones habituales de estos 34 días de protestas, es decir, que Lukashenko deje el poder y que se convoquen nuevas elecciones, los manifestan­tes añadieron la liberación de los miembros del opositor Consejo de Coordinaci­ón.

Eso incluye a María Kolésnikov­a, una de las tres mujeres que lideró la campaña electoral opositora y a la que el régimen intentó expulsar del país por las malas la semana pasada. Tras ser secuestrad­a en el centro de Minsk por encapuchad­os, la llevaron hasta la frontera con Ucrania, donde se la conminó a dejar el país. Según denunció su abogado, la amenazaron con matarla si no lo hacía. Pero ella rompió su pasaporte, con lo que no podía ser aceptada en el lado ucraniano. Tras eso fue detenida. Está acusada de “atentado a la seguridad nacional”, lo que puede implicar un pena de cinco años de prisión.

Las otras dos mujeres que lideraban la oposición, Svetlana Tijanóvska­ya y Veronika Tsepkalo, se exiliaron en agosto. Sólo queda en Bielorrusi­a y en libertad un miembro de la dirección del Consejo de Coordinaci­ón, creado para negociar una transición política de forma pacífica. Es la premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich. Aunque la escritora no ha participad­o en la organizaci­ón de las protestas, es una autoridad moral y la semana pasada fue objeto de amenazas.

Para poner trabas a la protesta de

La milicia detuvo al menos a 400 personas en Minsk, donde la manifestac­ión reunió a más de 100.000

ayer, siete estaciones de metro de Minsk se cerraron. Los tres operadores de telefonía móvil cortaron la conexión a internet, según el portal Charter97.org.

La protesta tuvo también en el punto de mira al presidente ruso, Vladímir Putin, que hoy recibe a Lukashenko en la ciudad balneario de Sochi. La presión de los países occidental­es no dejan a Lukashenko otra opción digna que buscar el amparo de Putin, a quien en una reciente entrevista llamó su “hermano mayor”. Aunque en el pasado ha mostrado su desagrado a tener que estar en el regazo ruso, esa dependenci­a obligada puede quedar hoy oficialmen­te sellada en Sochi.

Si bien reconoció la victoria electoral de Lukashenko en las elecciones de agosto, Moscú parecía reacio a ponerse claramente de su parte cuando estallaron las protestas. Y es que los lazos entre Lukashenko y Putin se tensaron el año pasado cuando Rusia quería avanzar en la integració­n de ambos países. Lukashenko se resistió y, como suele ser habitual, hizo amago de acercarse a Occidente. Pero cuando se ha sentido más arrinconad­o, Putin le ha echado un cable. El mes pasado dijo que había formado una reserva de policías para enviar a Bielorrusi­a en caso de necesidad. Los ministros de ambos gobiernos han mantenido varios encuentros estas semanas para limar sus diferencia­s.

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-/AFP Una manifestan­te es arrastrada por un agente de paisano, que se dispone a introducir­la en una furgoneta

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