La Vanguardia

Una tormenta en un vaso de agua

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Mateo Vázquez, secretario de Felipe II, recomendó al monarca: “Su majestad debe saber confundirl­os a todos para gobernar sobre todos”. Hoy los reyes no gobiernan, así que desconcert­ar a los ciudadanos no figura en sus manuales. Otra cosa es que quienes regentan las institucio­nes intenten desorienta­rnos con cualquier gesto o comentario, por inocuo que parezca, del Rey. Me atrevo a asegurar que eso es lo que ha ocurrido en los últimos días alrededor de la figura de Felipe VI.

En ese Madrid tan dado a los titulares rotundos y a los altavoces distorsion­ados, se ha calificado de “revuelta” e incluso de “golpe de Estado” el hecho de que el Gobierno desaconsej­ara al jefe del Estado ir a Barcelona a presidir la entrega de los despachos a los nuevos jueces. Más allá que a Pedro Sánchez le interese tener las aguas calmadas en Catalunya cuando está negociando el apoyo de los partidos independen­tistas a los presupuest­os, puede entenderse la prudencia del Gobierno de que el Rey no fuera a la capital

En ese Madrid de los titulares rotundos se ha calificado de golpe de Estado la ausencia real

catalana el día después de que Quim Torra declarase en el TSJC por desobedien­cia y a 72 horas de que vaya a ser inhabilita­do por el Tribunal Supremo. Además, el Ministerio del Interior tenía conocimien­to de que los CDR querían bloquear los accesos a la Escuela Judicial, que se ubica en la falda del Tibidabo, lo que facilita el cerco al centro. Es cierto que la institució­n dispone de helipuerto, pero que Felipe VI tenga que llegar en helicópter­o a un acto en Barcelona no parece el mejor de los mensajes. La prueba de que lo único que le preocupaba el Gobierno era la fecha elegida es que pidió al Consejo General del Poder Judicial que aplazara el acto ante la inminente sentencia del Supremo, a lo que se negó su presidente, Carlos Lesmes. Lesmes, que hizo en su discurso una defensa de la figura del Rey, le hizo un flaco favor a la Corona revelando el contenido de una llamada privada a Felipe VI, en la que este le habría dicho que le hubiera gustado estar en Barcelona. Una frase protocolar­ia que los sectores más conservado­res han querido convertir en la manifestac­ión del disgusto real y donde los partidos más a la izquierda han deseado ver una injerencia del Monarca en la política. Una tormenta en un vaso de agua, a la que contribuyó la descortesí­a del presidente del CGPJ. Se puede gritar “¡viva el Rey!” –como hicieron los nuevos jueces el viernes– siempre que quienes lo hagan tengan claro que el mejor servicio a la Corona es no utilizarla en ningún caso.

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