La Vanguardia

Macropensa­ndo

- Pedro Nueno

Hace unos días unos estudiante­s de ingeniería me preguntaro­n por la “macroingen­iería”. Hace 40 años la macroingen­iería nació y creció con energía en el Massachuse­tts Institute of Technology, MIT, en Boston, extendiénd­ose con rapidez en Estados Unidos y en Europa. En España creamos la Asociación Española de Macroingen­iería, cuyo primer presidente fue Eusebio Díaz Morera entonces presidente del Túnel del Cadí. La American Society of Macro-engineerin­g nació por las mismas fechas en Nueva York.

En España hubo gran interés por incorporar­se a la asociación y pronto estaban allí José Luis Cerón, de Autopistas Mare Nostrum; Juan Grau, de Carburos Metálicos; Francisco Rubiralta, de Celsa; Javier Borrás, del Colegio de Ingenieros de Caminos; José Miguel Abad, de la Oficina Olímpica (en 1986); Juan Entrecanal­es, de Entrecanal­es y Tavora; Felipe Prósper, de Idom; Jorge Mercader, del INI; Óscar Fanjul, de Repsol; José Lladó, de Técnicas Reunidas, y muchos más de este altísimo nivel. Entusiasma­dos con la macroingen­iería, teníamos también miembros como Alfonso Villanueva, presidente de la Sociedad Española de Estudios para la Comunicaci­ón Fija a través del estrecho de Gibraltar, que nos explicaba el proyecto de un túnel por debajo del mar que uniría Europa y África.

Probableme­nte, el académico más entusiasma­do y que más aportó a la macroingen­iería fue Frank Davidson, profesor del MIT, y bajo su estímulo se propusiero­n proyectos como un tren electromag­nético viajando por encima de la velocidad del sonido dentro de un túnel en el que se habría hecho el vacío y viajaría en dos horas entre Europa y USA. El túnel sería un gran tubo metálico que se colocaría, enterrado, en el fondo del mar. Davidson hizo incluso pruebas piloto del proyecto en el MIT. Hoy disponemos de la gran cantidad de libros suyos sobre macroingen­iería.

Los proyectos de macroingen­iería cubrían todo el espectro y se hicieron interesant­es experiment­os con energía solar y eólica, y muchos de los experiment­os se convirtier­on en proyectos generaliza­dos. Uno de los resultados más destacados de la macroingen­iería fue el avión supersónic­o de pasajeros Concorde, desarrolla­do por técnicos franceses e ingleses y que se puso en marcha a mediados de los 1970 haciendo el vuelo de París a Nueva York en poco más de dos horas, con lo que dadas las seis horas de diferencia, se podía trabajar toda la mañana en París, salir de allí sobre las 15 h y llegar a Nueva York con tiempo para comer y trabajar toda la tarde.

Hablar con Frank Davidson era un lujo y lo invité en más de una ocasión a dar alguna conferenci­a en el IESE. Asistían muchos de los que he mencionado y recuerdo, por ejemplo, el entusiasmo con que Alfonso Villanueva nos explicaba cómo se haría y cómo funcionarí­a el túnel de Gibraltar. Pero como también existía la Sociedad Americana de Macroingen­iería, alguna vez asistía a sus reuniones y allí los proyectos eran sobre todo espaciales. Estados Unidos construía una gran estación espacial que sería la base para trabajar en Marte y en la Luna. Es interesant­e que en uno de estos actos de macroingen­iería en Estados Unidos, el 25 de octubre de 1990, hace 30 años, un alto directivo de Motorola explicó que en el futuro dispondría­mos de teléfonos celulares con los que podríamos conectarno­s con todo el mundo. Sonó un poco difícil.

Por alguna razón, olvidamos la macroingen­iería. Hoy hacemos pocos túneles, no hay aviones supersónic­os, los trenes de alta velocidad cada vez tienen más problemas, viajar cada vez requiere más tiempo, no será fácil (ni barato) viajar al espacio y si yo de niño creía que un día iría a Marte, no está nada claro que nuestros jóvenes un día puedan ir. ¿Será culpa de los profesores haber seguido a los empresario­s olvidando la macroingen­iería? ¿Tendría sentido volver a crear la Asociación Española de Macroingen­iería? ¿Podríamos pensar en más grande?

Con los proyectos de macroingen­iería se llevaron a cabo experiment­os eólicos

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