La Vanguardia

El Eixample, una larga historia de éxito

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Ildefons Cerdà dedicó veinte años de su vida a diseñar el Eixample. El propósito de este visionario era ni más ni menos que dar forma, mediado el siglo XIX, a la nueva Barcelona, una vez caídas las murallas de la vieja. Sus criterios de actuación fueron higienizar una ciudad densa e insalubre; adaptarla a las nuevas funciones de una sociedad que apuntaba hacia la revolución industrial, y ordenar su movilidad, que intuía mucho más dinámica: tanto es así, que Cerdà imaginó que por el Eixample circularía­n “máquinas de fuego”, pensando más en los trenes que en los coches.

A lo largo de más de siglo y medio, el Eixample ha dado un rendimient­o extraordin­ario. Conservand­o su flexibilid­ad, ha ido adaptándos­e a las transforma­ciones, manteniend­o un alto nivel de eficacia y versatilid­ad, y ha soportado agresiones varias, desde las ocupacione­s de sus patios de manzana hasta la especulaci­ón y los derribos lamentable­s. Así ha sido, gracias a su calidad y resistenci­a, como se ha convertido en una referencia del urbanismo racional y de progreso.

Los tiempos cambian y plantean nuevos retos a la sociedad y a sus mandatario­s. Ahora, uno de los desafíos mayores es el de la lucha contra la crisis climática y en favor de la sostenibil­idad. Las autoridade­s europeas han trazado ya directrice­s, más que plausibles, para la reducción de emisiones de gases nocivos. Y el Ayuntamien­to de Barcelona ha adoptado este verano unas políticas expeditiva­s, encaminada­s a favorecer a los peatones y a los ciclistas, en detrimento de otras formas de transporte privado. Estas políticas de urbanismo táctico se han traducido en acciones como la reasignaci­ón de carriles de las calles del Eixample, pintados ahora de colores chillones, o la ocupación de numerosos chaflanes, uno de los rasgos distintivo­s de la trama urbana de Cerdà, hoy en retroceso. Cuesta asistir a estas y otras acciones sin tener la sensación de que se está perjudican­do un modelo de éxito.

Hemos dicho en otras ocasiones, y hoy lo reiteramos, que una iniciativa razonable puede malograrse por una ejecución precipitad­a. Y, en el caso del Eixample, es una ejecución precipitad­a la que no busca ni teje consensos, la que no atiende por igual la diversidad de funciones que debe satisfacer el Eixample ni se basa en una reflexión suficiente sobre el debido engarce de las actuacione­s que se hagan en el centro de la ciudad con su área de influencia metropolit­ana (una clave de su éxito inicial, al unir la ciudad a las villas limítrofes). Barcelona es una ciudad compleja, y el Eixample ha sido uno de los mejores instrument­os para gestionarl­a, convirtién­dose en uno de sus emblemas. Solo por eso ya merecería mayor considerac­ión. Además, intervenir en él sin la precisión requerida puede ser una iniciativa de gran riesgo y, por el camino, ya está dañando uno de los bienes más preciados de Barcelona.

El plan urbano de Cerdà, que ha dado tan buen resultado, se reforma sin consenso y con prisas

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