Las costuras por coser de Alemania
El pasado sábado, Alemania celebró el 30.º aniversario del tratado por el que dejaba de existir la República Democrática Alemana y nacía la Alemania reunificada. Una efeméride que históricamente se ha visto eclipsada por la del 9 de noviembre de 1989, en que la caída del muro de Berlín supuso el principio del fin de la RDA y abrió el camino a la ansiada unidad bajo la dirección del entonces canciller Helmut Kohl.
Una reunificación que se materializó el 3 de octubre de 1990 y que puso final a la división de Alemania en dos estados producida en 1949. Desde entonces, el país ha dado un salto de gigante, consolidando su democracia y convirtiéndose en la primera potencia económica de Europa, pero todo ello no oculta una cierta sensación agridulce entre la ciudadanía, en especial la de los länder de la EX-RDA.
En los actos conmemorativos, deslucidos por la pandemia, la canciller Angela Merkel –que creció en la RDA– habló de triunfo de todos los alemanes, orientales y occidentales, pero admitió que todavía hay tareas pendientes en materia de empleo, pensiones y representación política en los antiguos territorios del este. Porque lo cierto es que muchos alemanes orientales se sienten todavía ciudadanos de segunda clase con menores oportunidades, menores sueldos y menores posibilidades que sus conciudadanos occidentales. En cierta manera, Alemania sigue dividida porque las diferencias económicas y sociales entre la parte oriental y la occidental son aún muy marcadas.
Es verdad que el PIB de la EX-RDA se va acercando al del oeste y que el desempleo se ha reducido considerablemente, pero los salarios siguen siendo de media un 17% más bajos que los occidentales y la despoblación ha aumentado en los länder orientales. El poder económico en las antiguas regiones comunistas es solo el 73% de las de la antigua RFA. No llegan ni al nivel del Sarre, el land más pobre de Alemania occidental. El oeste es industrial y urbano mientras que el este es rural y menos productivo. Desde el comienzo, la reunificación fue un proceso asimétrico porque la RDA se disolvió y asumió el orden jurídico de la RFA sin casi margen de negociación.
El aniversario de la reunificación coincide también con un momento de crisis de confianza de la ciudadanía sobre la política. El incremento de la polarización por el ascenso de la ultraderecha, la crisis del SPD, una CDU aún sin sucesor/a designado de una Angela Merkel a pocos meses de retirarse de la vida política, la pandemia, son factores que hacen que muchos alemanes se replanteen su relación con el sistema político. Alemania es la cuarta economía mundial pero no ha logrado dejar de ser un país todavía con injusticias. Las desigualdades se han traducido en una profunda decepción en el este del país, materializada en una subida de votos del populismo de extrema derecha que representa Alternativa para Alemania, un partido nacionalista y antieuropeo ahora con presencia en el Bundestag. Se da la preocupante paradoja de que el lema de la “revolución pacífica” en la RDA en 1989 –“Nosotros somos el pueblo”– ha sido usurpado ahora por la extrema derecha.
La cohesión sigue siendo una asignatura pendiente. La propia Merkel afirmó en el acto conmemorativo que “las diferencias estructurales se mantienen y se necesitan más esfuerzos”. Treinta años después, en los territorios de la EX-RDA ocho de cada diez alemanes piensan que el proceso de reunificación aún no ha concluido, por seis de cada diez alemanes occidentales. Alemania se ha vuelto más diversa y diferenciada, pero pese a los enormes avances logrados, sigue habiendo costuras por coser para que todos sus ciudadanos se consideren iguales y con las mismas oportunidades.
Estos treinta años dejan en Alemania éxitos, decepciones, desigualdades aún por resolver y un regusto agridulce que todavía tardará en ser superado.
Treinta años después de
la reunificación, sigue habiendo desigualdades entre el este y el oeste