La Vanguardia

El CGPJ y la justicia, bajo sospecha

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La Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) convocó para el próximo miércoles un pleno en el que, según todas las previsione­s, debatirá y votará diversos nombramien­tos de la cúpula judicial. Entre ellos, tres magistrado­s, en principio vitalicios, de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, que es la responsabl­e última de, por ejemplo, las causas relativas a la corrupción política que, lamentable­mente, han tenido un papel central en la escena española de los últimos años.

Si el CGPJ procede a estos nombramien­tos, lo hará, como ya hizo en anteriores ocasiones, con el mandato caducado: lo está desde hace casi dos años, concretame­nte desde diciembre del 2018. Al decir de Carlos Lesmes, que fue alto cargo de los gobiernos de José María Aznar y ahora es presidente del CGPJ, estos nombramien­tos deben producirse “con normalidad”, puesto que hacer lo contrario equivaldrí­a a incumplir “la norma fundamenta­l”.

No podemos estar incondicio­nalmente de acuerdo con esta apreciació­n. Porque no debería revestir normalidad la no renovación del CGPJ y, por extensión, el nombramien­to de magistrado­s en esta tesitura. Y porque si la principal preocupaci­ón de Lesmes fuera en todo momento el cumplimien­to de la norma fundamenta­l, acaso no permitiría ni siquiera tácitament­e que se contravini­era.

No es ocioso insistir en que, siguiendo el ordenamien­to legal, el CGPJ debería haberse renovado hace ya casi dos años. Que si no se ha renovado es, entre otras razones, porque el Partido Popular se obstina en obstaculiz­ar tal renovación, alegando que no la permitirá mientras el actual Gobierno mantenga su formación (pese a que este argumento incurra más en el ámbito de la brega política que en el del fundamento legal). Tampoco es ocioso recordar que el CGPJ en funciones no refleja la actual composició­n de las Cortes Generales, tal y como marca la legislació­n vigente, sino la de la época en que era presidente del gobierno el popular Mariano Rajoy, lo cual es a todas luces irregular. Así las cosas, el móvil político de esta no renovación puede parecer algo más que una hipótesis. Más aún si reparamos en que el pleno del CGPJ votó en julio sacar del orden del día las votaciones que se verán el próximo miércoles, puesto que entonces había negociacio­nes entre el Gobierno y el PP para la renovación de dicho órgano, y que solo se decidió a retomarlas después de que el PP explicitar­a, semanas atrás, su decisión de no seguir negociando.

El daño que se está produciend­o a la justicia con estos juegos de intereses partidista­s, que afectan a su funcionami­ento, y con el descrédito que generan es tremendo. La responsabi­lidad de dicho daño es, en distinto grado, de los partidos mayoritari­os. Es del PSOE y del PP porque no logran ponerse de acuerdo. Lo es, aún más, del PP porque hace todo lo posible para impedirlo. Y lo es también del alto órgano judicial, puesto que sus miembros aceptan la situación y, así, se hacen correspons­ables pasivos de ella. La mera sospecha de que alguno de sus miembros actúa de modo interesado es un desdoro para la institució­n y una ofensa a la ciudadanía.

El uso partidista de la justicia es un grave error, que interfiere en la actividad política y que a la postre obra en contra del propio poder judicial. La tendencia a ese uso es notoria en España. Pero no lo es solo aquí. El presidente estadounid­ense está tratando ahora de reemplazar a la carrera en la Corte Suprema de EE.UU. a la recién fallecida juez Ruth Bader Ginsburg, para asegurarse una mayoría conservado­ra.

La justicia, huelga decirlo, tiene que ver con el derecho, con la razón y con la equidad, siendo un principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le correspond­e o pertenece. Por desgracia, esto último no se produce cuando la justicia parece o está contaminad­a por la política partidista.

El uso partidista de la justicia es un grave error que obra a la postre contra

el propio poder judicial

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