¿Dónde está Boris?
El primer ministro británico está desbordado por problemas de dinero y su salud no se ha recuperado por completo
CRÍTICAS INTERNAS
El ala libertaria ‘tory’ considera que está yendo muy lejos en el recorte de libertades
RELACIÓN CON EUROPA
Los euroescépticos temen que hará muchas concesiones a la UE en el acuerdo comercial
En los libros infantiles de la serie ¿Dónde está
Wally?, los niños de los años ochenta y noventa se enfrentaban al desafío de encontrar al protagonista, con su camisa a rayas blancas y rojas, su gorra y sus gafas, en medio de ilustraciones diseñadas para confundirlos y que pareciera que estaba en todas partes, cuando en realidad no ea así. En la política británica actual, los votantes buscan a Boris Johnson, con su melena rubia desgreñada, su chaqueta y su corbata, en el paisaje caótico de la pandemia, las negociaciones del Brexit. Y no lo encuentran por ninguna parte.
¿Dónde está Boris?, titulaba el número de la semana pasada de la revista The Spectator, afín al Partido Conservador y que hasta ahora le había dado su apoyo. Pero es que los
tories están realmente preocupados por la deriva de su líder desde que en abril fue ingresado en la uci víctima de la Covid-19, y quienes lo rodean comentan en privado que no se ha recuperado por completo. Que su energía no es la misma, que carece del entusiasmo que lo caracterizaba, se olvida de las cosas, se le va la cabeza, y en las reuniones es frecuente que monte en cólera preguntando por qué no ha sido informado de algo, y el funcionario de turno tenga que responderle: “Perdone, pero se lo dije ayer mismo”.
A los problemas de salud hay que unir los de dinero. Johnson sigue manteniendo a diversos niveles a cuatro de los seis hijos que se le atribuyen (excluyendo a Wilfred, el que tuvo hace cinco meses), y tiene que pagar el costoso divorcio de su última mujer, Marina. Hasta su llegada a Downing Street, percibía un sueldo de 90.000 euros como diputado más una generosísima dotación de gastos, que completaba con otros 300.000 euros que le pagaba el diario The Daily Telegraph por una columna semanal, y otros 60.000 que percibía por pronunciar conferencias. Como primer ministro, su salario es de 160.000 euros, sin posibilidad de ampliarlos. Y de ahí se le descuenta la comida que se hace subir desde la cocina de su residencia (prácticamente desayuno, comida y cena casi todos los días), y el coste de las invitaciones a amigos y familiares en la casa de campo de Chequers, una factura también considerable. Y ha de cotizar a Hacienda por el uso de la vivienda, que se considera un beneficio sujeto a impuestos.
A los problemas de salud y de dinero se añaden las complicaciones de tener una pareja treinta y cuatro años más joven y con muchísima más energía (Johnson ha cumplido los 54 años, mientras que Carrie Symonds tiene 32), y un bebé de pocos meses que no le deja dormir bien. Fuentes allegadas al primer ministro hacen notar que Marina, la mujer que lo dejó harta de sus múltiples infidelidades, era su ancla política e intelectual, que lo obligaba a poner los pies en la tierra, mientras que la relación con su actual compañera es menos sofisticada.
En lo que casi todo el mundo coincide –amigos, asesores, diputados– es que el actual Johnson es una sombra de sí mismo, por las razones que sea, y que se encuentra desbordado. Después de toda una vida conspirando para llegar al diez de Downing Street, ya lo ha conseguido, y tras el subidón inicial se de cuenta de que el poder no es algo tan satisfactorio como él esperaba, y requiere sacrificios que no puede o no está dispuesto a hacer. Lo suyo no son la planificación, la organización, el detalle o la asunción de responsabilidades, sino las soflamas populistas y la retórica triunfadora, buenas armas para ganar elecciones pero no tanto para gobernar. Cuando promete que el Reino Unido va a poder hacer millones de tests de coronavirus al día y desarrollar el mejor sistema de rastreo del mundo, la gente le exige cuentas cuando se demuestra que no es así. Y cuando presume de haber logrado un magnífico acuerdo del Brexit, no concuerda que diga que va a romperlo porque es contrario al interés nacional y no había tenido tiempo de leer la letra pequeña.
El líder laborista Keir Starmer ataca cada vez con más saña su incompetencia, pero lo que de verdad preocupa a Johnson es el creciente divorcio de los parlamentarios de su propio partido. Los partidarios del Brexit, porque ven venir un compromiso con Bruselas que no va a ser de su agrado. Los del ala libertaria, porque estiman que está yendo demasiado lejos en las restricciones a la libertades individuales para combatir la pandemia. Los tradicionalistas, porque no están de acuerdo con la socialización de la economía y los subsidios a las empresas para paliar el desempleo. La mayoría, porque discrepan de su estrategia sanitaria y se oponen a los confinamientos totales o parciales, por su impacto económico.
Mientras el canciller del Exchequer Rishi Sunak presentaba el jueves en el Parlamento el último paquete de medidas económicas, Johnson informaba a la policía en Northampton de las nuevas normas para sancionar a quienes incumplan las reglas de comportamiento durante la pandemia, y exhortando a la gente a denunciar a sus vecinos, al estilo de la Stasi alemana. El premier se ha vuelto tan invisible, que cuando la prensa italiana divulgó el bulo de que había viajado misteriosamente a Perugia, de entrada todo el mundo se lo creyó, y costó descubrir que ese fin de semana había bautizado a su hijo en Westminster. ¿dónde está Boris?