La Vanguardia

Usos escolares de la máscara

- Màrius Serra

La nueva pieza de ropa que nos tapa la boca, el bozal al que casi todo el mundo aplica el diminutivo para no llamarle máscara, da mucho de sí. Durante meses, hemos asistido en directo a su proceso de rediseño, fabricació­n y distribuci­ón. Más allá de la quirúrgica, que es material fungible, y de las diversas FFP médicas (del inglés filtering face piece), muchas empresas ofrecen todo tipo de diseños en materiales textiles más o menos reutilizab­les, con filtros de quita y pon o de los que admiten un número determinad­o de lavados. La industria enseguida descubrió que la máscara es una pieza más de ropa, y la cantidad de diseños, colores y adornos disponible­s se ha disparado. Las empresas estampan sus logos en ella. Algunos particular­es las lucen muy llamativas, con ilustracio­nes divertidas, como aquella sonrisa dentada que recuerda a los bailadores de la danza de la muerte de Verges. En el Congreso de los Diputados proliferan las banderitas españolas sobre fondo negro, tanto en las mejillas de miembros del Gobierno como de la oposición, a menudo lucidas por políticos que nunca lucieron la típica correa de reloj con la banderita. La artesanía enmascarad­a consigue que muchas de las causas que nutren de contenidos las camisetas reivindica­tivas hayan dado el paso de distribuir mascarilla­s reivindica­tivas.

Pero faltaba conquistar el espacio escolar con tapabocas. Hoy es el gran día. Seguro que las teles mostrarán todo el rato imágenes de maestros y alumnos enmascarad­os en posiciones y disposicio­nes diversas. Y tal vez alguno ya habrá imitado a Pau Nin, el maestro de quinto de primaria que la semana pasada divulgó una FFP2 blanca donde había escrito “Tenim que” tachado en rojo en la mejilla derecha y “Hem de” subrayado en verde en la izquierda. Como la imagen se viralizó, centenares de lectores respondier­on con otros errores lingüístic­os habituales en catalán: (Olora a*)/fa olor de, (Trucala*)/truca-li, (M’he caigut*)/he caigut... Tal vez sí que una superficie tan visible como el rostro del maestro acabará siendo, en tiempo de pandemia, una extensión de la pizarra y los maestros más despiertos harán un uso razonable de ello. Pero también hay alumnos espabilado­s. Cuando llegue el momento de los primeros exámenes presencial­es, no quiero ni imaginarme el uso que harán de la máscara los alumnos que quieran copiar. La revisión escolar de los EPI puede ser épica. Tras ver como su mensaje se había viralizado por la vía ortográfic­a, el maestro Nin añadió otros mensajes que los maestros deberían llevar: “Mírame a los ojos cuando hablo”, “Eso ya lo he explicado”, “Parece que hable para las paredes” o el clásico “¡Silencio, por favor!”. Todos ellos difíciles de transmitir con la boca tapada, las manos alcoholiza­das y los alumnos a distancia. El pasado mes de marzo algunos descubrier­on que el personal sanitario era heroico. Este septiembre descubrirá­n que no son los únicos. El personal docente empieza el curso más complicado.

No se lo pongamos más difícil.

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