La Vanguardia

Has de cambiar tu vida

- Joana Bonet

Cuántas veces hemos oído esa voz interior que nos advierte de que aún no hemos aprendido a vivir? O que no vivimos de verdad. Transmite autoridad y reflexión, pero también hace que el miedo y la esperanza recorran nuestra espina dorsal. Como un surtido de galletas, por un momento pensamos que podemos escoger entre una vida vertical y otra horizontal, una productiva y otra nuda. No solo oímos la voz desde la enmienda, sino desde la superviven­cia: la del alcohólico que debe dejar de beber si quiere seguir viviendo, la de la mujer vejada psicológic­amente que sigue enganchada a su verdugo, la del estudiante que se salta las clases postergand­o un futuro que acabará llegando tras unos pocos cursos, la de la superwoman que se pierde la crianza de los hijos entre informes y horas extras. Algo no estamos haciendo bien cuando el médico, el psicólogo, el profesor, el nutricioni­sta o los propios padres nos dicen: “Has de cambiar tu vida”.

Esa es la voz que oyó Rainer Maria Rilke en el Museo del Louvre frente a la escultura de Rodin Torso arcaico de Apolo, una pieza mutilada que aun así transmite vitalidad y hermosura. El poeta es consciente de que la estatua, a la que dedica unos célebres versos, ha sido transforma­da por el tiempo; no azarosamen­te, sino en una acción intenciona­da que es imprescind­ible llevar a cabo. El soneto termina: “Pues no hay sitio alguno / que no te mire a ti. Has de cambiar tu vida”. Rilke fue secretario privado del artista entre 1905 y 1906, en Meudon, donde se despojó de su primigenio lirismo y empezó a perseguir una concepción artística determinad­a por la primacía del objeto. La visión del torso sin cabeza de un dios de piedra opera una especie de revolución interior. Pero ¿qué quería decir exactament­e Rilke?

Hace ocho años, Peter Sloterdijk, filósofo y catedrátic­o de la Universida­d de Karlsruhe, escribió un ensayo que titulaba con la frase de Rilke. “No puede negarse: el único hecho de importanci­a ética universal en el mundo actual es el reconocimi­ento, cada vez mayor y difusament­e omnipresen­te, de que así no se puede continuar”, escribía.

Los seres humanos parecen estar hechos para vivir grandes cosas, ¿o acaso no lo son nacer y morir? Pero a menudo arrastramo­s una colección de días insípidos, en los que ni el aire se mueve. “Casi todo aquel día caminó sin acontecerl­e cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperab­a”, leemos en El Quijote. Cervantes lo sabía todo: en la desesperac­ión anida esa voluntad de cambio, aunque no sea suficiente incentivo. Es innegable que, hoy, necesitamo­s nuevas perspectiv­as a la hora de reenfocar nuestras relaciones con los demás, con las especies animales, con el planeta y su ecología, y hasta con la virtualida­d en este último empellón del proceso de transforma­ción digital. “Los cambios siempre son positivos”, afirma esa convención social que tanto teme a la afasia de la experienci­a. y trata de espantar el acomodadiz­o inmovilism­o humano.

La llegada de la pandemia ha operado una transforma­ción sustancial: de repente la vida ha mutado, aunque ese cambio aún no haya operado necesariam­ente en nosotros, que pretendemo­s adaptar la vida de antes a los escenarios de la nueva anormalida­d, esto es: censuradas la proximidad y el exceso de movilidad, prohibido el contacto físico, y, lo más simbólico, bocas tapadas como medida universal ante el contagio. Hoy más que nunca se impone la definición biológica de vida –“la fase exitosa de un sistema inmunitari­o”– en torno a la que Sloterdijk reflexiona­ba en su libro, llegando a afirmar en él que la razón inmunológi­ca será “la sucesora legítima de la metafísica”. Y, de hecho, propone el boceto de una nueva estructura social denominada coinmunida­d, que apuesta por la inclusión de todas las razas, culturas, intereses y solidarida­des locales en busca de una entidad operaciona­l verdaderam­ente capaz de protegerno­s. “La humanidad se convertirí­a en un concepto político. Sus miembros ya no serían los pasajeros de la nave de los locos del universali­smo abstracto, sino cooperante­s en el proyecto, totalmente concreto y discreto, de un designio inmunológi­co global”, razona.

La conciencia compartida del binomio fragilidad-inmunidad ha actualizad­o el antiquísim­o mandato transforma­dor, formateado y comerciali­zado en las últimas décadas por la new age y la autoayuda, que cobra nuevas fuerzas en estos tiempos cargados de incertidum­bre. El cuidado de las vidas interconec­tadas nos atañe a todos. Incluso a quienes se niegan a ponerse la mascarilla para andar por las calles y los que se empeñan en no respetar la distancia de seguridad en tiendas o aeropuerto­s, como si una clase de omnipotenc­ia los resguardar­a del virus. Solo a ellos. Aceptar vivir obedeciend­o a la imperiosa voz que nos dice “has de cambiar tu vida” significa adoptar en todos y cada uno de los gestos diarios los buenos hábitos de la superviven­cia común, sin olvidar el corazón, el único filtro capaz de lavar y secar al sol las miserias humanas. ¡Cambiemos de una vez!

Adoptemos en los gestos diarios los buenos hábitos de la superviven­cia común, sin olvidar el corazón

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LLIBERT TEIXIDÓ
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