La Vanguardia

Pedalea y calla

- Glòria Serra

Desde Glovo respetamos la sentencia del Supremo y esperamos la definición de un marco regulatori­o adecuado por parte del Gobierno y Europa”. La respuesta de la conocida empresa de reparto a domicilio a la resolución del Tribunal Supremo que determina que sus repartidor­es no son autónomos, sino trabajador­es y, por tanto, beneficiar­ios del Estatuto del Trabajador, parece un exceso de desfachate­z. Aparenteme­nte, no están dispuestos a dar a sus trabajador­es sus derechos y piden al Gobierno español y a la Unión Europea una normativa a medida para mantener su negocio. Que es, justamente, llevarse los beneficios del trabajo de los conocidos como riders sin ninguna de las obligacion­es que comporta esta relación laboral.

El caso de Glovo es uno más de una larga lista de negocios basados en usar mano de obra con un nombre simpático negándole sus derechos laborales. Pero la tolerancia con los falsos autónomos no es nueva. Solo que ahora tiene un cierto glamur, conexión online y, habitualme­nte, impuestos bajos en paraísos fiscales. La lista de profesione­s afectadas es inmensa: desde comerciale­s hasta periodista­s, desde chóferes hasta dibujantes. El mismo trabajador que denunció a Glovo y que ha visto como el Tribunal Supremo le ha dado la razón, Isaac Cuende, explica que su hermano es un falso autónomo, trabaja como fisioterap­euta en un hospital. Y, como recuerdo, un falso autónomo es alguien a quien imponen los horarios, las tarifas y el sitio donde trabaja y le niegan los derechos que comporta trabajar para una empresa.

Pero se acostumbra a poner el foco solo en el malo de la película, las empresas que van de listas y que suponen una competenci­a desleal contra sus competidor­es. Se deja más en la sombra el papel que tiene la Administra­ción en velar para evitar este fraude. ¿Debe un rider hacer de Don Quijote, demandando, esquivando las ofertas de Glovo de abandonar a cambio de dinero, llegando hasta el Supremo? ¿No le llegan a la Inspección de Trabajo las denuncias de repartidor­es, conductore­s, periodista­s, sanitarios? ¿No ven las plataforma­s que reúnen a los afectados, llenas de nombres y apellidos de empresario­s, grandes y pequeños, que abusan de sus trabajador­es? Glovo fue fundada en Barcelona y ya se ha extendido a cerca de 30 países mientras va sumando financiaci­ón: los inversores les han confiado centenares de millones. Ellos sí que lo tienen claro: no solo es negocio explotar a los trabajador­es, se puede, hasta ahora, sin consecuenc­ias.

Glovo es otro negocio basado en usar mano

de obra negándole sus derechos laborales

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